
Los fans de ese espejismo que fue el cine de acción de los 80, fundamentado en actores como Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone o Bruce Willis, asistimos con cierta desazón a un pequeño espectáculo como Fubar. La serie, que acaba de estrenar su segunda temporada en Netflix, ha reducido la receta de frases breves y chistosas, ocasional violencia y giros argumentales imposibles de films como Commando, Tango & Cash o Persecución mortal (por citar obras relativamente de menos peso, no "top", de cada uno de los referentes anteriores) a una fórmula afinada para el espectáculo de streaming. Y esto significa varias cosas.
Para empezar, un cierto grado de dejadez y desinterés visual y técnico que a los que abundaron en los referentes citados, obra de artistas como John McTiernan o James Cameron, o incluso artesanos competentes como John Badham o Renny Harlin, hubiera molestado sobremanera. El espectáculo, en efecto, aquí brilla por su ausencia. Nick Santora, que ha realizado un notable trabajo adaptando las aventuras de Reacher de Lee Child en la serie Amazon del mismo nombre, no puede competir ni parece querer hacerlo con películas que, aun destestables para la audiencia de izquierdas o con ambiciones intelectuales, estaban bien hechas.
Cuestión de ganas o de presupuesto, tando da. Asumiendo ese grado descuido, Fubar -la historia de un veterano agente de la CIA que, junto a su hija, también un operativo de la agencia, y un grupo de variados sujetos igualmente encubiertos, acepta misiones extremas aparentando vivir una vida de incógnito- disfraza su parodia de la mítica serie 24 con muchas, muchas, referencias a uno de los clásicos de Schwarzenegger, Mentiras Arriesgadas. Cuenta a su favor esta segunda temporada con la presencia de Carrie Ann-Moss (Matrix), que ciertamente añade un plus de prestigio pero tampoco puede rehacer semejantes mimbres desde cero.
Fubar cumple el expediente de entretenimiento fácil y poco expeditivo de Netflix, pero que el género de films como Arma Letal, Jungla de Cristal y la propia Mentiras Arriesgadas haya sido fagocitado de semejante manera, pera que nada falta en la plataforma y todo el mundo tenga su plato, resulta un tanto descorazonador. Se conforma con ser un espejismo, un simulacro, pudiendo rehabilitar y reelaborar algunos de sus postulados. Santora pone en boca de Schwarzenegger un puñado de "one liners" competentes, pero todo se antoja una fórmula paródica que no surge de manera natural. Tampoco lo hacen los golpes de violencia, que chocan con el tono habitualmente desenfadado del resto del relato.
Fubar, momentos entretenidos aparte, apenas sirve para paliar nuestra curiosidad sobre un posible regreso de aquello que ya nunca volverá. Y quizá está bien que no lo haga: eso da más valor todavía a un puñado de iconos generacionales que quizá podrían ser reinterpretados con más talento en una próxima ocasión.