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Pedro de Tena

Luis García Caviedes, un personaje andaluz con duende y mengue

Para ser bueno es preciso saber del mengue, saber del mal. Si no es así, si no se supera el saber ser malo, se es tonto, más o menos.

Para ser bueno es preciso saber del mengue, saber del mal. Si no es así, si no se supera el saber ser malo, se es tonto, más o menos.
Luis García Caviedes | Libertad Digital

Tal vez la muerte haya sido su último "ataque de sensatez", como gustaba desconcertar a sus amigos. Ante lo inevitable, mucho mejor la cordura de morirse. Quisiera creer que habrá sido con la sonrisa en los labios y el humor por montera. Humilde, en el mejor sentido de la palabra, Luis tenía una gracia natural sin freno y el don de la expresión deliciosa. Lo reconoció Paco Umbral cuando calificó de ese modo a una de sus crónicas taurinas. Escribió el mejor columnista de la España reciente: "Pero dice Caviedes, deliciosamente, que en la plaza se veía demasiado cemento, o sea, que estaban cuatro". Gozo de metáfora.

Como otros muchos, Luis no ha sido reconocido como un personaje andaluz, que lo era, dotado de su duende y de su mengue. Hombre de cultura en la sangre como decía Lorca de Manuel El Torre, que no Torres como escribió, Luis García Caviedes tenía duende, esa herencia del alegre demonio de Sócrates que no es ángel, que no está por encima de nadie, tampoco musa, sino que nace en los pies y sube. El duende es lo que hace, conferenciaba nuestro Federico, que gane un concurso de baile una vieja de 80 años en buena lid con bellas jóvenes con la cintura de agua. A pesar de todo, él era más de Villalón, poeta y taurólogo poblado de ojos verdes y relojes en marcha, antes que del granadino.

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Y también tenia su mengue, el otro diablo, el malo, el chungo, el de toda la vida. Luis, que sabía caló, lo hubiera considerado enemigo de "Undivé" o Undebé, que es el Dios bueno. Hay unos versos gitanos que recogen su oposición:

Er mengue m'está tentando
pa que te baya a buscá;
Undebé pué más qu'er mengue
y ese gusto no tendrás.

Pepita Jiménez, la de Valera, le echaba la pata al mengue en diablura y a Indalecio Prieto un adversario le espetó lo que sigue: "Malos mengues se lo lleven y en el infierno nos veamos!".

Para ser bueno, y Luis lo ha sido toda su vida, es preciso saber del mengue, saber del mal. Si no es así, si no se supera el saber ser malo, se es tonto, más o menos. Pero bueno, no.

Un personaje

Luis era un personaje. Para ser personaje se necesita ser persona, esto es, ser gente, como decían los gitanos de Jerez para referirse a los hombres cabales. Y, además, disponer de equipaje, esto es, no montaje, no maquillaje, sino bodegaje, paisanaje, aprendizaje, bagaje, andamiaje y kilometraje, por lo menos. Pero hoy sólo se repara en los famosos, que es otra cosa bien distinta a los personajes, y que, frecuentemente, carecen de identidad.

Luis García Caviedes, con media pata en Jerez, la de su madre, María Isabel, y la otra media en Sevilla, ha sido para muchos un excelente y nunca "sobrecogedor" (de sobres) crítico taurino y un enamorado, extraordinario conocedor y crítico honrado del flamenco puro. Ejerció ambas cualidades en el diario El Mundo casi desde su fundación y hasta 1997. Currista empedernido, contaba aquella clasificación de toreros que los agrupaba en "buenos toreros", "maestros" y de "mamazo". En esta última categoría sólo cabían dos: Antonio Ordóñez y Curro Romero que eran a la fiesta nacional lo que el clan de los Pinini al cante jondo del bajo Guadalquivir.

