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Juan Manuel González

Crítica: 'Emboscada Final', con Kevin Costner y Woody Harrelson

El estreno de Netflix de este viernes narra la caza de Bonnie y Clyde a manos de dos Texas Rangers.

El estreno de Netflix de este viernes narra la caza de Bonnie y Clyde a manos de dos Texas Rangers.
Kevin Costner | Netflix

Escribir un texto sobre Emboscada Final, película protagonizada por Kevin Costner y Woody Harrelson que se estrena en exclusiva en Netflix este 29 de marzo, exige todavía algunos peajes de entrada, más o menos igual que en el caso reciente de Triple Frontera. Por un lado, indicar cuánto han cambiado las cosas en estos preparativos para la guerra del streaming que está comenzando ahora, con la compra de Fox a manos de Disney, la presentación (ayer mismo) del próximo servicio de Apple y Netflix presentando novedades por doquier todas las semanas, compitiendo con claridad con los estrenos cinematográficos. Una película como la que dirige John Lee Hancock (The Blind Side, El Álamo), con su excelente reparto y temática de época, no hubiera encontrado problemas para un estreno cinematográfico e incluso un éxito moderado hasta hace unos cinco o diez años, ahora es un ejemplo perfecto de lo que ocurre en este nuevo marco de distribución y consumo. En el panorama actual, cada vez menos estudios desearían arriesgarse con un proyecto adulto, abiertamente comercial pero de ritmo más bien pausado, y éste ha encontrado su lugar en el streaming. Quizá no sea conveniente entonar este soniquete como un lamento sino como una oportunidad, y a partir de ahí comenzar a trabajar de nuevo un cine comercial variado donde todos encuentren su lugar.

Sobre todo porque -y aquí obra la casualidad- la propia película, sobre los dos últimos cowboys reconvertidos en policías a la caza de un nuevo tipo de criminal, incorpora a su discurso esa reflexión sobre tiempos de transición, sobre la madurez y el crepúsculo de un modo de vida americano mientras surge una nueva época repleta de tonos grises entre el negro y el blanco. Emboscada Final es un western policial que huele a película de los 90, precisamente los años dorados de su protagonista Kevin Costner antes de la inmerecida mala fama ganada por aquella aventura pulp que fue Waterworld y el western futurista Mensajero del Futuro, que se convirtieron en dos de las películas con peor prensa de aquella década. La misión aquí es detener a dos delincuentes, Bonnie y Clyde, producto de dos fenómenos sociales: la Gran Depresión americana y sus efectos de extrema pobreza en la población (que adora a dos ladrones erigidos en una suerte de sanguinarios Robin Hood) y el alzamiento de nuevas y poderosas estructuras de progreso que no vienen sino a complicar las cosas todavía más. La última posibilidad ante la incapacidad de esas nuevas instituciones son dos agentes retirados acostumbrados a disparar primero y preguntar después, antes de que el recuento de víctimas aumente todavía más.

Emboscada Final hubiera requerido de un montaje más afinado (alguna que otra secuencia parece manifestar premura o indecisión) y un ajuste en el ritmo, quizá demasiado moroso en ocasiones, producto de una duración excesiva. Pero la música de Thomas Newman (Cadena Perpetua) y la fotografía de John Schwartzman (La Roca) convierten la obra del antaño guionista John Lee Hancock en un thriller preciosista bien rematado y presentado. Todas las referencias ofrecidas aquí son noventeras, si se fijan bien, y así vamos a continuar: Hancock, si lo recuerdan, fue guionista del mismísimo Clint Eastwood en dos títulos muy recordados de aquella época, las excelentes Un mundo perfecto (también protagonizada por Costner, quien debió ganar el Oscar aquel año, y así lo dijo Tom Hanks) y Medianoche en el jardín del bien y del mal. Es por ello que Emboscada Final, que posee nexos con esas dos películas (y sobre todo con la primera) posee el tono y maneras de aquel cine, así como su natural interés por cierto retrato social texano, con su acento, su casi bíblica división entre el Bien y el Mal y su culto por las armas, que aparece en casi todos sus filmes.

Lo más interesante, dejando de lado sus dos excelentes actores (Costner luce arrugas con sinceridad y Harrelson entrega otra refinada destilación de un hombre básico) es el sutil retrato de dos personajes que permanecen fuera de plano la mayor parte del metraje y que en todo caso solo veremos de lejos y a través de la mirada de testigos; una mirada que oscila entre el terror y la admiración. Los villanos Bonnie y Clyde aparecen reflejados, de esa manera, como dos invencibles, invisibles y extraños súper villanos, un tanto indescifrables en su lógica, producto sin duda de una nueva generación y al final también víctimas de un sistema y un público que los venera primero y los destruye después, una vez muertos. El que dos investigadores "a la antigua", dos cowboys, capaces de seguir su rastro simplemente usando su olfato e inteligencia sin la tecnología del nuevo FBI o esa Policía que ya les ha dejado de lado, permite a Hancock desplegar un extraño fetichismo por los objetos (vestidos, botellas, sombreros...) y cadáveres que Bonnie y Clyde van dejando a su paso. Y que la única persecución de coches de la película acabe con Hamer y Gault conduciendo en círculos en medio de una nube de polvo, persiguiendo literalmente nada, habla mucho de esos confusos tiempos que les sobrevienen. Eso, y determinadas escenas fundamentadas en diálogos e interpretaciones, como aquella que Costner comparte con un excelente secundario como es William Sadler (La Jungla 2, aquí el padre de Clyde) o la primera que comparten Harrelson y el propio Costner, rematan un western en clave de thriller policial atractivo, en absoluto redondo, pero con una artesanía que vindica el cine clásico y que merece nuestro apoyo.

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