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Raffaella Carrá, un espectáculo de mujer a la que censuraron desde el Vaticano

Su repertorio era, por lo común, intrascendente, pero en otras ocasiones tiró por la calle de en medio provocando a los censores italianos.

Su repertorio era, por lo común, intrascendente, pero en otras ocasiones tiró por la calle de en medio provocando a los censores italianos.
Raffaella Carrá junto a Gianni Boncompagni saludan al papa Juan Pablo II | Cordon Press

Raffaella Carrá está vinculada al mundo de las variedades, que destacó a partir de los años 70 con sus espectáculos de "music-hall". Ella era la estrella, cantando y bailando en compañía de un grupo de ballet. Desde Italia, donde había destacado como presentadora de un programa-concurso de la RAI Canzoníssima, saltó a España, contratada por la cadena Telecinco.

Era una tarde de 1975 cuando hablé por primera vez con ella, a la que acompañaba su compositor exclusivo y a su vez amante, Gianni Boncompagni. Había ya popularizado un par de canciones, lo que vino a ser su introducción musical en nuestro país: "Rumore" y "Felicitá, ta,ta,ta". Contaba entonces treinta y tres años. No me costó mucho entrevistarla. Me contó ser oriunda de Bolonia, estudiante de la Escuela Normal y bailarina: "Quería ser coreógrafa, pero es una carrera larga, sacrificada y mi temperamento es cambiable. Hice teatro y un poco de cine, en contra de los deseos de mi familia, salvo una de mis abuelas, que me animaba mucho a ser artista. Me fui a Los Ángeles, creyendo que podía triunfar en el cine de Hollywood. Logré que me eligieran como coprotagonista femenina de El coronel von Ryan, cuyo primer papel era el de Frank Sinatra. A mí no me gustó el ambiente que se respiraba, así es que volví a Italia. Y entonces me dediqué a cantar".

Evocando aquella época, Raffaella me dijo: "Comprendí en seguida que allí no podría nunca en el cine. Me separaban muchas cosas de la vida americana comparándolas con las europeas. Y eso que yo vivía como una reina en Hollywood porque allí, cuando te contratan te dan trato de diva; nada menos que tres apartamentos a mi disposición en los mismos estudios de rodaje. Con Frank Sinatra me llevé bien: era un hombre educado, encantador, divertido. No me enviaba un ramo de flores diariamente, sino ¡veinte! Pero había algo en él que no me gustaba: iban siempre detrás de él varios guardaespaldas. Me insinuó que mi vida cambiaría de pertenecer a su clan. Que eran de la mafia. Y le dije que no".

Tanto en televisión como cara al público los espectáculos de Raffaella Carrá fueron siempre dinámicos, divertidos, con canciones alegres que pronto llegaron a las listas de éxitos: "Fiesta", "Hay que venir al sur", "Explota mi corazón"…

El repertorio de Raffaella era, por lo común, intrascendente, pero en otras ocasiones tiró por la calle de en medio provocando a los censores italianos. Apareció en un programa exhibiendo su ombligo mientras interpretaba "Tuca, tuca". De su boca sensual se escuchaba un número de teléfono, "53-53-456", con un texto en el que invitaba a las mujeres para dar rienda suelta a sus placeres solitarios. El Vaticano tomó nota de quien resultaba ser una desvergonzada cantante, a la que por poco la excomulgan. No quedó la cosa ahí, porque Raffaella grabó otra canción, "Lucas", en la que contaba la historia de un homosexual. "Una mujer en el armario" era otra de sus canciones prohibidas para los bienpensantes censores. En "Toy boy" daba a conocer los amores de una dama entrada en edad que conquistaba a un galán jovencito.

Mezclando canciones de ese tipo con otras menos subidas de tono, Raffaella Carrá fue conquistando fuera de Italia a públicos de España y de varios países hispanoamericanos. Cobraba al principio en aquellos mediados años 70 medio millón de pesetas, cantidad que aumentó en sucesivas temporadas. Raffaella era la show-woman perfecta. Como entrevistadora de programas en televisión supo establecer una corriente de simpatía con los televidentes. Era ágil con las preguntas, repartía simpatía y sonrisas constantes, a la manera de los grandes espectáculos americanos de Broadway en Nueva York o de Las Vegas. Me contó que en cada actuación perdía kilo y medio de peso. El productor de sus espectáculos arriesgaba quince millones de pesetas. Normalmente, las salas donde actuaba Raffaella ponían el cartel de "No hay localidades". Y no había temporada de TVE o Telecinco donde no se la reclamase para un nuevo programa de variedades con su gentil presencia. Ella se vestía a conciencia, con espectaculares modelos. Y era muy concienzuda a la hora de maquillarse. Un día la sorprendí en su camarín de Prado del Rey, sin maquillar. Para salir corriendo…

Raffaella Carrá siguió manteniendo sus espectáculos y apariciones en televisión hasta hace no mucho tiempo cuando ya la amenazaba una cruel enfermedad. Su vida había sido muy intensa. Se vanagloriaba de haber conocido a muchos personajes, entre ellos Teresa de Calcuta, que accedió a ser entrevistada en uno de sus programas.

Mujer de vida independiente, muy segura siempre ante las cámaras y escenarios teatrales, supo con su quehacer artístico hacer felices a varias generaciones, con sus bailes y pegadizas canciones.

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