
Un dios salvaje y terriblemente humano hará maravillas en España. Se llama Nick Cave (Warracknabeal, Australia, 1957) y se manifestará en Barcelona y en Madrid el 24 y el 25 de octubre, respectivamente, en el Palau Sant Jordi y en el WiZink Center. Arropado por media docena de apóstoles, o sea, de sus Bad Seeds: su primer espada, Warren Ellis, al violín, guitarra, sintetizadores y lo que toque; Thomas Wydler, a la batería; Martyn P. Casey, al bajo; Jim Sclavunos, a la percusión, y George Vjestica, a la guitarra. Razón de la visita: el 30 de agosto ve la luz el decimoctavo álbum de la banda, Wild God, y toca presentar a la flamante criatura por la Europa continental y por Reino Unido.
Se sabe poco de un disco que Cave ha definido como "complejo, profunda y placenteramente contagioso". El genio australiano se ha limitado a señalar que el trabajo se hizo sin ningún "plan maestro" y que refleja "el estado emocional de los músicos y compositores". El menú lo componen diez canciones en las que rondan vampiros blancos, dioses que violan y saquean pero que se ven como hombres "de gran virtud y coraje" y, por lo visto, Kris Kristofferson no deja de entrar y de salir en una pieza titulada "Frogs" ("Ranas"). En el corazón del tema central del LP, "Conversion", "reside un evento vulnerable y misterioso". Especial atención se le prestará. El single, "Wild God", arranca como un río manso, pero acaba transformándose en la Garganta del Diablo. Convergen el sosiego poético y etéreo de lo que vino después de Push the Sky Away y la detonación musical del Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus. Y en directo…, ¡cómo tiene que sonar eso en directo!
Recordemos que, no ha mucho, al compositor se le murió un hijo de quince años, Arthur. El autor de joyas como "Bright Horses", "Red Right Hand" o "Jubilee Street" aplacó su amargura terminando de grabar un disco abrumador, Skeleton Tree, y celebrando una gira homónima por todo el orbe. Warren Ellis plasma en El chicle de Nina Simone (Alpha Decay, 2021) el momento exacto en el que vio a su compadre desprenderse, por fin, de la noche más oscura de su alma. Estaban ensayando en Melbourne y el cantante se puso a interpretar "Tupelo". Entonces, se produjo la metamorfosis: "Llevo treinta y cinco años viéndolo tocar, tanto desde el público, entre bambalinas, como a su lado. Y ahí estaba. El momento espiritual. Como si se estuviese salvando a sí mismo. Dejé de tocar y lo retraté". El propio Cave dijo que esa gira le salvó la vida.
He tenido la inmensa fortuna de ir a dos conciertos suyos. Lo vi por vez primera en 2015, en el Palacio de Congresos de Madrid; la segunda, hace un par de años, en un recinto inmejorable por belleza y acústica, que es la Arena de Verona. Han sido, junto al último de Leonard Cohen en la capital del Reino de España, los mejores recitales que he presenciado en mi vida. Cave siente sobre el escenario "cómo el poder de la música se me devuelve a través del público, como una especie de sustento refractado y amoroso, una recepción y devolución de amor". Qué bien lo explicaba en aquella película de 2014, 20.000 días en la Tierra: "Hay verdades que se esconden bajo la superficie de las palabras. Verdades que emergen sin avisar, como la joroba de un monstruo marino y que luego desaparecen. La actuación y la composición para mí son como un modo de sacar al monstruo a la superficie. Crear un espacio donde la criatura pueda abrirse paso entre lo que es real y lo que conocemos. Ese reluciente espacio, donde se cruzan la imaginación y la realidad, es donde existen todo el amor, las lágrimas y la felicidad. Este es el lugar: aquí es donde vivimos".
En sus misas masivas y –no tan– paganas, el padre de familia cariñoso y atento muta en un híbrido de predicador evangelista histriónico y de elegante maestro hipnotizador que para, templa y manda con extrema maestría. Suelda su alma con la del respetable y, según convenga, bien desata un tsunami dionisíaco de adrenalina, bien conduce a la lágrima íntima e irreprimible. Es un tipo que se nutre de la energía de su público, pero que siempre se la devuelve restaurada y espléndida. Además, suele desembuchar un repertorio generoso, tanto cuantitativa como cualitativamente: raro es que no haya más de veinte canciones en el setlist y, más aún, que estas no sean cojonudas y estén muy bien distribuidas. Perdónenme la hipérbole del fan, pero la venida del Paráclito no debe ser muy distinta. Parafraseando al amigo Torres-Dulce, un hombre que va a un concierto de Nick Cave es mejor que antes de haber ido. Insisto, y juro que no voy a comisión: no se lo pierdan. Ya saben dónde podrán encontrarme el 25 de octubre.
Sánchez ya ha dejado claro que un medio crítico como este es un obstáculo. Nos halaga pero necesitamos tu ayuda para demostrarle que lo que dice es cierto. Hazte socio del Club LD.