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El ingenio único de don Pedro Muñoz Seca

Es el autor de una de las comedias más populares de todo el teatro español, La venganza de don Mendo, una obra maestra.

Los Libros: Pedro Muñoz Seca

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Es el autor de una de las comedias más populares de todo el teatro español, La venganza de don Mendo, una obra maestra.
Muñoz Seca | Archivo

Pedro Muñoz Seca es el autor de una de las comedias más populares de todo el teatro español, La venganza de don Mendo: una obra maestra, dentro de su género (la parodia). En ese terreno, sólo Don Juan Tenorio puede comparársele: muchos españoles se sabían de memoria fragmentos de las dos y los aplicaban, como irónicos comentarios, a cualquier situación de la vida cotidiana. Además, Muñoz Seca estrenó muchas obras que hicieron reír y olvidar sus preocupaciones a los españoles. ¿Es eso malo?

Dentro del género cómico, que domina nuestro cartelera en el primer tercio del siglo XX, Muñoz Seca brilla por su gracia espontánea, de clara raíz gaditana: nace en El Puerto Santa María, estudia en el mismo colegio de Jesuitas donde luego lo hará Rafael Alberti, es compañero de Juan Ramón Jiménez y de Fernando Villalón.

Un escritor tan diferente a Muñoz Seca como Francisco Umbral explica su éxito con aplastante sensatez: "El público, con Muñoz Seca, se ríe y con otros, no. Y es que la clave no está nunca en el género, sino en el hombre. Muñoz Seca era gracioso. Otros autores se hacen los graciosos y eso no funciona".

Además de su obra, su vida está llena de rasgos de ingenio extraordinario. Por eso, como a Quevedo o a Rafael el Gallo, se le atribuyen tantas anécdotas.

Fácil versificador

Desde su juventud, domina Muñoz Seca con asombrosa facilidad la versificación: no versos chapuceros, no, sino perfectamente medidos, con todos los recursos de la métrica clásica.

Lo cuenta Montero Alonso, su biógrafo: cuando llega a Madrid, muy joven, da clases de latín, griego y hebreo en una academia, a la vez que colabora en las revistas de humor e intenta ingresar en la Administración. Como ha de estudiar mucho, pone en verso las lecciones porque así le resulta más sencillo aprendérselas de memoria: un caso único, me parece.

Los esdrújulos

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La venganza de don Mendo es, entre otras cosas, un ejemplo de virtuosismo métrico insuperable. Domina la versificación del teatro clásico, del romanticismo y del modernismo: versos de 12 y 14 sílabas, cuaderna vía, rima sostenida, ovillejos...

Es notable el efecto cómico que consigue con la rima esdrújula, tan poco frecuente en español. Don Mendo se dirige a Azofaifa:

Mora en otro tiempo atlética
y hoy enfermiza y escuálida,
a quien la pasión frenética
trocó, de hermosa crisálida
en mariposa sintética.

Lo mismo hace en esa "opereta sin música" (genial hallazgo) que es Los extremeños se tocan, para definir al amor:

El amor es un bichito muy simpático
que te deja melancólico y hepático
y lo mismo vuelve loco a un espasmódico
que a un flemático.

El juego musical llega hasta la prosa de La Oca (anagrama de Libre Asociación de Obreros Cansados y Aburridos):

¡Mardita sea los zánganos camándulas y los cartílagos de los murciélagos! ¡Sujetarme a ese bípedo, que los descáscaro!

Tres epitafios

Cuentan que, al morir los porteros de su casa madrileña, su hijo le pidió al escritor un texto para su epitafio y él lo compuso con facilidad:

Fue tan grande su bondad,
tal su generosidad
y la virtud de los dos
que están con seguridad
en el cielo, junto a Dios.

A las autoridades eclesiásticas le pareció ésta una afirmación demasiado rotunda y don Pedro escribió otro poemita:

Fueron muy juntos los dos,
el uno del otro en pos,
donde va siempre el que muere
pero no están junto a Dios
porque el obispo no quiere.

Tampoco esta versión agradó a la Curia y rápidamente compuso una tercera:

Vagando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán
porque, desgraciadamente,
ni Dios sabe dónde están.

Palomer de Corps

Dicen que, para premiar su fidelidad a la monarquía, el Rey le ofreció alguna tarea honorífica, vinculada a la Casa Real. Después de rechazar reiteradamente la propuesta, Muñoz Seca imaginó un oficio palatino que sí aceptaría, el de Palomer de Corps: caminar al lado de Su Majestad, cuando saliera del Palacio Real, con un parasol o sombrilla bien abierto, para evitar que las palomas ensuciaran la regia cabeza...

Los disparates

El enorme éxito popular –y económico– de muchas de sus obras desencadenó la censura de los envidiosos, a los que contestaba: "Prefiero pasar hoy en automóvil por donde está la estatua de Cervantes a que mis hijos pasen a pie por donde mañana pudiera estar la mía".

Se defendía, cuando tachaban de inverosímil y disparatado su sentido del humor:

Dentro de lo cómico, los disparates me encantan. A veces, se me ocurren cosas que las desecho, porque, ¡me da miedo! Temo que un día me tiren las butacas...

