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Jesús Fernández Úbeda

Ciudadano Cave

Caramelito para cafeteros, 'This Much I Know to Be True', más que un documental, es un agradecido sucedáneo de concierto.

Caramelito para cafeteros, 'This Much I Know to Be True', más que un documental, es un agradecido sucedáneo de concierto.
Fotograma de 'This Much I Know to Be True'. | 'This Much I Know to Be True'

Los feligreses de Nick Cave (Warracknabeal, Australia, 1957) acudieron este miércoles al cine por eso de que se estrenaba o, más bien, se proyectaba, por vez primera y única –quienes se perdieron la cosa, habrán de esperar al lanzamiento del DVD, si es que sale–, This Much I Know to Be True, el nuevo documental de Andrew Dominik sobre el líder de los Bad Seeds y su escudero artístico, el genial multiinstrumentista Warren Ellis.

This Much I Know to Be True fue rodado en la primavera de 2021, poco antes de que Cave y Ellis, ya libres de los corsés pandémicos, giraran por Reino Unido presentando las canciones de su último álbum, Carnage. De hecho, los músicos que aparecen en la película son los que les acompañaron en este tour, amén de un cuarteto de cuerda y del guitarrista George Vjestica, la única mala semilla convocada para la ocasión, que participa en la magnífica interpretación de la poderosa "White Elephant".

Caramelito para cafeteros, la cinta, más que un documental, es un agradecido sucedáneo de concierto –en nuestro país, sólo actuará en el Primavera Sound de Barcelona, el 4 de junio–. Tiene un mucho de hipnótico y de trascendente ver a Cave bailar como debieron bailar los profetas del Antiguo Testamento y cantar/predicar joyas de su cancionero reciente, como "Bright Horses", "Hollywood", "Lavender Fields" o "Balcony Man". El repertorio de la primera parte de This Much I Know to Be True está integrado por las solemnes, intimistas y emotivas canciones de Ghosteen. Por ellas pulula, discreto, el fantasmita de su hijo Arthur, quien, hace siete años, murió al caerse de un acantilado en Brighton, según parece –el padre lo negó en One More Time with Feeling, también dirigido por Dominik–, puesto de LSD. La segunda parte está vertebrada por piezas de Carnage, en las que hay más luz, electricidad y catarsis. Los temas suenan de maravilla, si bien hay momentos en los que la edición de estos se torna excesiva y se disimula malamente algún que otro playback.

Por otro lado, cabe señalar que ese menú musical tan, insisto, generoso, superlativo y magnético, margina las intervenciones de Cave y Ellis sobre su vida, su amistad y, sobre todo, su relación artística. Los fogonazos, digamos, periodísticos, escasísimos, están cargados de compadreo, lucidez y sentido del humor. El fan curioso/voyeur agradece enterarse de que, durante la pandemia, el cantante se volvió ceramista e hizo una historia del diablo en 18 estatuillas, ver el escritorio imposible del ordenador de su escudero o, sobre todo, conocer cómo paren las canciones. "Pasan muchas cosas terribles –dice Cave– cuando Warren y yo estamos en una sala, pero…". En lo que sigue al pero, nace la belleza.

Además, en This Much I Know to Be True, Cave también habla de su papel cuasi de coach en la web The Red Hand Files, en la que se toma un par de días para responder a "preguntas desesperadas de gente que no tiene a quien recurrir". Contestando a un usuario, se define, más que como músico y escritor, "como una persona, un marido, un padre y un amigo, y un ciudadano que hace música y escribe". Cuenta que "entiende el mundo mucho mejor" y que eso le hace más feliz, si bien, para él, la felicidad no es excesivamente importante. Hace unos días murió otro de sus hijos, Jethro, de 31 años, con quien no tuvo relación hasta que el crío alcanzó la edad de tomar la primera comunión. "Agradeceríamos que se respetara la privacidad de la familia en este momento", señalaba el doliente padre en un comunicado. Esperemos que, como canta en "Spinning Song", la paz le venga a tiempo.

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