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La música de Ponce compone una mañana sublime en Nimes

Ante un anfiteatro romano repleto, el valenciano desplegó su tauromaquia y firmó una mañana histórica.

Ante un anfiteatro romano repleto, el valenciano desplegó su tauromaquia y firmó una mañana histórica.
Una matinal para el recuerdo | Enriqueponce.com (Manu de Alba)

Dificil describir con palabras la alegría, la emoción y la entrega que se vivió en el anfiteatro romano de Nimes con la celebración de los veinticinco años de alternativa del maestro Enrique Ponce. Como la ocasión merecía un gran acontecimiento taurino, el valenciano se anunció con cuatro toros acompañado del rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, otro consentido de la afición francesa.

La intensa fiesta que se vivió en las calles de Nimes a lo largo de todo el fin de semana no impidió que los tendidos se llenasen para este señalado festejo matinal que arrancó a las once y media . Tras el elegante paseíllo con la ópera "Carmen" como acompañamiento, Ponce saludó una cariñosa ovación.

Abrió el festejo un toro de Fermín Bohórquez con el que Pablo Hermoso levantó al público a lomos de Disparate. Un ajustado galleo a caballo alumbró un tercio de banderillas en el que el jinete navarro dejó muestras de la elegancia que le ha convertido en la máxima figura del rejoneo. El de Bohórquez no se apagó, permitiendo que Hermoso de Mendoza luciese a su caballo Ícaro, toda una garantía en las distancias cortas. Montando a Pirata pisó los terrenos de mayor cercanía y, tras clavar un ramillete de banderillas cortas, puso punto y final a la faena con un rejón de muerte que le sirvió para cortar las dos orejas. El centauro estellés se dio un baño de multitudes mientras paseó los trofeos. Hubo palmas para el de Bohórquez en el arrastre.

Llegó el turno de la primera faena a pie de la mañana, pero el toro de Alcurrucén tenía otros planes. Una y otra vez amagó con salir de chiqueros para terminar volviendo sobre sus pasos, rumbo al corral. Cuando por fin saltó a la arena fue de menos a más, embistiendo con nobleza en la muleta del maestro de Chiva, que por momentos dejó pases largos y sentidos, marca de la casa. Lo mejor vino por el pitón izquierdo, con naturales excelsos que levantaron poco a poco la intensidad de la faena. Ponce se adornó con molinetes, ajustando trincherazos de arte para cerrar faena y matando de media estocada. Se le pidió la oreja, pero el palco no la concedió y el homenajeado dio una vuelta al ruedo entre vítores y palmas.

El tercero, de Victoriano del Río, dio más juego desde un primer momento, entregándose en las verónicas, las chicuelinas y los delantales que desplegó Ponce en el toreo de capa. Ya en la faena de muleta, los ayudados por alto y los cambios de mano le sacaron de tablas hasta los medios. En ese terreno empezó a componerse una faena de arrebatadora belleza en la que las enclasadas embestidas del astado por el pitón de derecho se fundieron con el preciosismo estético que Ponce mantuvo tanda a tanda. Lo mejor llegó a media altura, como tantas veces en su carrera. Por si no fuese suficiente, la banda interpretaba a Morricone mientras el diestro seguía ralentizando las embestidas del toro de Victoriano del Río con esa despaciosidad y elegancia que han elevado su técnica a los altares de la Tauromaquia contemporánea. El viento impidió redondear una obra maestra y la espada dejó al valenciano sin trofeos, pero poco importó el sinsabor final después de una faena tan inspirada. Hubo aplausos en el arrastre para el toro de la ganadería madrileña y también palmas para el diestro valenciano, que saludó desde el tercio.

El cuarto, de nuevo de Fermín Bohórquez, tuvo menos movilidad pero llegó a los tendidos gracias a la transmisión con la que embestía. Pablo Hermoso le recibió con Churumay y colocó dos rejones de castigo antes de desplegar el elegante galope de Berlín y las arriesgadas piruetas de Dalí en el tercio de banderillas. Le tocaron una jota navarra al de Estella, que cerró la faena con un estupendo par a dos manos a lomos de Pirata. En todo momento, Pablo supo provocar las embestidas del toro de Bohórquez, arriesgando y apretando en espacios cerrados. El mal uso de los aceros le dejó sin premio.

Turno después para el quinto, de Domingo Hernández. Entró al relance al caballo y embistió al equino del picador hasta tumbarlo. Acabó llevándose tres varas, pero la emoción del primer tercio no se mantuvo en los compases siguientes. En la muleta de Ponce, el toro se paró y escarbó más de lo que embistió, por lo que el valenciano no pudo lucirse.

Llegó entonces el momento del sexto, colaborador perfecto para una apoteosis como la que esperaba el respetable. Salió con brío el de Juan Pedro Domecq, tomando un buen tercio de varas y siguiendo el capote de Enrique Ponce con entrega. El valenciano empezó la faena de muleta a media altura, componiendo después la figura en el toreo al natural, trazando un cuatro en uno y conquistando definitivamente al público con la poncina. Hasta aquí la cosa iba bien, pero lo mejor estaba por llegar.

Ponce se inspiró en el tramo final de la faena, con un bello trasteo en el que bajó la mano, convenció por naturales, sorprendió con faroles, emocionó a base de trincherazos y se adornó con un abaniqueo. Con el anfiteatro romano entregado, el tenor Francesco Demuro, que estaba sentado en la barrera, alzó la voz y acompañó la suerte de matar interpretando los compases más célebres de la emocionante "Nessum Dorma". Momento mágico e inolvidable, con la pieza más recordada del "Turandot" de Puccini envolviendo el punto álgido de la mañana. La cosa, claro está, no podía terminar mal: Ponce se atracó de toro y dejó una fantástica estocada que le valió las dos orejas. Arte en estado puro.

Todo lo ocurrido en el sexto hizo explotar de júbilo al público de Nimes, que aplaudió a rabiar al toro de Juan Pedro Domecq y festejó el triunfo de Enrique mientras sonaba con alegría el "Paquito Chocolatero", como recordándole al valenciano que, aún en Francia, estaba en su casa.

La algarabía del respetable animó a Ponce a regalar un toro más. Con el sobrero de Juan Pedro Domecq volvió a entenderse a la perfección, sellando otro triunfo de dos orejas ante un público entregado, enardecido y, ante todo, feliz. La faena fue puro temple, con el regusto artístico del toreo técnico que ha dado tantos triunfos al matador valenciano. En línea con la musicalidad de la mañana, la banda bordó una interpretación del "Himno al amor" de Edith Piaf. Romanticismo puro para la faena que terminó de redondear la mañana.

Concluyó así una matinal para el recuerdo, en la que Nimes degustó el toreo caro de Enrique Ponce y disfrutó con el rejoneo de altura que pudo cuajar por momentos Pablo Hermoso de Mendoza. La salida a hombros, clamorosa y sentida, llevó en volandas al valenciano, convertido en cónsul de Nimes mientras decenas de miles de personas celebraban al son del "Chullita Quiteño", alegre pasacalles ecuatoriano con el que la Tauromaquia universal cerró un capítulo emocionante.

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