
Los franceses y británicos saben y quieren impulsar sus propiedades mejor que los españoles. Solo así se explica que la legendaria creación de Goscinny y Uderzo haya aterrizado en las carteleras con cierta periodicidad desde que cogiera carrerilla con el estreno de Astérix y Obélix contra el César a finales del siglo pasado. La última aportación al respecto es Astérix y Obélix: El combate de los jefes, serie animada de cinco capítulos de Netflix que adapta de manera bastante libre el cómic original de los irreductibles galos y en la que Alain Chabat, que ya dirigió e interpretó en alguna secuela en imagen real, Misión Cleopatra, apuesta por crear un entretenimiento animado que trascienda la "francesidad" del concepto.
A estas alturas ya ni siquiera llama la atención que una historia sobre resistencia cultural, libertad y espíritu nacional como Astérix se universalice. Lo raro, pintoresco y particular ya no son importantes, ni tampoco relevantes, en tanto también son susceptibles de ser comercializados: una gran factoría como Netflix puede exportar sin problemas cualquier visión distintiva pese a cualquier barrera cultural. Astérix y Obélix: El combate de los jefes es un ejemplo de ello, por mucho que la serie creada y co-dirigida por Chabat se las arregle para alejarse en cierta medida de la común aventura de animación familiar norteamericana.
Lo hace a través de un superior contenido en comedia picaresca respecto a otros productos de animación, cierto estilo visual distintivo y una mayor libertad para el comentario político. El combate de los jefes, séptimo álbum de Astérix y uno de los grandes clásicos de la colección, versa precisamente sobre la romanización de la Galia a través del enfrentamiento entre Prorromanix y Abraracúrcix, dos líderes rivales que se juegan en una pelea la última aldea verdaderamente gala del territorio.
Pero para adaptar el álbum de Goscinny y Uderzo sustituye algunos personajes por otros de nueva creacion (caso de Fastandfurious y Metadata, además de algún otro) así como situaciones problemente más estimadas por el público familiar de 2025, como ese parque de atracciones donde tiene lugar parte del desenlace, la batalla final (una referencia directa de Chabat a Vengadores: Endgame) así como elementos musicales anacrónicos que, en este último caso, no desentonan en absoluto.

El resultado es una serie gamberra que renueva parcialmente las ansias de animación europea y europeísta en medio de la invasión de anime y la decadente vertiente infantil americana, y subraya la validez de la gamberrada del cómic original no solo en su medio sino de cara al audiovisual moderno. La serie tiene una notable energía narrativa que va pareja a su pericia técnica, no particularmente novedosa (sería deseable algo más de detalle en la imagen) y hace envidiar el mismo tratamiento para, por ejemplo, iconos patrios como Mortadelo y Filemón, sobre todo tras la notable pero prematuramente olvidada película animada de Javier Fesser. Evidentemente, se echa de menos la libertad, ironía y riqueza del original, y las adiciones nuevas no están a la altura, pero también es cierto que en ocasiones la nostalgia no es buena compañera y que ese comentario político, evidente para quien quiera verlo, se preserva intacto.
Licenciado en Historia del Arte y Comunicación Audiovisual en la UCM de Madrid. Redactor jefe de Chic. Colaborador en esRadio. Crítico de cine y series en Libertad Digital. Una de las voces del podcast Par-Impar.