
No todo se fue con el huracán, si bien estuvo a punto: la intolerancia al glicol –la cosa ya está contada– empujó a Enrique Bunbury al enclaustramiento familiar y, para desgracia de sus enemigos, creativo. El trauma no fue chico, pero el artista lo conjugó deteniendo la maquinaria extramuros, radiografiando la situación y, asumiendo los riesgos, exprimiéndola. En estas, alumbró un poemario, MicroDosis (Cántico, 2023), y un disco, Greta Garbo (Warner Music, 2023), donde canta que tuvo que escoger "entre el flechazo o el rechazo", entre "morir de miedo / o vivir con él".
He leído por ahí que Greta Garbo es el álbum "más personal" de Bunbury. Quienes han incurrido en semejante lugar común no han escuchado, por ejemplo, Curso de levitación intensivo, Palosanto o Las consecuencias. Todos sus discos, incluidos los firmados con Héroes del Silencio, son postales conceptuales, por no decir biopsias, de un momento concreto de su vida. El zaragozano gasta fama de críptico, pero en sus letras se expone como pocos. Diferente es que, asediados por una plaga de cantantes con serias dificultades de pronunciación, la tropa se confunda a la primera figura retórica. "Nuestros mundos no obedecen a tus mapas". Por fortuna.
Ocurre que, mientras sembraba las semillas que germinaron en su duodécimo LP de estudio, Bunbury visitó ese lugar que, según el Dante, te da la bienvenida con un "Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate". El más personal…, no sé, pero, dadas sus circunstancias, Greta Garbo es el trabajo más descarnado, el más abismal de todos los que llevan la rúbrica del autor de "Maldito duende", "El extranjero" o "La constante". Muestras de ello rabiosamente cristalinas las encontramos en las dos canciones que, en mi opinión, conforman el sustrato básico, la médula ósea del trabajo: "Desaparecer", un baladón explícito con astros "reventando contra el suelo", y "De vuelta a casa", un opositor a himno que arranca desgarrando ("Es inútil seguir, / estoy cansado / y no quiero jugar la revancha") y que concluye reduciendo la inflamación ("Aquí nada termina, es la lección que aprendí. / El futuro es brillante, me pondré mis gafas de sol").
Porque, en el LP, el descenso a los infiernos no es permanente. El compositor es consciente de su misión y, manque duela, seguirá poniendo la mirada "donde los demás la retiran" y, sin pretensiones mesiánicas ni derivados, corrigiendo el mundo, el mundo suyo y, en todo caso, el de sus admiradores, con una canción en la que, por cierto, suena un saxo muy Blackstar –puesto a hablar de Bowie, el arranque de "La tormenta perfecta" parece salido del Young Americans–. Greta Garbo no es un disco cenizo: la limpia "Invulnerables" supura euforia; la juguetona "Para ser inolvidables", ironía; la sencilla "Alaska", sosiego y superación ("Eres un animal que ruge brutal / que ha salido por fin de su cueva / con las fuerzas renovadas, el fuego en la mirada, / y quiere salir y volar").
En fin, hínquenle el diente a Greta Garbo. Celebremos el capítulo más reciente, amén de uno de los más hermosos de su carrera, de un artista que ha pasado sus mejores años "provocando a una sociedad enferma". Que ha renunciado a la gira exhaustiva, pero no al concierto puntual: diez shows anunciados hasta el 29 de junio del próximo año, jornada en la que pondrá una pica en su, mi y nuestro Madrid –qué bien lo hemos pasado, carajo–. Y que anda ya pergeñando nuevas canciones. Métanse en la cueva los verdugos y la turba lapidadora coñazo. El futuro de Bunbury es brillante, etcétera.