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Agapito Maestre

El Rey y yo en los toros

Pocas cosas hay en la vida más importantes que asistir a una corrida de toros.

Pocas cosas hay en la vida más importantes que asistir a una corrida de toros.
Don Felipe, este miércoles, en el Palco Real de Las Ventas. | EFE

Escribo esta nota a las cinco de la tarde del día 1 de junio de 2022. Lo hago con solemnidad de ritual. Iré a los toros. Pocas cosas hay en la vida más importantes que asistir a una corrida de toros. No conozco a nadie de bien que las rechace. Lo de don Pío, el gran Baroja, era solo una pose. Postureo político del 98… Nada hay superior al arte de la tauromaquia. Es real. La ficción no existe. Es el juego entre la vida y la muerte. Ahí solo vemos realidad, propiamente realidad. No es teatro, aunque lo incluye. Es el espectáculo más importante de España y el más relevante de muchos otros países de orígenes culturales similares al nuestro. Me he preparado a conciencia sobre la tarde de hoy en Las Ventas. Me he informado sobre ganadería, los toreros, el sorteo de los toros, el cartel anunciador de la corrida dedicado al gran don Antonio Bienvenida; he leído cien comentarios en la prensa y he pensado sobre otros mil detalles de la corrida… Diría que llevo mil años estudiando sobre la cosa.

Pero tengo la sensación de entender cada vez menos de este ritual extraordinario. O sea de toros y filosofía no sé demasiado. Apenas tengo unas cuantas ideas e intuiciones para orientarme y persistir en mis empeños taurinos y filosóficos. Unas fueron aprendidas en las plazas de toros, otras en la calle y el arte de la pintura. Los toros de Goya y de Prior, los toros de otros mil pintores de España, conforman mi educación estética. Son tan relevantes para mi educación plástica, filosófica y literaria como la Historia de las ideas estéticas en España, de Menéndez Pelayo, o la Deshumanización del arte, de Ortega. También los libros de poesía y de estética taurina fueron y siguen siendo mis cotidianos alimentos intelectuales. En mi mundo taurino Rafael Morales y Corrochano compiten poética y estéticamente con Gerardo Diego y Cossío. Todos me subyugan y me invitan a una corrida de toros. Y todavía hoy, después de pasar ciento de horas en plazas de toros, son imprescindibles para mi formación espiritual y literaria la lectura de los cronistas taurinos. La sección de toros de los periódicos es clave para entender qué pasa en España: ahí abreva cotidianamente mi buena disposición y poca inteligencia taurina; es tan difícil escribir bien y con verdad, sin impostaciones de plumas y almas, de toros y toreros que estoy por rendirme a casi todos ellos antes que criticarles.

En resolución, mi primera idea de los toros y la filosofía es sencilla de expresar: es menester seguir leyendo libros de filosofía, entre los que ocupan un buen montón los dedicados a los toros, y visitando plaza de toros. Y porque no hay en el mundo un espectáculo más culto que una corrida de toros, infinito respeto me merecen todos los asistentes a este ritual grandioso sobre la vida y la muerte, lo cotidiano y lo extraordinario, lo humano y lo divino. También el Rey, Felipe VI, merece ese respeto no sólo por ser el Jefe del Estado, sino también porque hoy asistirá a la corrida de la Beneficencia con toros de Alcurrucén para Morante, el Juli y Ginés Marín. ¡Los toros y Felipe VI! Sí, es obvio que nuestro rey debería frecuentar más las corridas de toros. No hay fiesta, ritual en España, que no esté acompañada y asociada a la tauromaquia. Asista, Señor, a las fiestas taurinas de todos los pueblos de España. También ahí está su legitimidad. Imite a los grandes. Relea a Alfonso X el Sabio, ese gran rey, que fijó ya el significado de los toros en España y la monarquía para aquí y ahora. Visite los pueblos de España, sobre todo, en fiestas. Es un acontecimiento extraordinario. Un ritual. Los toros no son iguales en Toledo que en Córdoba, en Sevilla que en Pamplona, en San Sebastián que en Bilbao… El denominador común, sí, es el toro, pero mil las formas de ser Español con los toros, con nuestra piel de toro, acogiéndonos a todos por igual. Y es que, como dijera el gran Rodríguez Adrados:

España es el país del toro. A una piel de toro se viene comparando su forma desde la Antigüedad y Diodoro de Sicilia (IV 18.3) testimonia que en Iberia había ganaderías de animales considerados como sagrados. Hay luego el recuerdo de las vacas de Gerión, robadas por Heracles, a las que ya se refirió Estesícoro. Y hay muchísimas representaciones taurinas desde el Neolítico, luego encontramos estelas con el toro y un guerrero que se le enfrenta en Clunia o bien son cuatro hombres enfrentados a un toro en una pieza de cerámica de Liria. Este papel importante del toro en la España de hoy día se impone al visitante extranjero.

En fin, Señor, recorra España y sus plazas de toros. Provéase de libros y poemarios taurinos. Y a la lidia que es la vida. ¡La lidia! Sí, sirvan los versos de Rafael Morales, dedicados a Vicente Aleixandre, para saber qué es la lidia:

¡Oh qué templado lance, qué revuelo,
qué embiste tan feroz y valiente
bajo el trapo fugaz que el toro siente
imitando en el aire un breve cielo!

¡Oh cuánta furia, cuánto desconsuelo
en el toro que embiste suavemente,
hecho negro relámpago caliente
que puebla de rumor ardiente el suelo!

Mas el ansia tenaz y desbordada
del fiero corazón que va burlado
no saciará jamás, ¡triste porfía!

Que tienes ya en tu carne la estocada
y vas hacia la muerte derrotado,
acornalando el aire en la agonía.

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