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Lola Flores, el gran mito del folclore popular

El nombre de la jerezana continúa estando presente en la memoria de varias generaciones. Era una artista genial, irrepetible en su arte.

El escaparate: 100 años del nacimiento de Lola Flores

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El nombre de la jerezana continúa estando presente en la memoria de varias generaciones. Era una artista genial, irrepetible en su arte.
Lola Flores | Cordon Press

El centenario del nacimiento de Lola Flores ha reafirmado la importancia de su figura, reflejada en la atención que le han prestado diarios, revistas, radios y televisiones. No se recuerda algo semejante con otras estrellas del espectáculo. Y es que el nombre de la jerezana continúa estando presente en la memoria de varias generaciones. Era una artista genial, irrepetible en su arte.

Conviene establecer la dimensión de su personalidad artística. Se la ha descrito generalmente con un exceso de tópicos rayanos en aquello de "la España de la pandereta". Cuando no con chismes acerca de sus amoríos extraconyugales. Pero Lola Flores era mucho más, como nos consta por los escritos que le han dedicado desde estudiosos de su personalidad artística a intelectuales. Sus espectáculos no eran solamente para entretener: en muchos de ellos latía un trasfondo de nuestro folclore tanto más culto como popular. No digamos sus canciones y bailes, no siempre de contenidos superficiales.

El nacimiento de Dolores Flores Ruiz sucedió el 21 de enero de 1923. Una fecha alterada por ella misma cuando falsificó el dígito final añadiéndole burdamente medio círculo para convertirlo en otro, de modo que parecía haber llegado al mundo en 1928, edad que figuró mucho tiempo en artículos periodísticos y hasta en enciclopedias. La coquetería de una estrella como ella podía justificarlo. Hasta que a comienzos de la década de los 90 del pasado siglo fui al Registro Civil de Jerez de la Frontera, su ciudad natal, y obtuve una fotocopia del propio libro donde había sido inscrita, cuando por lo general, al solicitar esa prueba de natalidad el funcionario de turno extiende una copia, no la fotocopia original, donde se eliminan algunos datos.

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Partida de nacimiento | M.Román

Esa fotocopia que conservo y reproducimos hoy aquí reza que se procede a inscribir el nacimiento de una hembra ocurrido a las seis del día dos de febrero de mil novecientos veintitrés. Lola siempre celebraba su aniversario en familia, pero el día veintiuno. ¿A qué se debe ese aparente galimatías? No hay otra explicación que ésta: a los padres de la recién nacida "se les pasó" la fecha para registrarla como marca la ley y se presentaron el día cinco de aquel mismo mes mencionado por ellos, optando por declarar que la niña había nacido tres días antes, para no incurrir en una falta. Pero Dolores Flores Ruiz, en realidad, ya había cumplido quince días. Una simple anécdota para que se comprenda el equívoco leyendo la partida de nacimiento, donde se dice que éste se produjo en la calle del Sol número cuarenta y cinco, hija legítima de Pedro Flores Pinto y Rosario Ruiz Rodríguez, de veintiséis y veintidós años de edad, respectivamente, domicilio sito en el centro de Jerez de la Frontera. Allí, en 1957, se descubrió una placa colocada en la pared de piedra con el rótulo que hace mención a ello.

Si bien Lola, recordaba que creció en el barrio gitano de San Miguel. Y que en el despacho de vinos de su progenitor, en el mismo edificio, ella comenzó a bailar y cantar ante sus padres y algunos clientes, a la edad de cinco años. No olvidaría nunca que por allí iban de vez en cuando Manuel Torre, la Macarrona, el Chaqueta, legendarias figuras del cante flamenco, que dejaron en ella un inmarchitable recuerdo: "Aprendí a caminar bailando". No levantaba dos palmos del suelo y ya las bulerías "le quitaban el sentío". Transcurría su adolescencia, cantaba y bailaba en bodas, bautizos y primeras comuniones. Tenía cuerpo de mujer en su alma de niña. Demasiado desarrollada físicamente siendo aún quinceañera. La llamaban Loli Flores. O Lolita. Su primer maestro, Nicolás Sánchez, la bautizó como Imperio de Jerez. Actuaba en cafés, tabernas y teatros de la provincia gaditana en 1938.

Al año siguiente se produjo su sensacional debut en el teatro Villamarta jerezano, en un espectáculo titulado "Luces de España", que encabezaban Custodia Romero, canzonetista entonces muy conocida y el cantaor y bailaor de tronío Rafael Ortega. En aquella ocasión, se lució con un par de números: las bulerías "Soy de Jerez" y el pasodoble "Lolita Flores", que estrenó, muy emocionada. En ese coliseo conoció a Manolo Caracol, que ya era una figura del cante.

