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Triunfo, tragedia y olvido en la vida de Conchita Bautista

Fue la primera española que participó en Eurovisión. La muerte de su única hija, de 17 años, la dejó sin ganas de cantar una temporada. 

Fue la primera española que participó en Eurovisión. La muerte de su única hija, de 17 años, la dejó sin ganas de cantar una temporada. 
Conchita Bautista, en 1961 | Cordon Press

Celebra Conchita Bautista este jueves, 27 de octubre, su ochenta cumpleaños en la intimidad de su residencia madrileña, un piso confortable, amueblado con buen gusto, sito a espaldas del conocido edificio de las Torres Blancas, frente a un parque y unas luminosas vistas. Ganó la cantante sevillana dinero suficiente en sus años de apogeo, mitad de los 60 y los 70 y 80, como para vivir hoy desahogadamente, retirada desde finales del siglo anterior; sin añoranzas de los escenarios, las giras, los festivales, los discos… Es consciente de que su nombre está hoy olvidado para muchos, en particular como es lógico de las nuevas generaciones. Pero sin acritud alguna comenta que ella fue una estrella en su tiempo, y además la primera cantante en presentar programas de televisión, faceta hasta entonces encomendada sólo a locutoras o a alguna actriz.

Representó a RTVE por primera vez en el Festival de Eurovisión. Fue en 1961 cuando apenas podía contarse un millar de receptores en toda España. En aquella televisión en mantillas, sus directivos consideraron que fuera ella quien acudiera a un certamen de música ligera en competencia con artistas de otros países europeos. Y Conchita Bautista, hasta entonces intérprete de coplas, acudió a defender la pieza "Estando contigo", que a ritmo de moderna balada tenía en la voz de la cantante andaluza un acento especial, emparentado desde luego con el estilo folclórico, pero sin bata de cola, que ella sólo lució por otra parte una sola vez en su carrera.

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Fue una adelantada de la copla; una pionera que modernizó la llamada canción española, o andaluza. Y lo hizo en aquella ocasión para todas las televisiones de nuestro continente en un escenario de Cannes. El compositor era Augusto Algueró, que de buena gana hubiera dirigido la orquesta del Eurofestival, como en alguna posterior ocasión. Pero aquel día le era imposible porque… se casaba en Zaragoza con Carmen Sevilla. La paisana de Conchita Bautista, muy amigas, le prestó uno de sus vestidos. Era algo escotado y los rectores de Televisión Española, velando siempre por nuestra moral, la convencieron de que debía llevar una mantilla encima de sus hombros. Muy española prenda. Y de paso, se garantizaba que nuestra representada no enseñara más de la cuenta.

Ya ven cómo se las gastaban hace cincuenta y cinco años nuestros censores. Quedó clasificada en novena posición, a mitad de la tabla. Por cierto: aunque grabó con moderado éxito aquella melodía, lo cierto es que la versión de Marisol fue la que más se divulgó. La repescaron cuatro años después, en 1965, cuando volvió a Eurovisión con un más movido tema titulado "¡Qué bueno, qué bueno!".

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No estaba mal, Conchita Bautista tuvo una aceptable interpretación, pero quedó clasificada la última: cero points. Y volvió a Madrid con una cara larguísima. Sólo acudió a un par de certámenes musicales posteriormente, en uno de los cuáles, celebrado en Sopot (Polonia) hizo un excelente papel con otros representantes españoles, al punto de que la contrataron para una gira por aquel país, sin saber una "papa" de polaco. Españoleando con sus canciones alegres: rumbas, sevillanas, pasodobles… Hay una de ellas, "Nardo y luna", que Conchita Bautista la bordó. Siempre tuvo una privilegiada garganta, potencia suficiente de voz, buen gusto, jamás chabacana. E insistimos, que es lo importante en su estilo: modernidad, sin apartarse del todo de la copla clásica.

