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Juan Manuel Sabugo

Hemos perdido para siempre a Mimi Parker, la cantante de la banda perfecta, Low

Alguien definió la música como eso que suena entre cada silencio. Es exactamente lo que Low nos ofrecía en directo.

Alguien definió la música como eso que suena entre cada silencio. Es exactamente lo que Low nos ofrecía en directo.

Cuando me propusieron desde la sección de cultura de Libertad Digital que escribiera sobre la desgraciada desaparición de Mimi Parker, la cantante y percusionista de la banda americana Low (Duluth, Minnesota), pregunté: "¿Estáis seguros? No tendremos ni un pinchazo." Fue la respuesta la que me convenció. "A veces, hay noticias que hay que publicar sólo para que perduren. Sin más. Y ésta, lo merece".

No sé ni que año sería, hace muchos. Era tarde-noche. En un pequeño salón de actos del Colegio Mayor San Juan Evangelista de la Universidad de Complutense de Madrid, el Johnny. Unos recién estrenados amigos nos invitaron a ver un grupo raro. De los que le gustaban a Fer. "Se llama Low, son sólo tres. No te vas a creer cómo cantan. A penas tienen arreglos". No recuerdo si alguno de estos argumentos nos convencieron o simplemente nos apuntamos para no quedar mal.

Me esperaba menos gente, pensé. Un escenario desnudo y pequeño, como de función de fin de curso. Una batería en el centro, con un bombo sin pedal, un charles y una caja, un par de amplis normalitos junto a una guitarra eléctrica apoyada y un bajo en su soporte. La charla amenizó la espera hasta que la luz se desvaneció junto a los murmullos y de entre las sombras aparecieron sus siluetas. Mimi, con su pelo rizado y suelto y un apagado vestido se situó delante de la batería, de pie, cogió la maza y golpeó con fuerza. El bombo retumbó en la pequeña sala. Mis ojos se dilataron y mis oídos se abrieron como ventanas de par en par. Recuerdo ese primer silencio, eterno y perfecto. Todos dejamos de respirar para escuchar cómo el sonido del bombo se desvanecía lentamente, hasta el último de sus armónicos.

Alan, rasgó su guitarra y la ceremonia, entonces sí, comenzó.

Nadie se atrevía a aplaudir hasta que el último acorde se difuminaba. Las voces de Alan y Mimi se entrecruzaban, se cedían y se acallaban. A pesar de disponer de micrófonos se alejaban de ellos para crear ambientes sonoros más propios de un ritual místico que de un concierto. Los temas fueron pasando, desconocidos para mí, sin dejar de sorprenderme en cada instante. Destellos de violencia contenida que daban paso a la paz sensible y simple deambularon durante una hora y media de liturgia iniciática.

Tras esta experiencia, ningún concierto fue igual. Los ví muchas veces. En enormes festivales que les empequeñecían y pequeñas salas que les agigantaban. En una de ellas, recuerdo a la gente chistar al camarero para que no hiciera ruido con los hielos al poner las copas. Traté, mientras los años pasaban, de seguir sus álbumes y sus vidas. Los conocí personalmente, amables, divertidos y sabios. Alan y Mimi Parker eran marido y mujer. Mormones. Sensibles y dados a las depresiones por sentir en primera persona las desgracias del mundo. Trece LPs, casi otros tantos EPs y una gira comenzada en 2022 que ya no podrán finalizar.

Alguien definió la música como eso que suena entre cada silencio. Eso es exactamente lo que Low nos ofrecía en directo. Sus voces no necesitaban de gorgoritos ni de gritos ni de exageraciones. La música es simple cuando es verdadera: afinación, tempo, contención y silencios. Pues bien. Todo esto ya no podrá ser. Con otras bandas podremos decir que no importa, que están sus discos. Con Low no. Con Mimi no.

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