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'Senna', una miniserie de Netflix que atrapa por sus impresionantes carreras

Senna se erige, contra todo pronóstico, en un excelente y ambicioso desfile de espectaculares carreras.

Senna se erige, contra todo pronóstico, en un excelente y ambicioso desfile de espectaculares carreras.
Senna, miniserie de Netflix. | Netflix

Puede que Senna pague el peaje (y perdón por el chiste) del obligado biopic de personalidad ilustre, en este caso el célebre piloto brasileño desaparecido en 1994. Pero, en el caso de la producción estrenada por Netflix, cuyos esquemas narrativos y visuales respeta al máximo, es más una virtud que un defecto. Apoyándose en la excelente visualización de las carreras de coches planteada por el director Ron Howard en la infravalorada Rush (dedicada a James Hunt y Niki Lauda, que también asoman en la aquí presente) Senna mete al espectador de cabeza en el coche con una serie que no se alarga en melodramas personales y privilegia, ante todo, las carreras de Formula 1 de la mano de un abultado presupuesto de, según Associated Press, 170 millones.


La miniserie, no en vano coproducida por Senna Brands cumple, como decíamos, con esa obligación de convencional elogio a la figura del piloto. Pero su factura técnica y la intensidad de las carreras, así como la ambición visual del producto, sitúan Senna un par de puntos en su camino a la meta. Protagonizada por Gabriel Leone (que interpretó a otro malogrado piloto, nada menos que Alonso de Portago, en la reciente Ferrari). Senna no pierde demasiados minutos tratando de trazar un retrato psicológico, y deja que el carácter obsesivo y calculador del protagonista se manifieste a través de la acción.

Dicho de otra manera: menos hablar y más pilotar. Los escasos capítulos de Senna se ahorran presentaciones, evitan el ridículo de convertirse en un desfile de actores disfrazados de personajes célebres (por alguna razón, la introducción mediante discretos carteles funciona aquí mejor que en otras ocasiones) y crea una ilusión de complejidad que probablemente no es tal, pero por la verosimilitud del ambiente y las constantes carreras, introduce al espectador en un mundo ajeno. Van sobre ruedas (otro chiste más).

El precio a pagar es la debilidad de sus efímeros conflictos personales, convertidos casi siempre en episodios dispuestos a quedar atrás, pero Senna sabe que ha venido a jugar y ofrece imágenes de conducción más que notables, basadas en la combinación de elementos reales (casi todos) y FX bastante eficaces. Consciente de que lo que ocurre fuera de la pista es menos interesante, la miniserie lleva a cabo su estrategia sin obligar al espectador a hacer horas extra.

Esta combinación entre puro relato de acción y sus aspiraciones puramente visuales convierten Senna en una superficial aproximación a la figura humana genial y probablemente atormentada. Pero lo hace en términos de narrativa dinámica y de pura acción, de esa que en sus episodios fuera de la máquina parece transcurrir como un ejercicio de memoria colectiva. Una forma de (re)construir un mito mucho más adecuada y difícil de conseguir que mediante interminables y televisivos parlamentos de plano-contraplano. Que no haya funcionado en otras ocasiones no es culpa de los responsables de Senna, que pueden apuntarse el mérito de haberlo logrado en la suya.

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