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Creadora de 'La vida en rosa'

Medio siglo de la muerte de Edith Piaf

Fue la creadora de "La vida en rosa", "Milord", "Himno al amor"…

Han transcurrido cincuenta años de su desaparición –se cumplen este 11 de octubre- y, en Francia al menos, sus discos siguen reeditándose, se publican libros y reportajes biográficos, o se reestrena alguna de las nueve películas basadas en su vida y en definitiva su memoria sigue viva. Muchos franceses la consideran un mito eterno. Edith Piaf cantó al amor desesperado y trágico; conmovía con sus historias de personajes callejeros. Ella conoció muy bien desde su triste infancia lo que es vivir en el arroyo, mientras entonaba tristes melodías en las esquinas de París. Abandonada por sus padres, cayó en manos de macarras y rufianes de barrio. La apodaron "La Môme". Edith era como un pajarillo de la calle; mejor un gorrión. Ella fue popularizando sus canciones, a partir de su primer disco fechado en 1936. Cantaba sin micrófono, lo que exigía tener mucha voz y buenos pulmones. Cambiaba de amantes y derrochaba su fortuna, entre los vapores del alcohol y luego las drogas. Pero, hasta poco antes de morir, con sólo cuarenta y siete años, menuda de estatura (medía un metro y cuarenta y dos centímetros) y pesando apenas cuarenta kilos, vistiendo normalmente de luto en el escenario, estremecía con su doliente, estremecedora voz.

Paul Meurisse (que era cantante y actor, el inquietante protagonista del filme Las diabólicas) fue uno de sus primeros amantes. Le siguió Yves Montand, cuando sólo lo conocían actuando en Marsella y Edith lo aupó a primera figura, moldeándolo como una escultura. Lo hizo siempre con casi todos sus amores. Así era feliz, mientras escribía la letra de "La vie en rose", una de sus más célebres melodías. Su eco llegó a los Estados Unidos, donde Bing Crosby y Frank Sinatra hicieron exquisitas versiones. Para otra, "Et pourtant", tomó una frase de la obra de Jean Anouilh, "La sauvage". Montand ya volaba por su cuenta y ella encontró otros sustitutos en su corazón. Pero ninguno como el campeón del mundo de boxeo Marcel Cerdán. Fue el hombre de su vida. Un trágico accidente de aviación truncó aquella apasionada pareja. Desolada ante la desaparición de su idolatrado amigo, nunca lo olvidó, dejando para la posteridad una melodía sentimental cuya letra pergeñó con dolor y bellos recuerdos: "Hymne à l´amour". En 1952 se casó por primera vez; él era un compositor llamado Jacques Pills, con quien convivió cinco años. Llegarían otros éxitos en la década de los 50, como "Padam, padam", "Bravo pour le clown", "La goulante du pauvre Jean"… En toda Francia la adoraban. Y también en los Estados Unidos, especialmente en Nueva York. Hizo una gira por algunas capitales sudamericanas. En Lima escuchó un día cierta música a ritmo de vals y aire folclórico, que le encantó. Llevaba letra de Ángel Cabral y música de Enrique Dizeo: "Que nadie sepa mi sufrir". Ella mandó modificar el texto (lo firmaría Michel Rivegauche, seudónimo de un descendiente de españoles, Mariano Ruiz), que acabaría conociéndose como "La foule"; es decir, la multitud.

Entre tanto, iba viviendo nuevas sensaciones amorosas. Al griego Georges Moustaki lo descubrió en una "boîte" de Montparnasse. En pocas horas eran amantes y ella, como otras veces, fue puliendo sus defectos llevándolo en sus giras hasta procurarle el éxito. Él, componía. Y al menos, para corresponder a cuanto Edith le dio, brindóle una hermosa canción: "Milord". Eddie Constantine fue su posterior amante de turno. Rentabilizó bien su mediocre carrera de vocalista para triunfar después en el cine repartiendo mamporros. En cambio Charles Aznavour no se encamó con la Piaf, de la que fue su chófer, pero aprendió mucho a su vera para luego ser un compositor e intérprete maravilloso. La década de los 50 se esfumaba entre triunfos y desgracias para aquella mujer, de la que el sensible escritor Jean Cocteau había dicho: "Es como el ruiseñor en abril, que sufre y se ahoga, cae, saca fuerzas, vocaliza, conmueve". Edith Piaf fue víctima de cuatro accidentes de coche, tuvo una tentativa de suicidio, padeció cuatro curas de desintoxicación, tres comas hepáticos, una crisis de locura, dos "delirium tremens", siete operaciones, dos bronconeumonías, un edema pulmonar… Bebía con desmesura, tomaba toda clase de calmantes y estimulantes, cocaína… Y el dinero se le escapaba de las manos como si fuera un incesante chorro de agua. Y aún así, volvía a comenzar. El Olympia, templo del music-hall de París, fue el viejo escenario de sus éxitos, el último con un memorable recital en 1961. Ese año había anotado en su discografía, compuesta en su totalidad exactamente de 293 títulos, el más rotundo de todos, "Non, je ne regrette rien", de Michel Vaucaire, letra y música de Charles Dumont. "Soy yo, es mi testamento", dijo a sus autores. La letra, ya saben, dice: "No, no me arrepiento de nada, ni del bien ni del mal, ¡todo me da igual!..." Un año antes de fallecer se casó con un griego, peluquero de profesión, Théophanis Lamboukas, al que rebautizó como Theo Sarapo. El apellido artístico en razón a que en griego significa "Te quiero". Lo convirtió en cantante. Exprimió al máximo su felicidad.

Edith tenía una hermana de padre, Simone Berteaut, que estuvo a su lado la mayor parte de su existencia, a quien le confió en vísperas de agonizar: "Ahora puedo morir tranquila. He vivido dos veces". Conocí a Simone ("Momone" la llamaba Edith), quien me habló así de ésta: " Fuera de su carrera tuvo una vida desordenada, todo lo mezclaba: amistades, pasiones, caprichos, amores… No le importaba dar dinero a los hombres. Creía que dependían de ella. Estaba tan hambrienta de amor que se refugiaba en todos los brazos". No he encontrado referencia alguna para confirmar que Edith Piaf actuara alguna vez en España, pero sí la de un contrato que no pudo cumplir en las Fallas de Valencia de 1963. Envió un parte médico. Theo Sarapo, me comentó cuando lo entrevisté un año más tarde: "Tenía que estar muy enferma para no cantar". Él era veinte años menor que Edith y me confesó asimismo: "Dejó al morir muchas deudas, que ahora he de ir pagando". Sacha Guitry, el reconocido dramaturgo, expresó muy bien la personalidad de aquella extraordinaria mujer: "Su vida fue tan triste, que resulta demasiado hermosa para ser cierta".

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