Todo comenzó en una humilde casa de madera en Tupelo, Mississippi. Una familia de clase baja asistía a un parto complicado y trágico, en el que Gladys Love Smith Presley daba a luz un primer bebé que fallecía casi en el acto: su nombre era Jessee Garon. Unos minutos después, su hermanito pequeño le sobrevivía, y mostraba al mundo por primera vez aquella voz que cambiaría la historia de la música popular moderna. Elvis Aaron Presley.
El chico celebraría pocos cumpleaños en aquella población del Sur, algunos de los cuales los pasó marcado por la ausencia de su padre (encerrado en prisión durante un tiempo por falsificar un cheque), y la creciente adoración por Gladys, sostén de la familia por aquellos días. Pero de los muchos cumpleaños que vivió El Rey, quizá el más importante fue el de 1946: a la edad de once años, el pequeño Elvis recibía como regalo una guitarra con la que empezar a dar forma al crisol de músicas que rondaban por su entorno y su cabeza. El instrumento, que costó la suma de 6’95 dólares, fue una de las mejores inversiones del siglo veinte.
Con aquel regalo, y merced al góspel que escuchaba en la iglesia, el country que sonaba en la radio y el blues que rodeaba el vecindario, se fraguaba el estilo que iba a redefinir la música: el Rock and Roll. Dos años después de recibir su regalo, Elvis se mudaba con su familia a Memphis, donde le esperaba su destino, personificado en el productor Sam Philips, de la casa de discos Sun Records. Aunque la revelación no llegaría hasta el mes de agosto de 1953, cuando el joven, reconvertido a camionero tras terminar el instituto, se encaminó a la oficina de grabación del sello para grabar dos canciones y dárselas a su madre como regalo (como no) de cumpleaños.
De aquel primer encuentro, Philips sacó en claro que el chico tenía algo más que la mayoría: tuvo el presentimiento de que aquel podría ser el artista que había estado esperando. El chico blanco que cantaba con la voz de las raíces de la música afroamericana. El que podía unir razas diferentes en un único público y sacar toda la rabia, sensualidad y crudeza que habría de definir para siempre al rock. El momento no se hizo esperar, y tras algunos singles de éxito, como el célebre That’s all right (mama), que tomaba prestado del bluesman Arthur Big Boy Crudup. Pero el verdadero despertar de El Rey llegaría con sus apariciones en la televisión, en la que mostraba una presencia escénica llena de sexo y expresividad, acentuada con unos movimientos pélvicos que escandalizaron a los más tradicionales y volvieron loca a la juventud. La estrella audiovisual revolucionaba los Estados Unidos y extendía su mensaje por el mundo.
Todo ello motivó la búsqueda de una plataforma de lanzamiento más grande, y su contrato fue comprado por el gigante discográfico de RCA, que editaría su icónico primer álbum, el disco que daría lugar a miles de imitadores y millones de fans. Un disco seguido por la avalancha de películas, sencillos y LP’s que lo convertían en el icono de la década de los cincuenta. Es inútil tratar de nombrar una sola canción de este período, y basta con decir que trece de sus temas y cinco de sus discos llegaron al número uno de las listas americanas en menos de cinco años.
Al mismo tiempo, Elvis no fue una estrella típica: por ejemplo, sirvió en el ejército en mitad de su meteórica carrera (aunque la verdadera guerra la pasó al conocer la muerte de su madre, acaecida en ese período), y pasó de la música al cine con total soltura, al tiempo que conseguía ganarse la admiración de muchos artistas clásicos que le detestaban en sus primeros días. Si bien los años sesenta no le tratarían tan bien en lo musical como ocurrió en la década anterior, Elvis seguía siendo el referente incuso para aquellos que le habían desplazado de las primeras posiciones, como era el caso de The Beatles. Y justo en el apogeo de los de Liverpool, Elvis volvía por todo lo alto: en 1968, y coincidiendo con el nacimiento de su hija, el artista reaparecía embutido en cuero negro para destrozar cualquier ataúd posible. Comenzaba así su vuelta al estrellato y su leyenda en los escenarios de Las Vegas. De sus últimos años, poco vamos a decir que no se haya escrito ya. Preferimos quedarnos absortos en su música, aquella que le colocó como la figura más grande del Rock and Roll. Un ídolo que, allá donde esté, debe saber ya que su relevo nunca llegará: sólo ha existido un Elvis. Ochenta años contemplan ya su milagro.