Con Manolo Caracol, entre cerdos y gallinas

Manolo nada sabía de aquella chiquilla. Y la escuchó interpretar una copla de Pastora Imperio que había aprendido de niña: "Bautizá con manzanilla". Alterando algunos pasajes, no dejó de repetirla a lo largo e su vida. Caracol, quedó impresionado con el buen quehacer de la muchacha. Fue un día a El Pavo Real, la taberna del padre de Lola, a pedirle si dejaría a su hija irse con él en su compañía de variedades. Su progenitor no quería que fuera artista y la madre argüía que era menor de edad. Pero Lola se salió con la suya y se fue con Caracol de gira por pueblos donde no tenía un sitio donde cambiarse de vestido, haciéndolo en un corral entre cerdos y gallinas. Pasando privaciones... pero al lado de Caracol.

Convenció luego a su padre para que vendiera la taberna y la familia se estableció en Sevilla, donde Lola recibió clases de baile del legendario maestro Realito. Hasta que en 1940, convencida de que en Madrid era donde podía cumplir sus grandes sueños de artista, llegó a la capital, olvidándose de un noviete que dejó en Jerez para siempre; aguantó los envites amorosos de Pepe Marchena, que quiso conquistarla cuando la conoció en el rodaje de Martingala, en 1940. Fue su primera película, si no tenemos en cuenta los papelitos que hizo antes en otras. Cobró doce mil pesetas, un buen pellizco, haciendo de gitanilla cantando la coplilla "Son pimientos morrones".

En los Madriles fue cuando decidió ir a la academia del maestro Quiroga, pues hasta esos primeros años 40, ella cantaba "de oído", actuando a su modo y manera. Logró que no le cobrara nada por las lecciones y ensayos. El empresario del circo de Price Juan Carcellé la contrató para una gira por los cafés del Norte, donde actuaba tres veces al día cantando "El Lerele". Sería su primer éxito. Tampoco dejó de llevarlo en su posterior repertorio. Entonces percibía sesenta duros diarios. Hoy serían dos euros, pero entonces aquel dinero le atajaba el hambre en tiempos de la dura postguerra.

Niño Ricardo, su primera vez

Transcurría 1942 cuando Lola entró en el espectáculo Compañía de Cantes y Bailes de España, luego Cabalgata, que encabezaba la infortunada Mari Paz, que moriría con veintisiete años, víctima de la septicemia. Dieron la vuelta por España. Por entonces, el gran guitarrista Niño Ricardo fue el primer hombre que conoció Lola Flores en la intimidad: hasta entonces ninguno había conseguido llevarla a la cama y "hacerla mujer".

En 1943, un anticuario de nombre Adolfo Arenzana, se convirtió en su amante. Lo engañó haciéndolo creer que con él "perdía su virtud", a cambio de cincuenta mil pesetas, una elevada cifra entonces. Fue su protector y empresario; de común acuerdo contrataron a Manolo Caracol. Y así en 1943, se formó la sensacional pareja entre el cantaor y Lola Flores. Estrenaron "Zambra", un nombre que respondía a un tipo de baile y canción de ancestros árabes que en el lejano pasado servía para alegres acontecimientos.

Aquel espectáculo, renovado anualmente, llevaba con el mismo título el añadido del año siguiente, hasta 1949. En esas temporadas se fraguó la verdadera carrera triunfal de la artista jerezana. Una pareja que llenó toda una época de la postguerra. Él le cantaba con arrebato "La Niña de fuego" o "La Salvaora", mientras Lola iniciaba un endiablado baile, que era toda una escena de pasión en el escenario que emocionaba a los espectadores. Aquellos cantes y danzas procedían de los antiguos cafés cantantes y con esta pareja ya en los teatros, con llenos diarios, y al menos las localidades de butacas, pagadas a buen precio, en una época donde las clases medias-bajas, atravesaban penalidades y carencias económicas. Sólo otra pareja, la formada por Pepe Blanco y Carmen Morell fueron sus rivales en las taquillas.

No tenía escuela

consagrado cantaor, ella aportaba su indiscutible personalidad.. Aunque no olvidaba las clases de baile de Realito ni las de coplas que ensayara con el maestro Quiroga, el arte de ella era a veces improvisado, respondía a sus impulsos emocionales. "Nadie hace lo que yo", decía. No tenía escuela: la inventó. Grabaron discos y protagonizaron varias películas a lo largo de los ocho años que se mantuvieron juntos. La primera, Embrujo, rodada en 1947 a las órdenes de Carlos Serrano de Osma, un drama solapado con imágenes oníricas, puro experimento cinematográfico lleno de simbolismos, y escenas fotografiadas de corte surrealista. No perdió dinero la productora, la crítica dividió su opinión, en general el público salía del cine sin saber realmente qué había contemplado. Serrano de Osma se había adelantado a su época, y sólo muchos años después fue reconocido como un realizador muy creativo. Pero su vida profesional no fue luego boyante. A Lola Flores tampoco le agradó Embrujo, donde interpretaba Pepa Bandera.

