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Esta Dolores no sangra

Hay momentos de interés en el, sin embargo, rutinario montaje de la ópera de Tomás Bretón, un clásico de nuestra lírica.

Hay momentos de interés en el, sin embargo, rutinario montaje de la ópera de Tomás Bretón, un clásico de nuestra lírica.
La Dolores, en el Teatro de la Zarzuela | Elena del Real

Las antologías de zarzuela, como esa extraordinaria que se ha visto hace poco en el Auditorio Nacional, divulgan estupendamente las grandes canciones del género, con un único inconveniente: el de despojar a toda canción de su contexto, de su sentido dramático. Sucede con las canciones más emblemáticas y pegadizas del repertorio, manteniendo vivos una decena de títulos aunque solo sea por la referenciada romanza, intermedio u obertura. Pero el peligro de tal sinécdoque -luchemos entre todos por que palabras como esta no se pierdan- es atreverse con una obra completa que, en muchos casos, no está a la altura de esa carta de presentación.

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Fotografía de Elena del Real

Sucede con La Dolores, el nuevo bocado de una temporada del Teatro de la Zarzuela que se presentaba exquisito pero al que alguien parece haberse olvidado de salpimentar: Pan y toros presentaba un puñado de ideas que no cohesionaban; Policías y ladrones desde luego, no respondió a esa expectativa generada durante cuatro años y dos cancelaciones. Y a esta Dolores le cuesta horrores mantenerse al nivel de esa celebérrima, majestuosa jota que, Tomás Bretón no supo o quiso reservar para más adelante: sucede en el primer acto, y esa pasión y ese garbo caen en picado sin que nada los frene.

No discuto la conveniencia de programar a Bretón, siendo además su centenario, y con una obra relevante, en el mismo coliseo que la estrenó. Pero el legendario drama de la honra perdida de la aragonesa Dolores, y la humillante copla que la perseguía ("Si vas a Calatayud…"), está contado y cantado sin gracia ni sentimiento. La música, que a juzgar por el libreto contiene dúos y hasta algún pasacalles, parece una melodía sin fin, con nada menos que cinco protagonistas masculinos -hay quien ve en esto algo positivo- con parecidas intenciones en pos de la protagonista.

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Fotografía de Elena del Real

A pesar del enorme esfuerzo de los intérpretes, de los aislados trazos de humor que intenta introducir Gerardo Bullón, del desgarro que procura invocar Jorge de León, de la imponente presencia de José Antonio López -el mejor de la función, y el único cuya fuerza llega a la butaca- hay un problema de base de ausencia de garra dramática, de objetivos enunciados pero no expresados. Hasta esa magnífica soprano que es Saioa Hernández resulta incapaz de emocionar, con todo lo que la rodea en contra. Amelia Ochandiano, quien tan buenos resultados dio con La del Soto del Parral -reconozcámoslo, un título mucho más accesible-, deja a todos los intérpretes deambulando sin rumbo, abriendo y cerrando capillas, esquivando a acróbatas cuya presencia no entendemos, con unos decorados que no dicen nada -las dichosas pasarelas parecen haber venido para quedarse- y un vestuario completamente inocuo, atemporal y que, por ello, deja a la historia en tierra de nadie. En resumen, una propuesta que podríamos bautizar como "Tunantes y cabezudos".

Nos queda, pues, el mensaje de lo importante que fue Bretón y dos horas y media de admiración de técnica vocal. Próximamente nos veremos las caras con José de Nebra y Emilio Sagi. ¡No nos falléis!

Título: La Dolores

Dirección escénica: Amelia Ochandiano

Dirección musical: Guillermo García Calvo

Dónde: Teatro de la Zarzuela (Jovellanos, 4, Madrid).

Cuándo: Hasta el 12 de febrero

En Cultura

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