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Y entonces apareció un tal Bernd Schuster

Un hasta entonces desconocido Bernd Schuster fue el artífice de que Alemania se convirtiera en la primera selección que lograba dos Eurocopas.

Un hasta entonces desconocido Bernd Schuster fue el artífice de que Alemania se convirtiera en la primera selección que lograba dos Eurocopas.

La Eurocopa del 80 no pasará a la posteridad como una de las mejores. Ni de las más espectaculares. Ni mucho menos dejó un gran recuerdo para el fútbol español. Ni siquiera tuvo la presencia de un equipo grande, que enamorara. Pero fue la edición gracias a la cual puede entenderse lo que es hoy la Eurocopa.

Porque en aquella Italia'80 la competición se hizo adulta. Se amplió el número de participantes. Consecuentemente, la fase final pasó de constar de tres partidos y durar cuatro días, a vivir 14 encuentros en casi dos semanas. Se pasó de dos a cuatro sedes, distribuidas por todo el país transalpino. La Eurocopa se aproximaba, cada vez más, a la fórmula de la Copa del Mundo, la gran competición.

Pero sobre todo hubo un gran beneficiado de todo esto: la televisión. La oferta de partidos se vio enormemente ampliada, dando lugar ya al negocio futbolístico televisado. En España, por ejemplo, se ofrecieron 11 de los 14 encuentros disputados, mientras que en la edición de 1976 sólo se había ofrecido la final. Algo similar sucedió a lo largo y ancho de todo el continente, confirmándose por fin el éxito de la Eurocopa, así como el engrandecimiento del torneo, que se situaba al nivel del Mundial de fútbol.

Futbolísticamente, un joven desconocido hasta la fecha se destapó como un grandísimo medio centro, sorprendiendo a todos y llevando a su equipo, Alemania, al título europeo, el segundo en su historia. Su nombre, Bernd Schuster. Italia sólo fue el prólogo de lo que iba a mostrar durante toda la década siguiente.

España regresa a una fase final

La ampliación de selecciones participantes en la fase final permitió que alguna de ellas se estrenara y que otras regresaran muchos años después. Es el caso de España, que llevaba 16 años de ausencia. Lo logró de manera brillante, encabezando un grupo en el que estaban presentes Rumanía, de nuevo Chipre, y la potente Yugoslavia. Fue sobre todo la victoria en Zagreb (1-2) lo que permitió que el combinado dirigido por Kubala obtuviera el billete para Italia.

Junto a España, todas las grandes potencias futbolísticas lograron su clasificación: Italia, la anfitriona, que no tuvo que jugar eliminatorias; Inglaterra, liderada por un magistral Keegan, Alemania Federal, la mejor selección de la década; Holanda, segunda en el Mundial disputado dos años antes; Checoslovaquia, vigente campeona de Europa; y Bélgica, que gozó de un grupo relativamente sencillo. La única sorpresa la protagonizó la URSS. O, mejor dicho, Grecia, que logró la machada de dejar fuera a los soviéticos, clasificándose para una fase final por primera vez.

El sorteo quiso que España no cayera en el grupo más complicado, si bien el hecho de que sólo se clasificara el primero –accediendo directamente a la final- complicaba sobremanera la cosa. El primer encuentro nos medía con Italia, anfitriona y favorita del grupo. Los azzurri se habían quedado, a tres semanas de comenzar la competición, sin sus dos principales goleadores, Rossi y Giordano, por un escándalo de apuestas. En España, ni Quini ni Juanito atravesaban su mejor momento. Así que aquella tarde del 12 de junio, en el Giuseppe Meazza de Milán, no podía ser otro que 0-0.

El segundo encuentro medía a España con Bélgica. Era la oportunidad perfecta para llegar bien colocados a la última jornada. Pero los belgas volvieron a sorprender y, liderados por un magnífico Eric Gerets, bien secundado por Ceulemans, Cools y Vandereycken, y por supuesto por el magnífico guardameta Jean-Marie Pfaff, lograron la victoria por dos tantos a uno.

Las posibilidades de clasificación de los nuestros ya eran remotas, pero una victoria ante Inglaterra, el último rival, podría haber dado lugar a una carambola mágica. No hubo opción a ella: los ingleses se impusieron por dos tantos a uno. España se despidió de la competición como última de grupo, con sólo un punto logrado. Bélgica, en el encuentro decisivo del grupo, logró sacar un empate sin goles ante la anfitriona Italia, y clasificarse contra todo pronóstico para la final.

El efecto Schuster

Mucho menos igualado estuvo el otro grupo. Alemania logró deshacerse de Checoslovaquia primero (1-0) y de Holanda después (3-2) con un hat-trick de Allofs. Pero fue sobre todo la magia de Bernd Schuster lo que permitió que los germanos encararan –gracias también a los otros resultados– el último choque, ante Grecia, ya como campeones de grupo. Holanda se marchó como tercera, sin opción si quiera de disputar la final de consolación, protagonizando así la gran decepción de la competición. Alemania, plena de suplentes, empató ante los helenos, para cerrar el grupo imbatida.

En la final, Bélgica quería culminar su cuento de hadas. Había llegado machada a machada hasta el último escalón, y veía las puestas del cielo muy cerca. Además, había recuperado para la causa a Wilfried Van Moer, el futbolista de más clase de aquella generación, un mago del balón que, a sus 35 años, todavía seguía impartiendo lecciones. Sin embargo, no fue suficiente ante el imberbe Schuster.

Porque el alemán se hizo desde el inicio el dueño absoluto del centro del campo. Bien pronto lo dejó claro cuando, a los 10 minutos, una acción suya terminó con el gol del veterano Horst Hrubesch. Con el tempranero tanto más la exhibición germana a la que estaba asistiendo el Olímpico de Roma, parecía que la final estaba encarrilada. Pero los belgas, gracias sobre todo a la colosal actuación de Pfaff, consiguieron mantenerse vivos y, a falta de 15 minutos para el final, se encontraron con un penalti a su favor que no desaprovecharía Vandereycken.

 Otra vez empate. Otra vez una prórroga. Y en la mente de todos los alemanes, la final de la Eurocopa anterior, que se marchó a los penaltis para terminar cayendo derrotados ante Checoslovaquia. Pero entonces volvió a aparecer la figura del goleador Hrubesch, quien de cabeza remató un saque de esquina botado por Rummenigge, otra de las sensaciones de la competición.

Alemania se volvía a proclamar campeona de Europa, la única selección que repetía título. Pero el principal mérito radicó en el hecho de que en plena regeneración de la selección germana –entre medias del título mundial del 74 y el del 90– se logró otro gran título, y con brillantez. Aunque claro, con Schuster al mando todo era más fácil...
 

Ficha técnica de la final

Alemania Federal, 2: Schumacher; Kaltz, Förster, Stielike, Dietz; Briegel (Cullmann, 55'), Schuster, Hansi Müller; Rummenigge, Hrubesch y K. Allofs. Seleccionador: Derwall
Bélgica, 1: Pfaff; Gerets, Millecamps, Meeuws, Renquin; Cools, Vandereycken, Van Moer; Mommens, Ceulemans, Van der Elst. Seleccionador: Thys

Goles: 1-0, m.10: Hrubesch; 1-1, m.75: Vandereycken; 2-1, m.88: Hrubesch
Árbitro: Nicolae Rainea (Rumanía)
Estadio: Stadio Olimpico, Roma. 47864 especadores. 22 de junio de 1980 

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