Los estadounidenses han decidido devolver a Donald Trump al Despacho Oval de la Casa Blanca para los próximos cuatro años. La toma de posesión será el próximo 20 de enero.
El resultado, desde la óptica española, donde la "opinión sincronizada" trató de convencernos hasta el último momento de la segura victoria de Kamala Harris, la noticia fue, para casi todo el mundo, de absoluta sorpresa. Nadie auguró una victoria tan aplastante del Partido Republicano: el triunfo de Trump en todos y cada uno de los estados "giratorios" y la suma del control del Senado y de la Cámara de Representantes por parte de los rojos.
Un gran éxito con, al menos, tres causas
La primera es que Donald Trump era un buen candidato. A pesar de las dudas que despertó allá por 2015 cuando irrumpió en las primarias del Partido Republicano, ha sabido mantener los tradicionales caladeros de voto conservador (sin asustar a los más moderados) a la vez que ha conseguido abrir nuevos espacios electorales entre segmentos de la población como los trabajadores más humildes o los hispanos, que históricamente habían sido reacios a votar republicano. Ha sido el candidato más votado entre los hombres hispanos y ha ganado en este colectivo en estados como Michigan o Carolina del Norte.
La segunda explicación está en los continuos errores de los demócratas. Ya se habían equivocado al elegir a Hillary Clinton en 2016 y han vuelto a equivocarse en 2024. Habían elegido a Kamala Harris por ser afroamericana, por ser mujer, por ser de California y por ser de las más progresistas entre los progresistas..., y Harris ha perdido por ser afroamericana, por ser mujer, por ser de California y por ser excesivamente progresista entre los progresistas. Con un vicepresidente de extrema izquierda.
Si en 2020 había sido un acierto complementar la figura de Joe Biden (hombre blanco, mayor, moderado y de la Costa Este) con Harris en un papel secundario de vicepresidenta, en 2024 ha sido un error tratar de convertir ese perfil compuesto por la suma de minorías en el argumento de la candidatura.
Y, en tercer lugar, el proceso de escucha de los estadounidenses que iban a acabar decidiendo las elecciones (indecisos en estados giratorios) ha sido mucho más acertado por parte de los republicanos.
Los demócratas se han equivocado continuamente tratando de imponer su agenda temática por encima de los intereses y las preocupaciones reales de los electores.
Así, cada vez que la candidata demócrata se dirigía en sus mítines a los más radicales de su electorado, clamando a favor del aborto, advirtiendo de la emergencia climática o colocando las políticas LGTBI en el centro de sus propuestas, el público, votantes ya de su partido, gritaban más y más enfervorecidos.
La clave del resultado electoral es que cada vez que eso sucedía, y sucedió muchas veces durante la campaña, un elector indeciso, moderado, de las afueras de Filadelfia o de las zonas rurales de Wisconsin, se decantaba por Trump como el candidato que verdaderamente había escuchado sus preocupaciones.
El futuro de ambos partidos sí que pasa por abrir procesos sucesorios. Trump no podrá volver a presentarse en 2028 y al Partido Demócrata le espera un sufrido camino por el desierto para tratar de presentarse dentro de cuatro años con opciones de recuperar la Casa Blanca.
Pablo Yáñez es experto en Comunicación Pública y autor del libro: ¿Por qué ha ganado Trump? La importancia de la escucha.