Cómo aparecía el duende

Una vez me mostró cómo aparecía el duende. Me condujo a la casa de sus padres en un pueblo de Sevilla, Valencina de la Concepción. Allí estaban algunos miembros del clan de los Pinini, de la zona de Lebrija y Utrera, y esperábamos que se arrancasen a cantar. Luis, ante mi impaciencia, me dijo: "Perico, esto no va a así". Iba de suyo. Y en efecto, así fue. En un momento, uno de los presentes se acordó de su madre enferma y se arrancó no sé por qué palo, que yo entonces, al igual que hoy, sabía poco de flamenco. Seguramente por soleares o siguiriyas, pero no es seguro. Y entonces, surgió el duende y la emoción de lo verdadero.

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Luis escribió Curro Romero, mito de Sevilla, un libro querido en el que definía el arte del toreo del faraón como la maestría de la caricia y la verdad de no engañar, no hacer como si se hiciera no haciendo, atento a las "ideítas" del toro y teniendo miedo, señal de que la cabeza del torero funciona perfectamente. No podría haber escrito ese libro sin su íntimo Jarrillo, fotógrafo taurino que se recreaba con el natural, amigo, de los muy pocos de verdad, de Curro, entreverado, tocado por los dioses con una vida aventurera y un desparpajo de película, que, por ser, fue hasta distribuidor de largometrajes para los cines de pueblo. Tampoco sin Fernando Vázquez, durante años al frente de la ganadería de Gabriel Rojas.

Pero Luis era más que lo evidente. Había sido un cura rojo de los abrevados en el Seminario de Sevilla por los teólogos de la liberación nacional de la transición democrática pero que, afortunadamente, no se despeñó por la política, sino que el amor a su pobre pueblo andaluz le cuajó en las raíces de dos fiestas, la del toro y la del cante. Para el alma pendiente y penitente, sin embargo, prefirió el psicoanálisis y sus derivados psicodramáticos, una vez que colgó la sotana y se abrazó a María y a sus hijos, Luis y Fonfo, como él le llamaba. He sabido después que, por amor a ellos, había llegado al corazón del rugby, ese fútbol más que raro para un sevillista de familia. Otro milagro.

La clandestinidad antifranquista

Lo conocí en los avatares de la clandestinidad antifranquista cuando estaba en plenas experiencias comunales que yo ya descartaba. Los de la izquierda imberbe de ahora creen haberlo inventado todo, pero no tienen ni idea del coraje de los que les precedieron ni del tesoro de la experiencia crítica que acumularon. Tanta que a veces llegamos a negar lo que defendimos por no saber suficientemente. Luego coincidimos en El Mundo en Andalucía donde fuimos de ganaderías distintas. Él, dedicado a los toros de la Maestranza y otras plazas con Javier Villán y la buena literatura. Yo, a los negros negros de la corrupción del PSOE andaluz que también daban cornadas.

De todas formas, fue mi confesor de hecho durante aquellos años cuando un varetazo de la vida me hizo casi perder la brújula y despistarme del Norte. Gracias a su acogida, pude sobrevivir sin graves daños. Para que entendiera el toreo, bastante más que sangre, me regaló el maravilloso libro Ritos y juegos del toro, de Ángel Álvarez de Miranda, que dio pie a un relato que escribimos juntos, Diábolo, que luego transformé en guión del primer capítulo de una serie de televisión tauromágica que nunca terminé. A ver si ahora.

Luego, la vida nos separó y apenas nos veíamos. Cuando cumplió 50 años le dediqué unos versos que siguen vivos y auténticos:

Querido mío, hay tantas alegrías
tuyas en esta juerga de mis venas,
hay tantas faraónicas faenas
de tu muleta en mi melancolía…

Hay tanto incienso de tu sacristía
en las absoluciones de mis penas,
tanto romero, tantas hierbabuenas
en la guitarra de tu compañía,

que eres una esperanza que la vida,
por una vez amable, me ha dejado
sobre la certidumbre de la herida.

Tal vez te trajo un dios empecinado
en salvar el final de una partida
que no pedir jugar y que he jugado.

Descansa en paz.

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