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Amando de Miguel

La televisión también instruye

Manifiesto mi afición a la serie televisiva 'Algo en que creer', una producción danesa de refinada calidad, realmente apasionante.

Manifiesto mi afición a la serie televisiva Algo en que creer, una producción danesa de refinada calidad, realmente apasionante. Es todo un ejemplo de lo que podrían hacer las televisiones españolas, entretenidas con cominerías. La serie danesa me la recomendó mi cofrade Damián Galmés, un profesor que podría ser la metempsícosis de Fray Luis de León.

La serie es una patética sucesión de historias en torno a una ilustrada familia de pastores luteranos daneses. Se comprende la enorme significación que tuvo la presencia de Soren Kierkegaard en la filosofía de la angustia durante la segunda parte del siglo XIX. Aquí lo conocimos gracias a su importador Miguel de Unamuno, otro desazonado por la religión. Se dice que Unamuno aprendió danés para leer a Kierkegaard en su idioma original. A propósito, nunca entendí por qué las obras del vasco de Salamanca se incluyeron en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica. Unamuno fue no solo un letraherido por su actividad literaria, sino uno de los escritores españoles contemporáneos más influyentes por su pasión religiosa. No hay más que leer sus teológicas reflexiones sobre el Cristo de Velázquez o su impresionante novela San Manuel bueno, mártir, entre otras.

Vuelvo al camino real de la serie Algo en que creer, una traducción del título que me parece poco afortunada. A no ser que fuera una alusión sibilina a la repetida frase de Chesterton: "Cuando se deja de creer en Dios, se empieza a creer en todo lo demás". No se entiende muy bien que al deán o vicario principal de la serie se le llame "decano", que en español es otra cosa. Por lo mismo, la alusión al "luto" con ocasión de un fallecimiento creo que habría sido mejor decir el "duelo". Comprendo que resulte difícil la traducción de conceptos e imágenes de una cultura a otra. Por ejemplo, en los idiomas nórdicos la muerte es del género masculino; en los idiomas romances es femenino.

No entro a considerar la realización de la serie, que me resulta espectacular, o la magnífica interpretación de los actores, o el enorme atractivo del guion. A un espectador normal como yo se le abren muchas pistas para entender el misterio de las sociedades escandinavas. Han llegado a la cima del Estado de Bienestar, a la culminación de las tendencias democráticas y estéticas que en el mundo funcionan como un atractivo ideal. El costado indeseable es la violencia interpersonal, la soledad, la adicción a las drogas y al alcohol, el individualismo desgarrado, el descoyuntamiento familiar, el conflicto de razas. Todo eso acaba de llegar también al resto del mundo que camina por el progreso democrático. La contradicción que digo es consonante con una famosa frase de Martín Lutero, incluida en una carta a Melanchton: "Pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in Christo". Es decir, "Puedes pecar con reiteración, pero sé más decidido aún en la fe y en la alegría de Jesucristo". No recuerdo si la frase se desliza en el guion de la serie, pero su espíritu se halla siempre presente en ella. Es la clave de la apesadumbrada sociedad danesa que refleja admirablemente la serie.

Mucho me temo que la actual sociedad culta española haya importado ese mismo espíritu de las sociedades escandinavas junto al minimalismo estético del tetrabrick o de los artículos de Ikea. En definitiva, hay que congratularse de que la televisión bien seleccionada nos ayude a entender el mundo que nos rodea. No todo va a ser el griterío del fútbol o de los concursos.

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