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Santiago Navajas

‘Juego de Tronos’: amor, deber, poder

Si Breaking Bad fue la mejor serie sobre la cuestión del mal desde el punto de vista moral, Juego de Tronos lo ha sido desde la dimensión política.

Si Breaking Bad fue la mejor serie sobre la cuestión del mal desde el punto de vista moral, Juego de Tronos lo ha sido desde la dimensión política.
Daenerys Targaryen | Juego de Tronos

Hubo un tiempo en el que la reflexión política se realizaba artísticamente a través de obras de teatro como Las manos sucias, de Jean Paul Sartre, estrenada en 1948. Más de medio siglo después, es una serie de televisión la que nos hace enfrentarnos a los dilemas del deber, el compromiso político y el amor. Juego de Tronos le habría gustado al filósofo y dramaturgo francés, que era comunista pero no imbécil. No dudó, por ejemplo, en enfrentarse a sus colegas críticos cinematográficos cuando masacraron la obra de Tarkovski por burguesa y reaccionaria, mística e individualista. Pero Sartre no era de los que consentían con el estúpido dogma de que lo personal es político, ni era incapaz de reconocer la belleza en el adversario.

Las manos sucias se estrenó en España en 1977, tras la muerte de Franco y con los comunistas discutiendo si integrarse en el nuevo régimen que surgía de los cimientos del anterior o, por el contrario, trataban de volarlo por los aires, siguiendo la táctica de ETA con Carrero Blanco. La cuestión de fondo que planteaba Sartre era: ¿merece la pena llegar al paraíso si el precio a pagar es el infierno? Por paraíso se entendía una sociedad sin clases y por infierno, la traición y el asesinato. Santiago Carrillo lideró el proceso por el cual los comunistas renunciaban a la lucha armada, la violencia y la dictadura del proletariado. Lo llamaron traidor y vendido. Sin embargo, los más puros y comprometidos, como Josu Ternera, siguieron alucinados e iluminados por el sendero de la violencia, por lo que desde la BBC lo llaman "rebelde" y desde los abducidos por el síndrome de Estocolmo en el PSOE, "héroe de la retirada".

Daenerys Targaryen no parece que tuviese muy claro qué sociedad de bienestar y felicidad buscaba pero sí había comprendido que el camino para llegar a ella estaba empedrado de buenas intenciones pero también de hielo y fuego, de sangre y sufrimiento. Al igual que en el caso de Lady Macbeth y Darth Vader, su corazón es tan blanco como negra es su armadura. Como en el anterior capítulo, son los diálogos entre Daenerys Targaryen y su enamorado enemigo Jon Targaryen sobre los que pivota el conflicto nuclear de la serie: la política no obedece al amor ni al deber sino que está regida por el poder. Afortunadamente no la han mostrado como si se hubiese vuelto loca o hubiese caído en el clásico prejuicio del desequilibrio sentimental femenino. Por el contrario, se muestra la lucidez de sus delirios utópicos –en los que cayeron grandes hombres, de Platón a Lenin pasando por Hobbes–, y la sinceridad de su compromiso con la bondad final aunque sea a través de los más terribles medios. En la serie se apunta, entre bromas, la solución liberal al problema: la separación de poderes y el principio democrático.

Ahora que se cumplen cuarenta años del estreno de Alien, el octavo pasajero, en el que un personaje femenino rompió una tradición enfrentándose virilmente a un monstruo, sirviendo de primer modelo a una generación de mujeres que pudieron identificarse por primera vez con una mujer poderosa en lugar de con un hombre, con Daenerys Targaryen tienen también un ídolo sobre el que reflexionar sobre el precio del poder. Que sea un héroe trágico, alguien capaz de suscitar tanta admiración como repulsión, al estilo de Medea o Antígona, es también una conquista de los guionistas de Juego de Tronos, David Benioff y DB Weiss, que no han consentido con el fácil estereotipo de que una mujer prefiera el amor al poder. Como una moderna Escarlata O’Hara nos podemos imaginar a Daenerys Targaryen poniendo a dios, al diablo, a una manada de dragones y a un ejército de zombis como testigos de que jamás se rendirá.

Si Breaking Bad fue la mejor serie sobre la cuestión del mal desde el punto de vista moral, Juego de Tronos lo ha sido desde la dimensión política, con Los Soprano y The Wire planteando dichos jeroglíficos desde una perspectiva más costumbrista, líricas donde aquellas son épicas. Junto a Walter "Heisenberg" White, Tony Soprano y Omar Little, Daenerys Targaryen ha pasado al Olimpo de grandes personajes de la historia de la televisión. Y como explica Tyrion Lannister, al final lo que quedan son las historias, las ficciones, los mitos. El personaje interpretado magistralmente por Emilia Clarke es ya leyenda de la pequeña pantalla en la época de las plataformas digitales, internet y las redes sociales. Dracarys.

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