
Si en el futuro se conservasen las novelas de Vargas Llosa pero se perdiesen sus escritos periodísticos y políticos, el perfil que se tendría de él sería más bien el de un hombre de izquierdas. Sin embargo, la mayor parte de los intelectuales de izquierdas dicen celebrar su literatura pero atacan su posicionamiento político e, incluso, denigran su persona. Con Vargas Llosa sucede algo parecido a lo que pasó con John Ford, el gran crítico del autoritarismo y autor de la película de izquierdas por antonomasia, Las uvas de la ira, al que la izquierda marxista etiquetó como "fascista". La cuestión, por tanto, es por qué gran parte de los intelectuales de izquierda abjuran de él y de su obra ensayística. La respuesta no es sorprendente.
En sus primeras obras, Vargas Llosa mostró una simpatía inicial por ideas socialistas, pero desde los años 70, tras su ruptura con el castrismo, el régimen favorito de la izquierda-chic que celebraba a los mojito-marxistas, adoptó una postura liberal crítica tanto con las dictaduras de derecha como con los autoritarismos de izquierda.
En La ciudad y los perros (1963), todavía vinculado el novelista a la izquierda marxista-sartriana, la emprendió contra el autoritarismo militar y las jerarquías opresivas que sufrió en sus propias carnes. Ambientada en un colegio militar en el Perú, la novela critica la rigidez, la violencia y la corrupción dentro de las estructuras militares, reflejo del autoritarismo de la época. Si alguien debiera estar descontento con Vargas Llosa es el estamento militar, siempre reflejado, del principio al final de su obra, como una casta endogámica, analfabeta y sádica, a pesar de que algunos de sus miembros tratan de salvarla de un primitivismo tribal y violento, aunque son finalmente devorados por el demonio de lo bélico.
A continuación, en la obra de la que más se sentía orgulloso el Nobel, Conversación en La Catedral (1969), se posiciona contra la dictadura militar conservadora de Manuel Odría en el Perú, mostrando cómo un régimen militar, reaccionario y autoritario reprime libertades y corrompe la sociedad, con un enfoque en el clientelismo y la decadencia moral. Algo que no haría muy felices a pinochetistas, franquistas y gente así.
Pero treinta años más tardes, Vargas Llosa seguía criticando a los regímenes autoritarios de derecha en La fiesta del Chivo (2000). En este caso, la dictadura de Rafael Trujillo en la República Dominicana (1930-1961), denunciando la brutalidad, el culto al líder y el impacto psicológico del totalitarismo en la sociedad. Nos encontraremos de nuevo con Trujillo en Tiempos recios, paradigma del dictador hispanoamericano émulo de los peores emperadores romanos en combinar el vicio moral con el crimen político.
Pero, ay, Mario Vargas Llosa también fue crítico con los regímenes autoritarios de izquierdas, que es lo que no le perdonan en la izquierda progre, los fanboys nostálgicos del Che y los "votantes" actuales de Lula, Maduro, Dani Ortega, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias… En Historia de Mayta (1984), Vargas Llosa mostró la podredumbre moral del socialismo revolucionario y sus excesos, a rebufo de guillotinas francesas y checas soviéticas. Basada en un intento de revolución trotskista en el Perú de los años 60, la novela cuestiona el idealismo utópico de los movimientos de izquierda que derivan en violencia y caos. Es la traslación literaria de la tesis popperiana del vínculo inexorable entre utopismo y violencia. Popper era uno de los referentes intelectuales de Vargas Llosa, junto a Hayek, Ortega, Smith, Aron, Revel y Berlin.
Más recientemente, en Tiempos recios (2019) la emprendió con el colonialismo estadounidense en Hispanoamérica, denunciando cómo manipuladores propagandísticos al estilo de Edward Bernays pusieron su talento para la psicología de las masas al servicio de plutócratas sin escrúpulos de empresas como United Fruit Company. Ambientada en el golpe de Estado en Guatemala de 1954, critica tanto las dictaduras locales como las intervenciones extranjeras (CIA), pero también el populismo y las promesas vacías de ciertos movimientos de izquierda. En esta última gran obra, Vargas Llosa nos advirtió que los capitalistas suelen ser los principales enemigos del capitalismo, quintacolumnistas contra la competencia y el libre mercado para imponer monopolios antinaturales a través del asesinato y la propaganda, de manera que desestabilizan políticamente a distintos países por intereses espurios de grandes empresas, elevando a dictadores autoritarios ligados a empresarios tan psicópatas como narcisistas reconvertidos en héroes del "american dream".
Además, en la mejor tradición de la izquierda, criticó el fanatismo religioso y el populismo mesiánico en La guerra del fin del mundo (1981). El problema para los izquierdistas apesebrados y dogmáticos es que esta crítica religiosa equiparaba a movimientos como las sectas religiosas de derecha con las tribus ideológicas de izquierda. Basada en la rebelión de Canudos en Brasil (siglo XIX), la novela critica los movimientos populistas y religiosos que, bajo un liderazgo carismático, derivan en violencia y autoritarismo, mostrando los peligros de cualquier ideología llevada al extremo. Es decir, que no sería la novela favorita del típico progre occidental porque se vería tan retratado como un seguidor de Charles Manson.
En cuanto al fenómeno del populismo, es clave su autobiografía política El pez en el agua (1993), en la que critica el populismo y autoritarismo incipiente. Aunque es una autobiografía, incluye una crítica al populismo de Alberto Fujimori y a las dinámicas políticas peruanas que debilitan la democracia, narrando su propia experiencia como candidato presidencial. En El sueño del celta (2010) critica el imperialismo y el colonialismo como formas de opresión ideológica, lo que conecta con la actual critica decolonialista a las ideologías coloniales que justificaron la explotación. En su caso, centrándose en la figura de Roger Casement y las atrocidades occidentales cometidas en el Congo y la Amazonía. En este caso, Vargas Llosa es una advertencia a los liberales sobre sus alianzas con la derecha conservadora, cuyos pecados políticos hay que combatir con la misma firmeza que respecto a la izquierda progre.
Decía que no era sorprendente que haya intelectuales de izquierda, salvado el posible oxímoron, que cuestionen la faceta política de Vargas Llosa. Como he tratado de mostrar, la respuesta es obvia: sus ideas políticas consistían en defender la libertad y la democracia contra todas las dictaduras. Incluso las dictaduras de los intelectuales de izquierdas.