Le preocupaba la risa del público. Por eso, en los ensayos, retocaba los textos, como han hecho todos los autores verdaderamente teatrales:

Si mi familia me riñe por un chiste demasiado absurdo, nunca lo quito. En cambio, arreglo la pesadez de una obra, si en los ensayos se alarga y arrastra.

Le acusaron de deformar y exagerar la realidad, al crear un nuevo género cómico, el "astrakán":

No conozco más astrakán que lo que está en los geógrafos y lo que ciertos comisionistas llevan en el cuello de sus gabanes... Es una de tantas inculpaciones como me hacen por lo que gano, porque triunfo. Si no ganase, ya no preocuparían mis triunfos.

Censurar hoy un tipo de humor por no ser lógico o verosímil, después de Jardiel, de Mihura, de La Codorniz, del cine cómico norteamericano o del teatro del absurdo, sencillamente, da risa.

La crítica "seria"

Para un político y autor tan de izquierdas como Luis Araquistain, Muñoz Seca es un caso único: "No creo que haya en ninguna lengua un autor tan popular como él, en los pueblos de habla española, y nadie ha sido tampoco tan denostado por la crítica y por el público más docto".

Le atacaron por sus ideas políticas: era profundamente católico, español y monárquico. También, por su estética bienhumorada. Muy significativa me parece la frase de Enrique Díez Canedo, el gran crítico de su tiempo: "¿Puede enfadarse legítimamente el que ha reído tanto? Puede y debe enfadarse contra sí mismo y contra los que le han hecho reír..." ¡Qué extraño ataque! Le hubiera bastado con no haberse reído, él también.

Díez Canedo llega a acusarle de inmoral, en su crítica de El padre Alcalde: "

Son paisajes y figuras –la figura episódica de Reparado, en eterna obsesión admirativa, que se prolonga en el tacto, a la vista de una mujer– que dejan un saborcillo de mal disimulada pornografía.

¡Esto sí que es un disparate!: un crítico "progresista" acusa de pornografía a un autor tan de derechas como Muñoz Seca. Mucho debió de sonreír, sin duda, don Pedro, ante este puritanismo de nuestra izquierda...

En cambio, lo defendieron nada menos que Valle-Inclán ("un monumental autor de teatro"), Azorín ("un libertador"), Manuel Machado, Jardiel Poncela, Miguel Mihura... Y el público de los teatros, que es lo que a él le importaba.

El humor

Vive Muñoz Seca en una España seriamente preocupada por la carestía de la vida ("dentro de poco no van a poder comer huevos fritos más que el Gallo, el Nuncio de Su Santidad y Romanones") y por el separatismo catalán y vasco: ¿les suena?... Otorga un valor enorme al sentido del humor. Lo dice uno de sus personajes, en El padre Alcalde:

Lo único que hay en el mundo digno de estimación, después de una buena mujer, es una buena carcajada... ¿Qué haré yo para que los que sufren dejen de sufrir un instante y rían? ¡¡Y ríen, Jordán!! ¡Lo más sano, lo más bueno, lo que más se parece a la felicidad!

El final

Es una historia bien conocida pero que no harían mal en recordar algunos que ahora defienden con sectarismo la llamada "memoria histórica" y quieren borrar su nombre de calles y teatros.

En 1936, Muñoz Seca fue detenido y encerrado en la cárcel situada en el madrileño Colegio Calasancio de San Antón. Ante el tribunal popular que lo juzgaba, defendió que él sólo atacaba a los obreros que no trabajan, a los sinvergüenzas que viven a costa de los demás.

Lo recuerdan algunos compañeros de cárcel, como Cayetano Luca de Tena (en un artículo publicado en estas mismas páginas): "Era el preso más elegante de la roja cárcel de San Antón. No sé cómo había salvado del furor incautatorio de aquellos días un abrigo azul y otro de color melocotón. Se cubría la cabeza con una boina y, obligado a sacrificar su famoso bigote, se había dejado una mosca que suplía, en parte, aquella absurda y forzosa mutilación. Destacaba también por su actitud sonriente y amistosa... Fue el organizador de un curioso voluntariado entre los presos: los limpiadores de lentejas, un pequeño grupo que eliminaba las piedrecillas y los cuerpos extraños de las lentejas, esparcidas sobre las mesas de mármol". Lo mismo destaca Rafael Luca de Tena: "Muñoz Seca, siempre con su buen humor y con una palabra amable para levantarnos el ánimo, tarea casi imposible, en tan dramáticas circunstancias".

Julián Cortés Cavanillas ha contado "la última salida de don Pedro Muñoz Seca", el 28 de noviembre de 1936, a las 8:30 de la mañana, camino de Paracuellos del Jarama. Antes de ser fusilado, gastó su última broma: "Podéis quitarme, como vais a hacer, la vida, pero hay una cosa que no me podéis quitar y es el miedo que tengo". Cuando algunos de los que iban a asesinarle le pidieron perdón, añadió: "Están ya perdonados... aunque me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades".

Fiel a su ingenio, literalmente, hasta la muerte.

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