
El presidente de Siria, el islamista Ahmed Al Sharaa, fue el responsable del secuestro de Antonio Pampliega (Madrid, 1982). El cautiverio duró 299 días, sucedió hace diez años y lo rubricó un tipo que, por entonces, militaba en Al Qaeda. "Nada me gustaría más", cuenta a LD el corresponsal de guerra, "que poder sentarme con ese señor y, a mitad de entrevista, decirle: ‘Oye, majo, que tú me secuestraste’. A ver qué dice".
Pampliega, que se tiró diez años informando como freelance sobre las carnicerías perpetradas en Irak, Afganistán, Somalia, Honduras o Haití, acaba de publicar novela nueva, Cowboys en el infierno (Diëresis, 2025), en la que ha maquillado con ficción, mas sin excederse, su estancia en la guerra de Siria, volcando su mirada, su pulso y sus vivencias y las de sus compañeros, sobre todo, en dos protagonistas: Lucas Corso, él mismo, y El Guaje, Manu Brabo, Premio Pulitzer en 2013. Conversamos sobre ella en el Café Comercial, tan lejos del frente.

P: Señor Pampliega, ¿qué hay de nuevo?
R: Novela nueva, muchos proyectos…, estoy muy contento, muy feliz. ¡Disfrutando porque he sacado un libro que llevaba en mi cabeza diez años!
P: Cuando ve al responsable de su secuestro convertido en presidente de Siria, ¿qué piensa?
R: Que algo estamos haciendo mal. No es sólo el presidente de Siria: Occidente blanquea a ese presidente de Siria, con Donald Trump dándole la mano o un abrazo, Macron, etcétera. Es hipocresía a la máxima potencia. Nada me gustaría más que poder sentarme con ese señor para hacerle una entrevista, y, a mitad de entrevista, decirle: "Oye, majo, que tú me secuestraste". A ver qué dice. Te lo juro por Dios: nada me gustaría más que hacer eso y ver su cara.
P: Pregunta retórica va: ¿le hubiera gustado contar la caída del régimen de Bashar al-Ásad?
R: Me hubiese encantado. Estoy en otros proyectos con Cuatro, y ahora mismo prefieren centrarse en información nacional, todo esto les queda muy lejos. Pero me hubiera encantado estar en Damasco para contar la caída de al-Ásad.
P: Parafraseando a Cánovas, ¿son cronistas de guerra los que no pueden ser otra cosa?
R: Empecé siendo cronista deportivo, así que no sabría decirte. Yo soy periodista. Ahora he descubierto otro lado del periodismo y te puedo decir que me gusta. Es verdad que el chute de adrenalina es menor, pero entrevistar, por ejemplo, a un sicario aquí en Madrid, también tiene lo suyo. O investigar el narcotráfico en España.

P: El mono no desaparece nunca, imagino.
R: El mono no desaparece. Al final, somos lo que somos, Jesús. Necesitamos ese chute de adrenalina para continuar viviendo. Por ejemplo, yo tenía a la niña con un año, empezó la guerra de Ucrania, y me hubiese ido con los ojos cerrados… si alguien hubiera pagado el seguro de vida. Empecé a llamar y me dijeron: "Te vas por libre". El mono sigue estando, pero, con 43 años, hay más madurez que antes.
P: ¿La novela es, para usted, una especie de metadona?
R: Me lo he pasado muy bien escribiendo Cowboys en el infierno. He recordado una época de mi vida en la que fui muy feliz. Revivirla, aunque sea ficcionando muchas cosas, ha sido como una especie de metadona. No lo había pensado, pero sí.
P: ¿Se podía ser feliz en aquel infierno?
R: Sí, porque me reuní con gente que me hizo crecer profesionalmente. Y porque la guerra de Siria fue tan brutal que me impulsó a crecer periodísticamente. Las personas que estábamos ahí nos convertimos en imprescindibles para contar la guerra. Sin nosotros, no se hubiese contado lo que fue la batalla de Alepo ni todo lo que ocurrió. Entonces, regresar a esa época de mi vida, escribir sobre mis amigos…, es como si hubiese revivido todo aquello.

P: Tiene mucho de generacional, ¿verdad?
R: Sí. Es una generación de periodistas precarios. Comparada con la de Territorio Comanche, de Arturo Pérez-Reverte, la gran novela española de corresponsales de guerra…
P: ¿Cómo han cambiado los medios desde Territorio Comanche hasta Cowboys en el infierno?
R: Son generaciones que no tienen nada que ver. La generación de Pérez-Reverte vivió, creo, la época dorada del periodismo, y a nosotros nos tocó la decadencia. Lo que más ha cambiado es que los medios de comunicación, ya sean escritos, ya sean audiovisuales, es que han dejado de apostar por sus profesionales de plantilla y han basado todo el peso en los corresponsales freelance. Es decir, con los que no tienen ningún tipo de vinculación económica, moral…, nada que les pueda vincular en el caso de que ocurra algo.
P: Profesionalmente, ¿el freelance está desamparado?
R: Somos la escala más baja dentro de lo que es el mundo del periodismo. Sobre todo, si hablamos de medios españoles; si hablamos de medios extranjeros, somos la escala más baja también, pero estamos mejor pagados. Pero, a nivel español, somos la hermana pobre del periodismo. Ni siquiera hermana: la hermanastra.