Después intervinieron en La Niña de la Venta y en Jack el Negro. En 1952 ya cada uno de los dos iba por su lado, tras su último espectáculo, "La maravilla errante", que publicitaron con el eslogan "Cante y pasión", que es lo que habían sido sus vidas realmente. Su separación se debió a celos artísticos de Manolo, y al maltrato que le daba a Lola, entre insultos y palizas, pues eran también amantes. Lola ya no pudo más y lo dejó, él la sustituyó por Luisa Ortega, su propia hija, y ella aceptó un contrato con el productor cinematográfico Cesáreo González para irse a la América hispana, a cambio de un cheque por valor de cinco millones de pesetas.

La época sudamericana de Lola Flores fue muy fructífera. Intervino, sobre todo en México, en un buen número de películas, y allí un empresario, Cacho Peralta, le endilgó un sobrenombre que haría fortuna: la Faraona. Fueron varias las incursiones que hizo al otro lado del Atlántico, considerada como un ídolo. Ella se enorgullecía de haber conseguido traer a España muchas divisas, en tiempos del franquismo tan necesitadas de ellas.

La biografía de Lola Flores ha precisado de muchas páginas en las muy diversas que se han publicado; la más completa El volcán y la brisa, del muy acreditado periodista Juan Ignacio García Garzón. En 1971 Francisco Umbral había dado a la imprenta otra más reducida, Sociología de la petenera, en cuya página final decía que Lola "era el cruce afortunado de dos grandes mitos de nuestro pueblo: el de la mujer agresora y el de la mujer de su casa. El mito de Petenera y el de Bernarda Alba, para ejemplificarlo de una manera andaluza". En algunos de sus posteriores artículos en el diario El País escribía cosas que a Lola no le hacían gracia y, como quiera que a menudo estaba acatarrado por un mal congénito, ella lo llamaba "El constipaillo". Otros escritores, críticos, periodistas, intelectuales en general, dedicaron elogios a Lola. "El Tebib Arrumi", en "Informaciones", ya se había adelantado en 1942 cuando dijo esto de ella, tras su participación en Cabalgata: "Le bailan sus manos, su pelo –azul de puro negro —, le baila hasta el respiro, que sirve de acicate a su cuerpo, inverosímilmente bello, creado para el baile...".

Federico García Sanchiz, al que se debe la inclusión en el diccionario de un infinitivo verbal, "españolear", glosó el arte de la jerezana. César González-Ruano llegó a decir de ella, cuando bailaba con tal brío, que parecía un Cristo cabreado, moviendo su azabache cabellera. Y su paisano, el académico gaditano José María Pemán, le dedicó una fotografía (que ella tenía expuesta en un sitio destacado de su casa) con esta cuarteta: "Torbellino de colores / no hay en el mundo una flor / que el viento mueva mejor / que se mueve Lola Flores".

Las coplas de Lola

Las coplas de Lola Flores, a ritmo de zambras, rumbas, pasodobles, tanguillos, farrucas, bulerías, fandangos, saetas, villancicos, boleros, rancheras…, tenían en su voz algo diferente. No interpretaba desde luego flamenco puro, cante jondo, pero se acercaba a ese arte, sintiéndose por dentro gitana no siendo de esa raza precisamente. "Me gustaría serlo", apuntaba. En sus espectáculos teatrales o en argumentos cinematográficos, protagonizaba escenas calés. Y si resumiéramos su arte canoro podríamos decir que hubo cantaoras mejor que ella. Bailaoras que la superaron con creces, desde Antonia Mercé la Argentina hasta Carmen Amaya. Pero el sello apasionado que Lola imprimía a sus canciones y bailes, tan sugestivo, escapaba de cualquier comparación técnica musical o de danza.

Por cierto: se ha repetido hasta la saciedad aquella supuesta crítica del New York Times asegurándose que decía, con respecto a una actuación suya en Nueva York: "Ni canta ni baila pero vayan en seguida a verla". Resulta que nadie en ningún medio de comunicación ha exhibido recorte alguno de aquella sentencia. ¿Se publicó realmente, o fue un invento publicitario? Misterio. No existe tampoco una rigurosa documentación de su discografía, aunque se especula con la cifra de seiscientos títulos, sin contar los que figuran en bandas sonoras de sus películas. De ellos, los más populares, son, a partir de 1941 hasta 1993, en muy extractada relación por razones exclusivamente de espacio: "El lerele", "Cuna cañí", "La niña Belén","La Zarzamora", "La Sebastiana", "La Niña de Fuego", "La Salvaora", "No me tires indiré","Lola de España", "Tanto tienes, tanto vales", "Limosna de amores", "La Faraona", "A tu vera", "Pena, penita, pena"… y un larguísimo etcétera.

