Escuchando Curso de levitación intensivo, el undécimo disco de estudio de Enrique Bunbury, me acordé de algo que escribió Karl Ove Knausgård en uno de los volúmenes de su obra Mi lucha. Sostiene el autor noruego que la belleza es un problema porque “implica una especie de esperanza”, proporcionando “valor a lo que no tiene valor, sentido a lo que no tiene sentido”: “Indefectiblemente es así. La soledad descrita de un modo hermoso eleva el alma hasta las grandes alturas. Y entonces ya no es verdad, porque la soledad no es hermosa, la desesperación no es hermosa”. Sin embargo, esa belleza no verdadera “es buena” porque proporciona consuelo y alivio.
El paisaje en el que brotan las diez canciones que conforman Curso de levitación intensivo no es edénico, sino un “zoo disfuncional” en el que reinan las serpientes constrictoras y en el que al disidente se le fusila en un paredón digital. “El día de mañana” será, perdón, es una distopía blanca, aparentemente amable, pero artificial, pomposa y terrible. Los “Malditos charlatanes” no son carne de cantar de gesta o de evangelio, sino de sátira despiadada. Pese a ello, Bunbury aporta esa “especie de esperanza” de la que hablaba Knausgård, ese “consuelo”, ese “alivio”, esa salida de emergencia hermosa, personalísima, íntima, crítica, musical e intelectual –que no pedante–, tirando de oficio, haciendo lo que mejor sabe hacer: gestando y pariendo, en tiempo récord –cabe recordar que su anterior LP, Posible, vio la luz en mayo–, un álbum magnífico.
La transición sonora que va de Posible a Curso de levitación intensivo no es radical: la electrónica sigue siendo clave, si bien, en la atmósfera del disco, hay un contraste orgánico mayor que se nota, sobre todo, en las guitarras de Jordi Mena y Álvaro Suite, menos sintetizadas y tratadas que en el trabajo que le precede, y en el bajo de Robert Castellanos, que adquiere mayor importancia en todo la obra. Con brocha gorda, se podría decir que Curso de levitación intensivo es un disco de rock, alternativo, mercúreo y, como en toda su obra, mutante; hilando con más finura, y he aquí la innovación, el nuevo camino explorado, cabe mencionar una inclinación en las bases rítmicas hacia patrones del afrobeat (en “NOM”, “Pálido punto azul” y “La gran estafa”) y el jazz (en “Tsunami” y “Tenías razón en todo”).
Por su parte, el discurso literario y poético es satírico, feroz y elegante. Si bien hay que tener presente aquellos versos de “Mis posibilidades (Interstellar)” en los que cantaba que “responsable sólo soy / de lo que escribo y digo; / de lo que entiendas, no”, Bunbury prescinde absolutamente de tópicos y eufemismos. El compositor no puede ser más explícito: “El burdel está abierto y te quejas del horario, / quieres vacaciones en prime-time” (“N. O. M”); “Mientras vosotros seguís creyendo / como si fuera el primer mandamiento, / vigilando que nadie se salga del cerco, / como gallinas en el corral” (“Malditos charlatanes”); “En esta escena de vodevil / hay que elegir de quién huir / y con qué ademán / vas a tropezar” (“El momento de aprovechar el momento”). Ante este ecosistema, el cantante advierte: “No te confundas: / cuanto más me limito, más me libero / de la maldición de la grandeza” (“Tsunami”), llama a la humildad y a la coherencia (“Nos guste o no, no hay ningún otro lugar / para nosotros dos / que podamos habitar”, en “El pálido punto azul”) y, resignado, reconoce la derrota, digamos, comunitaria: “Después de todo, uno vive en soledad / y siempre estuvimos solos tú y yo” (“La gran estafa”).
“Artículo de opinión. Comenzamos”: Curso de levitación intensivo arranca con “N. O. M” (Nuevo Orden Mundial). Es una bienvenida enérgica, cruda, con una melodía que encajaría en un western con extraterrestres dirigido por Sergio Leone. El enemigo no es baladí: “El nuevo orden mundial sabe lo que hace y no lo sabes apreciar”. Le sigue la siniestra, irónica y hermosísima “El día de mañana”. El hipnótico estribillo es carne de “Ohrwurm” (concepto alemán que se refiere a esas canciones que se meten en la cabeza y no se van ni a tiros): “Ten cuidado, que mañana / vendrá el día de mañana / y ya verás”. El solo final de guitarra envuelve y eleva. “El precio que hay que pagar” es un rock efervescente y posee un estribillo que hará que la tropa se desgañite en los conciertos (los de verdad, quiere decirse, cuando tengan que celebrarse): “Dame las llaves del Reino / y devuélveme las llaves de la ciudad”. “El momento de aprovechar el momento” es un esto es lo que hay rockero y contundente: “En cautividad hay que saber estar / en lo que hay que estar. (...) Dentro de una pecera nos bebemos todo el mar, / como en un pozo sin fondo / sin saber nadar”. “Malditos charlatanes” es una sosegada, violenta y bella declaración de intenciones: pese a aquellos incapaces de crear “algo de belleza” y sólo tienen “destreza para destrozar”, Bunbury seguirá escribiendo –y, añado, cantando y componiendo– “contra el olvido”. “Tsunami” posee una tensión rítmica que explota en un estribillo poderoso: “Como un tsunami a cámara lenta / el tiempo pasa y cada vez agachas más la cabeza”. “El pálido punto azul” suena épica y urgente, y “Ezequiel y todo el asunto del Big Bang”, electrónica, apacible, irónica, recuerda en la interpretación de su hermoso estribillo a la del clásico “San Cosme y san Damián”: “Para hacer contacto, / para hacer preguntas, / para discutir todo el asunto del Big Bang”. Contagiosa es “La gran estafa”, en la que sobresale el saxo de Santi del Campo, invita a bailar mientras “las circunstancias requieren esta vez / un nuevo modelo, / una nueva ley”. Finalmente, con su alma jazzie, “Tenías razón en todo” es lo más parecido a una canción de amor que hay en el álbum: “Me regalaste la suerte / cuando hacía ya mil años / que vivía en un caos permanente / y nada conseguía acabar”. La pieza revienta con un cambio trepidante sobre el que el aragonés canta: “Mi misión ha concluido / y es cierto lo que digo”.
En definitiva, Curso de levitación intensivo es un cóctel molotov musical cargado de rabia, personalidad y belleza. El undécimo álbum de estudio de Bunbury prolonga una carrera extraordinaria que no requiere ningún tipo de explicación: a los hechos, o sea, a sus canciones, a sus álbumes, a su historia y a su trascendencia me remito. Celebrémoslo quienes le admiramos; quienes le quieren colgar del palo mayor, ajo, agua y resina.