P: A más desamparo, ¿mayor hermandad, mayor compadreo entre colegas de profesión?
R: He escuchado a Gervasio Sánchez, que es de dos generaciones antes que yo, y él tiene ese compadreo con sus compañeros que cubrieron el cerco de Sarajevo. Muchos eran freelance, y otros, de plantilla. Al final, convives todos los días con las mismas personas y aguantas, con el resto, entre todos, el mismo sufrimiento y el mismo esfuerzo. Al final, eso crea unos lazos de sangre incomparables.
P: Usted ha tirado de memoria, de biografía, y también de archivo.
R: Aquí están cerca de 150 artículos publicados con El País y con France Press durante cinco años de guerra. Obviamente, novelados, pero la base de la novela es todo mi archivo escrito y también gráfico.
P: ¿Acude a su archivo con cierta frecuencia?
R: Ahora ya no; para hacer la novela, sí. Pero ahora sí que es un capítulo cerrado de mi vida: se acabó hablar del secuestro y de Siria. Este es el punto y final. No tengo que seguir reviviendo otra vez y otra vez y otra el secuestro. Ya hace diez años, tronco. Ya está bien.
P: ¿Es más fácil contar una historia así desde la novela que desde el ensayo?
R: Sí. Para mí es mucho más sencillo porque puedo jugar con la línea de la ficción, que es algo con lo que, en el ensayo, no puedes jugar. He querido que mucha más gente entienda nuestra profesión y, sobre todo, qué es lo que ocurrió en Siria. En mi opinión, se contó muy mal esa guerra. No supimos hacerlo bien. O no se puso toda la carne en el asador como, por ejemplo, se hizo con Ucrania.
P: La cobertura de Gaza, ¿cómo la ve?
R: En Gaza, quienes están informando son los activistas gazatíes. Llámalos, si quieres, periodistas. Pero no hay medios internacionales, estamos con los ojos vendados. Y es lo que pasaba en Siria: llegó un momento en el que sólo éramos dos o tres periodistas internacionales en una ciudad de 2,5-3 millones de personas.

P: Vamos acabando, Antonio. La guerra de Siria le robó la inocencia, pero ¿qué le regaló?
R: Me regaló un nombre dentro del periodismo y me regaló a mis mejores amigos. No está mal. Por eso te digo, es que fui muy feliz, a pesar de todo lo que vivimos y todo lo que sufrimos. Porque sufrimos mucho, mucho, cubriendo esa guerra.
P: ¿Usted empatiza con las víctimas?
R: Llega un momento en que tienes tal nivel de brutalidad y de dolor enfrente, que ni siquiera la cámara es un parapeto. Empatizaba tanto con lo que estaba viendo que seguía sin entender en mi cabeza por qué no se paraba aquello. Empatizo con el dolor de los demás. Los muertos son muertos, pero sí me afecta ver a madres llorando sobre hijos, a hijos llorando sobre sus padres… eso me afectaba muchísimo. Y todavía me sigue afectando.
P: ¿Le afectó mientras escribía Cowboys en el infierno?
R: Sí. Para preparar este libro, busqué una fotografía de un bebé. Hasta ahora no me había dado cuenta de que era una niña: como estaba carbonizada, no me di cuenta de que tenía pendientes. Me fijaba en el pañal, en cómo tenía la vía…, amplié para mirar en detalle, le vi los pendientes y pensé: "Ostras, podría ser mi hija". Y me puse a llorar en mi casa yo solo. Creo que si eres una persona con un muro, no transmites al lector. Y si no transmites, ¿qué sentido tiene que estés ahí?
P: Por cierto, ahora, durante la promoción, ¿le han entrevistado de algún medio de esos que le enviaba a la guerra sin seguro de vida y por 30 euros brutos por pieza?
R: Efectivamente, y me ha sorprendido. Me sorprendió hacer una contraportada en un periódico que a mí y a José Manuel López nos pagaron 35 euros en 2012 en Alepo. 35 euros brutos y a dividir. No 35 para el escritor y 35 para el fotógrafo: 35 para los dos.

P: Para finalizar, recurro a Orwell: "Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado". ¿Quién controla el relato de la guerra de Siria?
R: Las mismas personas que me secuestraron. Se han cortado las barbas, se han quitado el turbante y se han puesto un traje con americana, y ahora resulta que son personas que hablan de democracia cuando, obviamente, no quieren democracia. Los medios occidentales se olvidaron de Siria hace mucho tiempo. Estuvieron en la caída de Bashar al-Ásad y no han vuelto a aparecer, a pesar de que esa misma gente que controla el relato está haciendo una limpieza étnica en las zonas de Latakia y Tartus, que es donde está la gente que apoyaba el régimen de al-Ásad, que son chiítas y alawitas. Ellos controlan el relato. Porque no hay periodistas.
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