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Frederick Forsyth, lo mejor de lo último

Forsyth contaba con un don para el párrafo deslumbrante, que tallaba a un personaje, a una época o a un país.

Forsyth contaba con un don para el párrafo deslumbrante, que tallaba a un personaje, a una época o a un país.
Frederick Forsyth | Cordon Press

Ninguna lectura resulta tan entretenida como la del escritor que nos cuenta sus aventuras después de haberlas pasado y sobrevivido a una manada de leones, o una persecución de bandidos. Pero me refiero a aventuras de caballero o de truhan, en las que se rinde homenaje al ingenio y al valor, no de víctima de alguno de los tiranos del siglo XX, desgracias que nos obligan a estremecernos de miedo, porque nos señalan a las hienas que rondan en torno a nosotros, aunque no las veamos.

Al empezar su autobiografía, El intruso (2015), Frederick Forsyth (1938-2025) nos coloca este párrafo:

En el transcurso de mi vida, he escapado por los pelos de la ira de un traficante de armas en Hamburgo, he sido ametrallado por un MiG durante la guerra civil nigeriana y he aterrizado en Guinea-Bisáu durante un sangriento golpe de Estado. Me detuvo la Stasi, me agasajaron los israelíes, el IRA precipitó mi traslado repentino de Irlanda a Inglaterra, a lo que también contribuyó una atractiva agente de la policía secreta checa... (bueno, su intervención fue algo más íntima). Y eso solo para empezar.

¿Será todo verdad?, nos preguntamos. A fin de cuentas, hay una larga tradición de que todo periodista o escritor británico en el extranjero sirva como espía a la reina Isabel (no a su hijo papanatas que le sucedió tras su muerte) y a su país. Pero qué más da. El libro promete.

Las novelas que escribió, aparte de prometer, cumplieron

La primera de ellas fue El día del Chacal (1971), acortada en España como Chacal, el plan de la OAS (la única banda terrorista reprobada por la izquierda, como decía Aquilino Duque) para matar a Charles de Gaulle.

Unos best-sellers trepidantes, con unas tramas como la persecución policial de un asesino sin rostro, unos mercenarios pagados por un plutócrata de la City para dar un golpe de estado en un país africano (muy parecido a Guinea Ecuatorial, por cierto) o una red de veteranos nazis camuflada en Alemania, atrajeron en seguida a los productores de cine.

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Edward Fox en la versión de Fred Zinnemann

En mi opinión, Forsyth no tuvo suerte con las películas que se hicieron de sus novelas. Podían haber sido mucho mejores, aunque Edward Fox era ideal para interpretar al implacable asesino de Chacal y Pierce Brosnan al despiadado agente del KGB de El cuarto protocolo que lleva una pequeña bomba nuclear a Inglaterra. Y las últimas novelas que escribió, como Cobra y La lista, están lejos de la calidad y la sorpresa que contenían las primeras. ¿Escritas para, como decía él, de su trabajo como periodista de agencia, alimentar a la familia?

A partir de La alternativa del diablo (1979) y El cuarto protocolo (1984), Forsyth se centró en tramas sobre la Guerra Fría, pero dos de las primeras y, para mí, las mejores, la citada Chacal y Los perros de la guerra (1974), tienen además el interés de describir las consecuencias de la descolonización, tanto en Europa como en África.

Aparte de unos argumentos fascinantes y unas documentaciones espléndidas (algunas con ayuda de sus amigos de los servicios secretos británicos), Forsyth contaba con un don para el párrafo deslumbrante, que tallaba a un personaje, a una época o a un país. Dos de mis favoritos son los siguientes.

Cuando el primer ministro Harold Macmillan, asediado por el escándalo sexual de uno de sus ministros, se entera de que un súbdito de la corona intenta matar a De Gaulle, se enfrenta a la cuestión de intervenir o de inhibirse. Y Forsyth retrata así a un viejo caballero que combatió en las trincheras de Flandes y tuvo que arriar la bandera de su país de las colonias africanas.

