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Roadkill, la serie política en la que Hugh Laurie caza… y le cazan

Hugh Laurie es uno de los protagonistas de Roadkill, miniserie que ha comenzado a emitir Movistar.

Hugh Laurie es uno de los protagonistas de Roadkill, miniserie que ha comenzado a emitir Movistar.
Hugh Laurie en Roadkill. | Movistar

Sin tampoco caer en tópicos, hay una serie de cosas que uno espera de una serie inglesa. Del mismo modo que hay otras que espera de una HBO, o de una de Netflix, o de un producto Disney. Roadkill, que acaba de estrenar Movistar+, es una miniserie inglesa de 4 capítulos que destaca por su equidistante, pero siempre inteligente, retrato de una clase política manipuladora y las incógnitas que se dibujan dentro del horizonte del Brexit, ese fenómeno del que nadie sabe muy bien qué esperar pero que sin duda redefinirá el futuro de la apodada Pérfida Albión. Es decir, Roadkill aporta bastante de lo que uno espera de una ficción británica, aunque quizá uno desearía todavía un poco más.

Y es que sí, como en el Brexit, aquí hablamos de identidad propia. La serie protagonizada por Hugh Laurie es, en su primer episodio, un drama político recorrido por suficientes dosis de ironía y humor como para considerarlo a medio camino de la sátira. Bien es cierto que hay una indeterminación visual, tonal, que juega en contra de la serie, que en su primer episodio de cuatro (uno cada semana, como toda la vida) tiene que esperar para hallar su propia identidad. Pero por el camino tiene una baza importante: Hugh Laurie haciendo todo lo que uno espera del doctor House televisivo, transmutado para la ocasión en un político populista tan hipócrita y manipulador como, de momento, y cójase con pinzas, simpático.

Como versión sin cursilerías de El ala oeste de la Casa Blanca, Roadkill funciona razonablemente bien. Sus aspiraciones son más modestas y desde luego menos idealistas. El giro picaresco del final del primer episodio cambia un tanto el punto de vista de la historia y anticipa un relato alejado de las corruptelas políticas de libro a las que ya estamos acostumbrados. Atrapa un ladrón, quién vigila al vigilante.

Es en esa voluntad de tratar la hipocresía del político de profesión con naturalidad y hasta simpatía donde se halla el encanto de Roadkill, serie que —imaginamos— no carecerá de brújula moral, pero que tiene aprecio a la inteligencia de su público adulto, o la suficiente al menos como para no abordarle con un moralismo innecesario. Que Peter Laurence, el conservador encarnado por Laurie, sea un privatizador de raza no enmascara el verdadero germen del relato: la envoltura con buenas palabras de la nada más absoluta, de la falta de principios, del decir una cosa y su contraria en la misma frase.

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