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Cristina Losada

Joaquín Sabina, el desencanto tardío

La primera cancelación cultural masiva fue la que metió aquel torrente loco y desordenado entre los muros grises de la obediencia política.

La primera cancelación cultural masiva fue la que metió aquel torrente loco y desordenado entre los muros grises de la obediencia política.
El músico y compositor Joaquín Sabina posa durante la presentación del documental | EFE

El cantante Sabina dijo el otro día que ya no era tan de izquierdas y el mundo se vino abajo. El mundo de la izquierda farandulera y sus aledaños, por lo menos, que al resto ni le van ni le vienen las veleidades ideológicas de actores y cantantes, salvo cuando hay que padecerlas. Aunque lo cierto es que se padecen con frecuencia. Al confesar que le flaquea un poco la fe política que dice que tuvo, un poco nada más, Sabina se ha hecho acreedor de críticas y burlas de algunos de sus pares y de figuras mediáticas de la izquierda. Lo que dijo tendrá, por tanto, una trascendencia extraordinaria para esa feligresía. Y ha de ser la suya una herejía peligrosa. Como si un cardenal dijera que ahora cree un poco menos en Dios de lo que creía antes.

De Sabina como cantante yo no sé nada, pero de su papel como figura o figurante de la política, algo recuerdo. No está de más recordar que fue uno de los que se embarcaron en lo de la Ceja o "Zeja" de Zapatero. Embarcados o embaucados. Allá en 2008, todos se abrazaron al presidente del Gobierno. No a cualquiera. No a un izquierdista marginal que promete y trata de hacerse un hueco. Esta gente, que va tan suelta, apuesta por lo seguro. Ciertos artistas no son tan locuelos como parecen. No en esto. No a la hora de elegir compañía política. Y nadie se escaquea por la cuenta que le trae. El rebaño no perdona a los que salen del redil.

El asunto lleva otra vez a preguntarse en qué época vive esta izquierda española de la farándula y los medios. Porque si ahí causa algún escándalo decir que el comunismo ha sido un desastre, como dijo el cantante en su confesión de debilidad, es que está muy atrás. Son como los del Comité Central del Partido Comunista soviético: aquellos que a mediados de los 80, mientras ya calentaba en la banda Gorbachov, estuvieron a punto de rehabilitar a Stalin durante la breve etapa de Chernenko. Llevaban demasiado tiempo fuera de la realidad.

Asombroso, en puridad, no es que Sabina diga que ya no es tan de izquierdas como antes, sino que lo fuera. Es representativo de un grupo de artistas y comediantes y, con ellos, de un grupo social, que en su juventud estaban al margen y en contra de la política y más aún de los partidos. Izquierda y derecha eran, ahí, sinónimos. Eran algo viejo, caduco, domesticado, "del sistema". Por eso no cabe decir que las dudas de fe de Sabina son el clásico caso del que fue muy de izquierdas de joven y se modera con la edad. Dejó de ser joven cuando se metió en el redil de la izquierda y se puso a apoyar a un presidente del Gobierno. Es lo mismo que han hecho otros que empezaron siendo tipos que andaban por los bares y acabaron elevados a la fama. El suyo fue un proceso de estabulación. Fue una estabulación generacional que asfixió y liquidó aquella "explosión de libertad" que, de forma sangrante, sigue exhibiéndose con orgullo. La primera cancelación cultural masiva fue la que metió aquel torrente loco y desordenado entre los muros, naturalmente grises, de la obediencia política.

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