O posiblemente estuviera pensando en los últimos y angustiosos meses en que las revelaciones de un alcahuete y una cortesana casi habían derribado al Gobierno de Gran Bretaña. Era un anciano que había nacido y se había criado en un mundo que tenía sus principios, para bien o para mal, y había creído en aquellos principios y los había seguido. Ahora el mundo había cambiado, estaba lleno de ideas nuevas y él pertenecía al pasado. ¿Comprendía siquiera que había ahora otros principios, que apenas alcanzaba a entender y que, en todo caso, no eran de su agrado? Probablemente, mientras contemplaba el soleado césped, sabía lo que se preparaba. La operación quirúrgica no podía ser aplazada, y con ella su retirada de la jefatura. Muy pronto el mundo pasaría a otras manos. Así había ocurrido en gran parte del mismo. ¿Pero debía pasar también a las manos de los alcahuetes y las cortesanas, de los espías y de los... asesinos?

No hay duda de la decisión que tomó, ¿verdad?

El otro, describe con humor la España franquista a la que llega el mercenario Cat Shannon en busca de armas para su operación.

La actitud de las autoridades españolas ha sido siempre la de evitar molestias a los turistas; pero, si éstos se empeñan en abusar, pueden colocarlas en situaciones sumamente desagradables. Los cuatro artículos que no toleran en el equipaje de los pasajeros son: armas y/o explosivos, drogas, pornografía y propaganda comunista. Otros países no dejan pasar dos botellas de coñac, pero permiten la revista "Penthouse". No así en España. Otros países tienen prioridades distintas; pero, como admiten alegremente los españoles, "Spain is different".

Y el funcionario de aduanas del aeropuerto de Málaga dejó pasar a Shannon porque "no encontró ningún ejemplar de "Sexy Girls" o de "Soviet News".

"Nuestro trabajo consiste en pedir cuentas al poder"

En sus memorias, da una serie de consejos a los periodistas, que sin duda molestarán a los cobistas que revolotean en torno a los ministros en el Congreso y los consejeros en las taifas autonómicas, soñando con un contrato para trabajar en un gabinete de comunicación como bulero oficial:

Un periodista nunca debería unirse a la clase dirigente, por tentadores que sean los halagos. Nuestro trabajo consiste en pedir cuentas al poder, no en asociarnos con él. En un mundo cada vez más obsesionado con los dioses del poder, el dinero y la fama, el periodista y el escritor deben guardar distancia, como un pájaro en una barandilla, observar el mundo, fijarse, sondear, a la gente, comentar cosas pero nunca sumarse. En resumen, deben convertirse en intrusos.

Con motivo de su muerte reproduzco otro párrafo de sus memorias, escritas a los setenta y cinco años, edad en la que sólo los obcecados se niegan a aceptar la muerte:

He sido bendecido con una suerte extraordinaria, e inexplicable, en la vida. Más veces de las que puedo contar, he salido de un aprieto o he obtenido ventaja gracias a un golpe de suerte. A diferencia de los quejicas de toda la prensa amarilla dominical, yo tuve unos padres maravillosos y una infancia feliz en los campos de Kent. Me las arreglé para satisfacer mis primeras ambiciones de volar y viajar y, mucho después, la de escribir historias. Esta última me ha granjeado suficiente éxito material para vivir de forma cómoda, que al fin y al cabo es lo que siempre quise. He estado casado con dos mujeres hermosas, he criado a dos hijos estupendos, y hasta la fecha he disfrutado de fortaleza y buena salud. Por todo ello, siento un profundo agradecimiento, aunque no sé con seguridad hacia qué hado, fortuna o deidad. Quizá debería decidirme. Después de todo, es posible que pronto me reúna con Él.

Encima, irónico.

A pesar de la Segunda Guerra Mundial, de la separación de sus padres, de la soledad, del internado en el que ingresó a los trece años, de la pobreza, del racionamiento… estaba feliz por haber tenido "lo mejor de lo último y lo último de los mejor".

Cuando algunos de sus lectores nos acercamos al final del libro, nos embarga el mismo sentimiento que tenía Frederick Forsyth. Como dijo otro británico, menos dado a las aventuras, Roger Scruton, "al acercarse a la muerte uno empieza a comprender qué sentido tiene la vida. Y el sentido de la vida es el agradecimiento".

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