Trabajadora siempre desde que era una chiquilla y actuaba en una compañía juvenil cobrando cinco duros en los años 50. Luego, el gran Pepe Pinto la contrató por ciento setenta y cinco pesetas diarias. La radio, que era el vehículo entonces más apropiado para que una joven intérprete divulgara su repertorio, le sirvió de trampolín en los primeros tiempos de aquella década, a punto ya de que acabaran las cartillas de racionamiento de la postguerra. En "Conozca a sus vecinos", inicialmente desde Sevilla y ya en Madrid en Cabalgata Fin de Semana Conchita Bautista se fue haciendo popular.

Primeras decepciones

Después vendría el cine, aunque nunca en papeles principales, que se los reservaban Luis Mariano, Carmen Sevilla, Juanita Reina… En La venganza, año 1957, contaba que tuvo un revolcón con el actor Manuel Alexandre, escena que la censura mutiló. Ocurriría que, detrás de las cámaras, Conchita Bautista tuvo otro revolcón, de verdad, no ficticio como el otro, en brazos del galán de la película, Jorge Mistral, que se prendó apasionadamente de la sevillana. Cuando pocos años después este buen actor valenciano entró en una fase desquiciada a merced de las drogas y se pegó un tiro en México que acabó con su vida, Conchita sufrió un duro golpe porque estuvo muy enamorada de aquel excelente galán cinematográfico.

Otra decepción se llevó después cuando rodando La novia de Juan Lucero, aquel mismo año, el protagonista de la película se enamoró locamente de ella. Era el popular rejoneador Ángel Peralta. Pero la historia duró poco tiempo y no siendo ella mujer de repentinos y fugaces idilios, prefirió no repetir experiencias parecidas. Que se sepa, no las tuvo de cara a la opinión pública. Si mantuvo otras relaciones –se insistió que las tuvo con el cómico de un dúo– nunca las confesó. Dentro de sí, discreta por lo general en su comportamiento, ocultaba un secreto que si lo supo algún periodista no quiso revelarlo. Sencillamente porque Conchita Bautista lo mantenía para sí, cerrado su corazón a cal y canto; sellada su boca para airearlo. Hasta que un día creyó conveniente que se supiera: era madre soltera. Serlo entonces en la España de los años 60 y parte de los 70, no era algo bien visto por la sociedad de ese tiempo. Y siendo una artista conocida no parecía conveniente que fuera del conocimiento de la gente. La joven era preciosa: morena, de ojos grandes, muy educada…

El golpe más duro de su vida

Se llamaba María del Mar. Jamás la cantante quiso desvelar el nombre del padre. Fue fruto de una relación que mantuvo con un empresario, hombre casado, que no pudo o quiso resolver aquella situación, dejándola sola y con aquella niña. Era el año 1958. Afortunadamente, ya por entonces ganaba lo suficiente para hacer frente a aquella circunstancia. Apenas unas semanas después de anunciar la existencia de María del Mar, poco tiempo de que orgullosa de ella Conchita Bautista se hubiera decidido a presentarla en las páginas de las revistas, María del Mar fallecía de repente, víctima de una implacable leucemia.

Desde el día de su muerte Conchita Bautista ya fue otra. Una mujer diferente, sin ganas de cantar, de vivir incluso. Terminaría unos meses después reapareciendo, animada por sus familiares y amigos, en la creencia de que cantando hoy aquí y mañana allí, su mente se iría despejando. Pero, por mucho que pudiera beneficiarle estar alejada muchos días del hogar donde había convivido diecisiete años con aquella dulce chiquilla, la cruel puñalada de su muerte jamás desapareció de su dolorido corazón, de su permanente recuerdo. Aún hoy, María del Mar está siempre presente. En el comedor de su casa sigue colgado un cuadro de gran tamaño con el retrato pintado de su querida hija.

Pasados los años 90, cuando la copla tras más de dos décadas estaba arrinconada y casi semiolvidada, Conchita Bautista seguía evocando en sus galas su habitual repertorio, el que mantuvo durante más de cuarenta años. Y cuando percibió que su voz ya no era la misma por el inclemente paso del tiempo, decidió retirarse. Sin anunciarlo, en silencio, poco a poco, cumpliendo sus últimas actuaciones. Era 2005. Había cumplido una meritoria carrera musical. Fue una figura en su género. Y una mujer que supo conllevar el triunfo, luego su tragedia imperecedera y finalmente el olvido. Con dignidad siempre.

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