Julia Gutiérrez Caba ha sabido ir envejeciendo con dignidad, al punto que con esa sonrisa franca que siempre suele exhibir puede traicionar un poco su calendario. Tiene desde luego ochenta y seis años, es madrileña, vivió en la casa familiar de la calle Mayor hasta que se casó, marchándose a una vivienda cercana a la plaza de toros de Las Ventas. Es la penúltima actriz de una saga familiar que se inició en 1870. Hija, nieta, bisnieta, sobrina, hermana y tía abuela en una dinastía con apellidos que ya son historia del mejor teatro español. Y ella lo debe todo al teatro; menos, al cine, aunque haya interpretado papeles importantes en las cuarenta y tantas películas en las que tomó parte. Tiene premios que reconocen su paso por la escena y algunos, por sus películas. Precisamente el Festival de Cine de Málaga, que empieza este viernes, 15 de marzo y concluye el día 24, la premia en esta edición con la Biznaga Ciudad del Paraíso. Y eso que hace años que no rueda ningún filme, pues se ha dedicado más a trabajos televisivos.
Julia Gutiérrez Caba es una gloria nacional, sobre todo del teatro. Tal vez la más veterana ahora mismo, en cuanto a su categoría de primerísima actriz. Con una sencillez y elegancia poco común en gentes de su profesión que viven constantemente del halago. Se disfrazaba de niña, como sus hermanos, la mayor Irene, el menor Emilio. Iban con sus padres, Irene Caba Alba y Emilio Gutiérrez Esteban, acompañándolos en sus giras, siendo muy pequeños, porque a éstos no les parecía bien dejarlos en Madrid con algún pariente. Y pasaban frío, o calor, durmiendo en casas particulares o en humildes pensiones. Lo natural era que los tres hermanos terminaran también continuando la saga familiar. Julia no estaba muy convencida de ser actriz y el primer día que pisó un escenario hubo un apagón. Mal presagio, se dijo. Transcurría 1951 cuando debutó en Las Palmas de Gran Canaria, con la compañía de Catalina Bárcena, en Mariquilla Terremoto, que los hermanos Álvarez Quintero habían escrito basándose en la figura de una cantaora de coplas, Amalia Molina. Luego pasó a otra formación teatral, la que encabezaba Isabel Garcés en el teatro de su marido, el Infanta Isabel.
Aquellos viajes tan lejanos de los cómicos les obligaba a llevar baúles con la ropa, no sólo de calle, sino para a actuar, pues así era costumbre de los empresarios, que no les pagaban los trajes para salir a escena. Y en los tiempos de bisabuelo, la mitad de lo que cobraban era en velas de cera, en épocas donde el fluido eléctrico era discontinuo y los actores se servían de ellas para maquillarse. Aquella bohemia ya no la vivió Julia Gutiérrez Caba, pero sí que atravesó épocas difíciles. "Cuando estábamos toda la familia en nuestra casa madrileña, malo. Era señal de que no había trabajo".
Hubo algún momento en que Julia Gutiérrez Caba tuvo intención de cambiar de rumbo profesional. Como dibujaba muy bien, pensó dedicarse una temporada a la pintura. Tomó clases de un maestro, amigo de su padre, que había sido discípulo de Cecilio Plá. Y se pasaba algunas jornadas dibujando bajorrelieves y torsos de escayola. Poco se sabe de aquellos días que trabajó en una tienda diseñando ropa para los niños. Pero al final pesó más la fuerza del teatro. Se convenció de que lo suyo sería continuar los pasos familiares.
Como puede suponerse, tras casi setenta años de profesión, Julia ha representado a un sinfín de autores de teatro clásico y contemporáneo. Como no es aquí cuestión de anotar la larga lista de estrenos, les citamos que intervino en seis comedia de un maestro del género Miguel Mihura, como ¡Sublime decisión!, Melocotón en almíbar y Las entretenidas. Julia se había ya acostumbrado a ejercer de dama joven, como se decía entonces en el argot. Lo que la ha llevado ya en tiempos recientes, a añadir a la frase, esta otra: "Y ya pasados tantos años, he de representar papeles de abuela".
También de Antonio Gala dio a conocer una obra dramática de los inicios del dramaturgo de Brazatortas: El sol en el hormiguero, y mucho después Petra Regalada. Con el actor que más temporadas estuvo en un escenario, siete años, fue Alberto Closas. Hubo espectadores que llegaron a creerse que eran marido y mujer, cuando representaban piezas tan taquilleras como Flor de cactus, Vivamos un sueño, Cuarenta quilates y Cuatro historias de alquiler.
Si en el teatro le encomendaron muchas comedias, en la televisión y el cine, por el contrario actuó más con papeles dramáticos. Recuérdense sus intervenciones en Nunca pasa nada, en el personaje de la esposa de un médico de provincias, que la engaña con una corista, donde estaba sensacional junto a Antonio Casas. También en su debut en la gran pantalla, dirigida por Juan Antonio Bardem, en A las cinco de la tarde, al lado de Paco Rabal, y en otro filme taurino, haciendo de madre de Sebastián Palomo Linares, Nuevo en esta plaza. Cómo no recordarla también en La gran familia y La familia y uno más, Un millón en la basura, Doña Perfecta, en la década de los 60 e inicios de los 70, para brillar en época más cercana en You are he one, con un personaje a su medida que le proporcionó José Luis Garci, (quien ya la tuvo a sus órdenes en una nueva versión de La herida luminosa) que le valió a Julia un Goya revelación… A ella, con tantos trabajos a sus espaldas… Y luego, las nuevas generaciones han podido conocer su arte interpretativo en la serie Los Serrano, y en Águila roja, en el papel de Laura de Montignac.
¿Y qué ha sido de su vida particular, teniendo en cuenta que no ha dejado nunca de trabajar y tampoco, pese a su talento y su brillante historial, ha aparecido en los medios de comunicación frecuentemente, salvo en vísperas de estrenos? Porque Julia Gutiérrez Caba siempre ha sido mujer discreta, que sin ser aburrida, se la ha visto poco en fiestas y desfiles. Se casó en 1964 con Manuel Collado Álvarez, miembro asimismo de una dinastía artística. Actor y finalmente director teatral. El matrimonio, que no tuvo hijos, formó compañía propia en 1970, pasaron algunos apuros económicos, para luego clausurarla. Julia enviudó en 2009.
Se quejaba nuestra excelsa actriz de cansarse en los últimos tiempos. Ya no aguantaba las cinco horas de ensayos durante unas semanas, las dos funciones, y creyendo que, sin anunciarlo, su adiós profesional estaba cerca, aceptó dos proposiciones que pusieron de nuevo en evidencia su magisterio en las tablas: el monólogo Escrito por Teresa de Ávila, función dirigida por José Luis Gómez, y hasta la fecha, la más reciente, Cartas de amor, un diálogo con el estupendo actor Miguel Rellán. ¿Volverá a ser aclamada por tantos admiradores como tiene en alguna próxima obra? Ella no lo afirma, pero le costaría renunciar a ello si la oferta le atrae. De momento, seguro que las ovaciones serán rotundas y vibrantes el próximo día que reciba en el Festival de Cine de Málaga ese merecido premio que le otorgan por toda una larga carrera.