Para hablar de Stephen Sondheim no hacen falta motivos, solo excusas. Su 90 cumpleaños servirá para que, momentáneamente, se hable un poco de él en nuestro país. No se ha representado lo suficiente en España su obra, por lo general compleja, de difícil adaptación, poco espectacular y nada dada a efectismos. Poco comercial, en definitiva.
Acaso sea Sondheim (Nueva York, 1930, único dato biográfico que aquí vais a encontrar) el compositor-letrista que menos melodías tarareables haya aportado al género musical. Sus canciones no son tan pegadizas como las de Rodgers & Hammerstein, elegantes al nivel de Lerner & Loewe, sensuales como las de Kander & Ebb o arrolladoras como las de Lloyd Webber –desde luego sí más inteligentes-. No son nada de eso, no se retienen a la salida del teatro o del cine. En este viaje a través de su obra, con tres paradas temáticas, os contaremos lo que sí son. Ni fechas, ni premios. Solo música.
La neurosis
Varias de los personajes de Sondheim necesitarían, más que un apuntador, un psiquiatra. Si no introdujo los desequilibrios mentales en Broadway, desde luego los fomentó. El mítico "Gee, officer Krukpe" de West Side Story – solo aportó las letras, la música era de Leonard Bernstein- es el primer gran ejemplo: los chavales protagonistas ironizan sobre su inadaptación y cómo han sido derivados de especialista en especialista sin encontrar solución a sus problemas. En Company, una creación ya 100% Sondheim, la inestabilidad alcanza a todo el abanico de personajes, neuróticos, acomplejados, asfixiados por la soledad o el matrimonio: con bazas suficientes, por tanto, para aconsejar al alienado protagonista, Bobby. El catálogo de fobias y filias y el escenario neoyorquino lo acercan al universo de Woody Allen.
La conclusión, no obstante, es conservadora: el personaje central decide que necesita la compañía del título: "Alguien que te abrace muy fuerte / alguien que te hiera intensamente/ que te haga sentir que estás vivo". "Being alive" es una de sus canciones emblemáticas, y gran favorita en los casting de las compañías musicales.
También pide a gritos una sesión en el diván el gran personaje femenino de Sweeney Todd, Mrs. Lovett, una de las más geniales creaciones del género. Esta dama de los bajos fondos de Londres es retorcida y deliciosa: no tiene problema en camuflar los cadáveres perpetrados por su amado en pastelitos de carne, pero a lo que realmente aspira es a compartir una casa con él con vistas al mar. "Una mujer sola/ de recursos limitados…", canta en su presentación.
El humor negro de este thriller romántico musical que Tim Burton adaptó con esfuerzo pero poca chispa también se encuentra, contaminado –para bien- por el filtro de los hermanos Grimm en Into the Woods. Entre los atribulados habitantes de su mágico reino encontramos a una Caperucita que reconoce alegremente que su abuela "podría estar ya muerta", los hermanos de sangre azul cuya autoestima se tambalea cuando una doncella se les resiste por primera vez y la bruja, la joya de la corona, que ante las acusaciones de su hija de haberla retenido en una torre, obligado a vivir en la miseria y haber cegado a su amado, únicamente sabe responder: "Solo intentaba ser una buena madre". Puro Freud.
Composición y descomposición
La industria americana de los musicales es como la del cine: hace tiempo que se quedó sin ideas. Ante ello, recurre una y otra vez a películas, a libros, a personajes reales, a biografías de cantantes o grupos… Stephen Sondheim, siempre rodeado de buenos libretistas, ha recurrido a fuentes de lo más singular: A Funny Thing Happened On the Way to the Forum –o, según su título cinematográfico en España, 'Golfus de Roma'- bebe de las farsas de Plauto; Sweeney Todd tiene su origen en una popular y sangriento personaje británico cuya existencia aún se duda; en cuanto a A Little night music, adapta nada menos que una cinta de Bergman –si bien una de las más accesibles: "Sonrisas de una noche de verano".
Hablamos de composición y descomposición porque Sondheim no ha dudado en deconstruir, cual chef, escenarios, tramas y personajes. En el segundo acto de Follies, drama nostálgico sobre la demolición de un teatro, la escenografía se descompone y los protagonistas viven una suerte de regresión: vuelven a lugares, a estados emocionales y a canciones de una época anterior. En uno de los gags más tronchantes de Into the Woods, los personajes obligan al narrador a introducirse en la historia y, hartos de que describa sus miserias, le ofrecen como aperitivo a una giganta. Y más aún: Sunday in the park with George es la minuciosa descripción del proceso de creación de una pintura neoimpresionista, Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte, de Georges Seurat. Stephen Sondheim no siempre ha sabido ganarse el favor del público, pero ha innovado todo lo posible en un género que acepta reinvenciones muy de vez en cuando.
El desgarro
Hay una máxima sobre los musicales que hasta los acérrimos deben admitir: son peores cuantas más veces el coro grita la palabra ‘¡amor!’. No por renovador y desengañado –todo apunta a que su vida sentimental no ha sido un camino de rosas, aunque esa es otra historia- ha dejado Sondheim de componer grandes temas románticos. Una de sus obras más recientes, sin ir más lejos, se titula Passion. Pero no han sido sus personajes amantes complacientes y felices. Hay mucha autocompasión y desesperanza, desgarro, en definitiva. Es esta su faceta Leonard Cohen, donde la música, aunque bella, es siempre secundaria, y hay letras que alcanzan la categoría de poemas. Nunca en el género se había hablado con tanta verdad. Recordemos a la pareja de West Side story, cuyo final todos conocemos ."Dijiste que me querías/ ¿o solo estabas siendo amable? /¿O estaré perdiendo la razón?" se lamenta la Sally de Follies, en una recordada canción que sedujo hasta a los Pet Shop Boys. La alcohólica Joanne de Company entona una oda a aquellas mujeres de maridos invisibles, cuya vida y juventud se descomponen: "Este brindis va por las que juegan el papel de esposas/ ¿No son lo más?/ Cuidan su casa y se agarran a una copia de la vida".
Y entonces llega "Send in the clowns", la célebre canción que no puede faltar en cualquier repertorio. Como "Memory", pero para intelectuales. La encontramos al final de A Little night music. Su letra sigue siendo un misterio, pero viene a describir los sentimientos de Desiree, la protagonista, una actriz que en el ocaso de su vida se niega a concederse una segunda oportunidad, y casi al momento, una vez esta se ha esfumado, se lamenta de su decisión. ¿Y los payasos mencionados en el título del tema? Dejemos que cada uno saque sus conclusiones, y agradezcamos a Sondheim esa duda, esa intriga personal, que es lo que nos hace sentir vivos.