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'Palomas Negras (Black Doves)' de Netflix no es perfecta, pero es algo mucho mejor

La temporada completa de Black Doves, con Keira Knightley y Ben Wishaw, está ya disponible en Netflix.

La temporada completa de Black Doves, con Keira Knightley y Ben Wishaw, está ya disponible en Netflix.
Palomas Negras | Netflix

No resultaría frívolo decir que Black Doves, o Palomas Negras, es la respuesta de Netflix a los Slow Horses, o Caballos Lentos, de Apple TV+. Ambas son series de espionaje británicas ambientadas en el Londres contemporáneo, con una cierta dosis de humor negro y una evidente búsqueda de lo ingenioso aún a costa de algunos excesos. Si en la serie basada en las novelas de Mick Herron protagonizada por Gary Oldman el resultado es intachable, lo cierto es que en el material original de Netflix esa cuerda se tensa demasiado. Pero sus seis episodios (otra coincidencia entre ambas) proporciona diversión inglesa de la mejor clase gracias, sobre todo, a dos actores de primera categoría.

En esta ocasión ellos son Keira Knightley y Ben Wishaw, ella una espía a la caza de los asesinos de su amante, y él un asesino y antiguo amigo vinculado a la organización Palomas Negras, una suerte de "gorriones rojos" metidos muy dentro del sistema británico. Los dos, pero Wishaw especialmente, reclaman el primer plano con dos personajes que consiguen renovar la imagen de esos arquetipos. El que fuera Q en las últimas películas de James Bond encaja como un guante en la imagen de un eficaz asesino, enjuto, homosexual y con su particular crisis de conciencia, al igual que el célebre Carter de Michael Caine en Asesino Implacable.

Toda la serie ideada por Joe Barton está recorrida por un cierto sentido del humor macarra (la tremenda adición de dos asesinas "cockneys" lesbiaans) que podríamos tildar como legado de Guy Ritchie, solo que ajustado esta vez a la idiosincrasia de dos personajes bastante más sensibles. La serie, sin embargo y pese a algún exceso en las tramas sentimentales, supone un recorrido en ocasiones hilarante y siempre inverosímil tanto por los bajos fondos como los altos de Londres (¿acaso no son lo mismo?) en el que, de manera casi inaudita, se crea la figura de un político conservador intachable y se aprovecha a tope su ambientación navideña.

Las tramas que unen los destinos de Helen Webb (Knightley) y Sam Young (Wishaw) están cogidas con hilos, y en ocasiones la serie da la impresión de jugar con demasiado bagaje anterior, pero la diversión es innegable, como también la vulnerabilidad y fuerza que ambos personajes consiguen adquirir. El resultado es una serie que avanza, aunque cojeando, hacia la brillantez, con ese sentido de lo artificioso tan propio de las miniseries británicas en su versión extrema, ya sea el Sherlock de Moffat o la citada Slow Horses, quizá la mejor serie televisiva del momento.

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