Como actriz, Lola siempre soñaba que le dieran un papel dramático, parecido a los que interpretaba la trágica italiana Ana Magnani. Sólo pudo aproximarse a tal deseo en muy pocas ocasiones: cuando Jesús García de Dueñas, crítico, ocasional realizador, marido en tiempos de Charo López, la dirigió en El asesino no está solo, en 1975, y en 1986 en Los invitados, de Víctor Barrera, argumento basado en una novela basada en un crimen real, de Alfonso Grosso. Los demás filmes fueron de carácter folclórico: argumentos endebles, tópicos, para que ella se luciera con sus coplas: La estrella de Sierra Morena, una nueva versión de Morena Clara, con Fernán-Gómez, que no mejoró la anterior de Imperio Argentina, La hermana alegría, que era ella, monjita, María de la O, El balcón de la luna, junto a sus rivales Carmen Sevilla y Paquita Rico, y así hasta que se despidió de la gran pantalla con Sevillanas, documental de Carlos Saura, que era un homenaje a la danza y a los cantes de Andalucía, con intervención de grandes figuras. Un testimonio de imágenes bellísimas, sones y bailes populares, cultura sin duda.

Los espectáculos de nuestra protagonista no sólo contenían sabor popular (Copla y bandera, Luna y guitarra, en los años 50, y en la siguiente década La copla morena, La guapa de Cádiz, Candelas…). Rescató Lola en La guapa de Cádiz, a partir de 1966 durante dos temporadas, algunas estampas que ya en 1931 se representaron en el teatro Español, de Madrid, con canciones que García Lorca había recogido de pueblos de las sierras andaluzas, armonizadas por él mismo al piano, espectáculo sensacional que financió el matador de toros y gran filántropo Ignacio Sánchez Mejías que, además, firmó con seudónimo el libreto. Y en Candelas, Lola contó con la coreografía a cargo de Antonio (Ruiz Soler) en un estreno de 1977. No eran desde luego representaciones vulgares; eran parte de la cultura española, ambientada en la racial Andalucía: drama, tradición, costumbrismo.

Y no hemos olvidar cuando Lola recitaba, sobre todo a Federico, puro desgarro en el "Réquiem" que le escribió Rafael de León, íntimo amigo de García Lorca desde sus tiempos en la Universidad de Granada, donde compartieron si no aulas (se llevaban un curso) pero desde luego una compenetradísima unión. Rafael era autor de poemas de corte lorquiano, que Lola declamaba con suma autoridad: "Romance de la luz de la sangre", "Romance de los ojos verdes", y del propio poeta de Fuentevaqueros: "La muerte de Antoñito el Camborio", "Romance de la luna, luna", "Romance de la pena negra", "Antonio Torres Heredia"… Nadie como rapsoda la superó en esos versos. Si acaso, la ya olvidada gitana Gabriela Ortega, que ella llevó en su compañía teatral, emparentada directamente con los Gallos, Joselito y Rafael Gómez, leyendas del toreo. En ese terreno de la cultura española, Lola siempre fue entusiasta de la fiesta brava y cantó la gloria de algunos matadores, pasodobles dedicados a "Litri", Antonio Ordóñez, Curro Romero… La recuerdo en la fiesta campera tras la boda de Victoriano Valencia lidiando al alimón una bacerra con él.

En la última etapa de Lola Flores ya sus apariciones fueron a través de la televisión, en programas donde incluso era presentadora, entrevistando a figuras de su entorno, incluso a otras ajenas a su mundo, derrochando ingenio: "Sabor a Lolas", "¡Ay, Lola, Lolita, Lola!", junto a sus hijas, y "Coraje de vivir" que en cuatro capítulos fue una serie biográfica de gran audiencia. Su verborrea tan conocida estaba tamizada por una repajolera gracia gaditana. Y es que Lola Flores fue no solo una artista genial con proyección popular, en toda España y en países de hable hispana, sino algo más que una cantaora y bailaora, que transmitía emoción y arte, y fue una cabal representante de nuestra cultura, la de la gente de la calle, y también la que defendía uno de los grandes poetas del siglo XX, el tantas veces citado Federico García Lorca, y trascendía asimismo en autores de sus coplas, las que se cantaban incluso desde la postguerra en las casas españolas, en los talleres y en el campo. Las que todavía son parte de nuestra memoria sentimental, término que acuñó otro escritor, Manuel Vázquez Montalbán, tan poco sospechoso a la hora de calibrar lo que de verdad forma parte de lo español, eso que desdeñan tantos ignorantes, por no decir los que no denuestan lo nuestro y alaban lo que ideológicamente les es más próximo, desde una óptica izquierdista.

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