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Falete también le da al bolero

El cantante se ha vestido con kimono japonés para la portada de su último disco.

El cantante se ha vestido con kimono japonés para la portada de su último disco.
Falete

Contemplando la portada de su último y reciente disco, Sin censura, más de uno habrá pensado si era realmente el sevillano Rafael Ojeda Rojas o un guapo y maquilladísimo luchador nipón de sumo. Y sí, es el auténtico y siempre original cancionero Falete en un guiño fotográfico para la posteridad. Cuando formando parte del elenco de aquella gran especialista en bulerías que fue La Paquera de Jerez conoció Japón, volvió entusiasmado. Viaje del que recordaba cómo en el aeropuerto sorprendió a aquélla cargada con varios botes de plástico... llenos de pescaíto frito, chacina, más una neverita con cervezas. Por si se cansaba del sushi. Y eso que entonces las compañías aéreas daban gratis comida y bebida.

El caso es que, en su quinto disco, Falete nos ha sorprendido también con un giro en su repertorio, que ya no es de copla, aunque no vaya a abandonar el género. Ahora canta boleros y rancheras. Sin censura, El que la hace la paga, Me estás pidiendo mucho, Sexo, son algunos de los temas más sobresalientes, con acompañamiento orquestal y de mariachis. En el fondo, aquella copla que Rafael de León definió como una pieza teatral en tres minutos, con exposición, nudo y desenlace, tiene claras similitudes con los argumentos de boleros y rancheras. Falete ya era hace tiempo a la canción española lo que Olga Guillot, por ejemplo, fue al bolero. Pasión y desgarro. Un mar de azogue. Él ha cantado siempre al amor desesperado, al desbocado sentimiento, a la traición y al odio, a la absoluta entrega. Cuando expresa esas historias con su voz doliente parece que en ello le fuera la vida. Hay -cierto-, desmesura en ello. Pero ¿no es a veces nuestra existencia un gran pozo negro, un abismo del que tanto nos cuesta salir? Ahora está de gira para dar a conocer esas novedades. Y ha actuado esta semana en el madrileño teatro de La Latina, el feudo de Lina Morgan.

Si aquel modesto pero gran cancionero Tomás de Antequera era tan flaco como un galgo, Falete es lo opuesto a lo enteco: rebosa frescura, salud, y diríase que presume de cuerpo serrano cual un feliz modelo para el colombiano Botero. Dulzón cuando quiere. Con el salero sevillano preciso, sin caer en la caricatura de la gracia; y con una pizca de mala leche, que le vienen bien a esas letras de boleros con toque aflamencado en las que la historia rezuma despecho, desdén o desafío amatorio. Domina la parafernalia gestual de los artistas melodramáticos. Cuida la puesta en escena. Y elige con cuidado su vestuario. No era necesario que proclamara en su día su más que notoria condición sexual. Pero tampoco va de mariquita loca por la calle. La voz le sale a borbotones, como un torrente, y la aplica con maestría para acentuar aquellos pasajes que precisan del exacto matiz interpretativo. Como lo hizo siempre Marifé de Triana. Como así lo expresaba Rocío Jurado, que vienen a ser espejos en los que alguna vez se miró, para no caer ya en el mimetismo.

Su padre era Falín, el de Los Cantores de Híspalis. A los diecisiete años se echó al monte de la copla y debutó como profesional cantándole a Micaela Flores La Chunga. En enero próximo cumplirá treinta y cinco años. Ha pregonado por esas televisiones del comadreo antiguos amores rotos, heridas del corazón para consumo de cotorras. Es lo que menos me gusta de él. En vez de perder el tiempo expuesto en esos debates debiera centrarse siempre en su arte, que lo atesora, para derramar con su voz de miel mezclada con acíbar todo ese temario que tan bien domina: el alma de la copla.

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