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Andrés Vázquez, la dura vida de un torero que triunfó en los ruedos y acabó en soledad, arruinado

Ha muerto Andrés Vázquez, una figura del torero en los años 60 y 70, de imperecedero recuerdo para los aficionados.

Ha muerto Andrés Vázquez, una figura del torero en los años 60 y 70, de imperecedero recuerdo para los aficionados.
La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, entrega el premio 'Figura de la Tauromaquia' al torero Andrés Vázquez (11/04/2019) | Europa Press

Ha muerto Andrés Vázquez, una figura del torero en los años 60 y 70, de imperecedero recuerdo para los aficionados. Tras una lucha durísima por los pueblos, forjado en capeas y tentaderos y después de permanecer doce años en el escalafón de los novilleros, logró triunfar como matador de toros. De esos "toreros de toreros", espejo en el que podían mirarse muchos. Cuanto ganó, bastante, lo perdió en un negocio inmobiliario. No supo administrar su capital. Se quedó poco menos que en la calle. Tampoco en el amor tuvo mucha fortuna, aunque en dos de sus relaciones vivió un par de historias novelescas con mujeres casadas.

Andrés Mazariegos Vázquez era de Villalpando (Zamora). El próximo 25 de julio iba a cumplir noventa años. A sus paisanos les había anunciado que, si le fuera posible, ese día estaba dispuesto a matar un toro. Era tal su afición que soñaba con tal despropósito a tan avanzada edad. Hace un par de meses fue ingresado en el Hospital de Benavente, víctima de un infarto. Lo superó. Mas este sábado 17 de abril fallecía a causa de un fallo multiorgánico. En su tierra, lloran su ausencia. Era un grande del toreo, un hombre cabal.

A los catorce años dejó su pueblo, pensando que en Madrid encontraría el camino para hacerse torero. Como sus bolsillos estaban vacíos hasta de calderilla tuvo que trabajar en el Mercado Central descargando camiones, con lo que podía pagarse una modesta pensión. Ya decidido a correr suerte en los toros se fue uniendo a una pandilla de "capitalistas", los que se tiran de espontáneos a las plazas, soñadores de gloria en los ruedos, buscando ganaderías donde poder entrenarse, si los dejaban. Los capas, los de las capeas en los pueblos, donde toreaban en las fiestas casi gratis, sólo a cambio de comida y lo que pudieran recoger con un capote, mendigando limosna a los aficionados de plazas de carros. Aprendizaje durísimo. En aquellos tiempos lo llamaban el Nono, luego el Niño de Villalpando y ya triunfador, el Brujo de Villalpando.

Cuando ya el 19 de mayo de 1962 Andrés Vázquez pudo tomar la alternativa de manos de Gregorio Sánchez y testigo Juan García Mondeño, el zamorano estaba suficientemente placeado. Toreo castellano, recio, sin florituras. Dominio con la capa y la muleta. Había visto algunas filmaciones de Juan Belmonte y alcanzó a contemplar faenas de Domingo Ortega, de quien recibió sabios consejos.

Andrés Vázquez fue "torero de Madrid". Gustaba su estilo en la Monumental de las Ventas, donde alternó varias veces con Antonio Bienvenida. Cuando sucedió la trágica muerte del hijo del Papa Negro, Andrés se ofreció a torear él solo seis toros para costear el monumento a su amigo, que hizo el escultor Luís Sanguino. Fue asimismo Andrés el primer matador en encerrarse en solitario con media docena de reses de la temida ganadería de Victorino. Precisamente, tras retirarse un par de ocasiones en las temporadas de 1974 y 1977, mató un toro de la misma en 2012, con motivo de celebrar su medio siglo de alternativa. Le cortó dos orejas y rabo a su enemigo. Contaba entonces ¡ochenta años!

Podría suponerse que un torero de su raza, espada de lujo en las grandes ferias, ganaría mucho dinero. Si no se hizo millonario sí que consiguió un considerable capital, mas no supo administrarlo, o simplemente tuvo mala suerte. Se involucró con otros socios en un negocio inmobiliario y le salió rana, acabando casi como empezó en los ruedos, "sin tabaco", arruinado.

Atrás quedaba su historial inmaculado de éxitos. Despertó en Orson Welles una admiración sincera, al punto que el genio del cine le propuso rodar con él una película, interpretando la vida de Juan Belmonte. Llevaba muy avanzado el guión, aunque nunca llegó a rodarse. Orson lo invitaba a almorzar a su casa madrileña de la Cuesta de las Perdices, y el torero le correspondía en la suya del número 120 de la calle de Serrano, que hubo un día que vender. Andrés Vázquez, por otra parte, sí que intervino en tres filmes: Yo he visto a la muerte, de José María Forqué; Tú solo, de Teo Escamilla y en 2019 Sobrenatural, del novel Juan Figueroa, rodado en tierras salmantinas, en torno a un diestro que se enfrenta al último toro de su vida.

Fue Andrés, que apenas tuvo estudios, un hombre autodidacta, que en una época de su vida se interesó vivamente por la pintura, asistía a exposiciones e iba adquiriendo cuadros de artistas reconocidos. También se entretuvo en escribir algunos textos.

Respecto a su vida sentimental, Andrés Vázquez conoció a una mujer casada con la que compartió un amor platónico. Ella no quería dejar a su marido, pese a que ya no estaba enamorada, y encontró en el torero a un hombre comprensivo. Tarde o temprano, aquella relación tenía su fin. Y se dejaron. Luego, también se interesó Andrés por otra mujer casada. Esta vez su idilio ya tuvo otras consecuencias. Concha Velao Gonzalo se llamaba, madre de cuatro hijos. Dejó a su marido y se fue a vivir con Andrés, con quien tendría un quinto, la niña Jimena, que hizo muy feliz a quien tan escasa suerte había tenido en el amor, y en su afán de formar una familia. Luego, por razones que se nos escapan, aquella unión acabó. En sus últimos tiempos, Andrés encontró en María el último bastón sentimental en quien apoyarse.

Después de su descalabro económico, Andrés Vázquez, acostumbrado a caerse y levantarse, buscó otros lugares donde ganarse la vida. En un pueblo de Toledo se radicó un tiempo. Se rehízo modestamente como profesor en la Escuela de Tauromaquia de Madrid, y como comentarista en Telemadrid de festejos taurinos, donde prestó su voz y sus grandes conocimientos, a veces con excesiva severidad. Y es que, quien como él llevaba el toreo en la sangre, dictaba aquellas lecciones recordando sus impagables tardes de gloria.

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