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Isaiah Austin, la voluntad por encima del dolor

Su salto a la NBA se vio truncado por una enfermedad rara. Austin siguió -y sigue- trabajando, y hoy vuelve a jugar a baloncesto.

Su salto a la NBA se vio truncado por una enfermedad rara. Austin siguió -y sigue- trabajando, y hoy vuelve a jugar a baloncesto.
Isaiah Austin, en el Draft de la NBA de 2014. | EFE

La historia de Isaiah Austin es una historia de superación. Se podría decir que es de esas de superproducción cinematográfica, pero en realidad es mucho más. Es la felicidad de un luchador, que demuestra cómo puede y debe afrontarse la adversidad, por dura que esta sea.

Porque Isaiah Austin estaba destinado a ser un jugador importante en la NBA. Así lo atestiguaban sus últimos años de universidad. Nacido en California el 25 de octubre de 1993, fue en Texas donde se crió. Ahí comenzó a jugar a baloncesto, primero en la Grace Preparatory Academy, y después en la Universidad de Baylor.

Sus números eran buenos: en sus años de instituto promedió 15 puntos, 11 rebotes y 5 tapones por partido, llevándole a ser convocado para torneos estatales importantes, y siendo elegido tercer mejor jugador de Estados Unidos en el Jordan Brand Classic de 2012. Al año siguiente, ya en la Universidad, promedió 13 puntos y 8 rebotes, siendo elegido en el mejor quinteto de rookies.

Y todo a pesar del dolor. Porque Isaiah Austin, que era un jugador decisivo por su intensa defensa, se acostumbró a jugar con un inmenso dolor, que poco a poco fue creciendo.

Un suplicio que ya había comenzado años atrás. Concretamente en 2008, durante un partido en la escuela, cuando tras recibir un balonazo un dolor aterrador le hizo lanzarse al suelo con la cara cubierta por sus manos. Había sufrido un desprendimiento de la retina. Comenzaron las intervenciones, consultas médicas, las semanas alejado de las canchas… No son pocas las voces que le recomiendan, entre otras cosas, dejar el baloncesto. Pero él no está dispuesto.

Austin se encierra en el gimnasio para ganar corpulencia mientras observa los avances de su vista. Pero ésta no le dará tregua: perderá la visión casi al completo en su ojo derecho. Esa situación no le hace sino más fuerte: decide entrenar más, practicar más el tiro, ganar potencia para defender mejor…y no contarlo a casi nadie. Sus compañeros saben que tiene algún problema, pero viéndole jugar, jamás piensan que la cosa sea tan grave.

Su progresión continúa adelante, con más horas que nadie en el gimnasio y en la pista. Él lo tiene claro: tiene un don para jugar, y ni una lesión de tanta magnitud no será un impedimento. Se convierte en un excelente defensor: sus rebotes, sus robos, sus bloqueos a jugadores cuando entran a canasta… le hacen ser visto por todos como un jugador de mucho futuro.

Cuando termina su primer año universitario, mide ya dos metros y dieciocho centímetros, y todas las apuestas le sitúan entre las primeras diez elecciones del Draft de 2013. Pero entonces sufre una severa lesión en el hombro, que le hace regresar a los hospitales. Con ello, se esfuma la oportunidad de entrar en el mejor baloncesto del mundo.

Austin no se hunde. Vuelve al gimnasio de la Universidad, y trabaja aún más que antes. Su objetivo, jugar otro año en los Bears, y volver a intentar su salto a la NBA al año siguiente. Pero a pesar de sus esfuerzos, su rendimiento comienza a bajar. Su rendimiento, y su estado físico: las lesiones, menores y mayores, son continuas.

Y los médicos comienzan a sospechar: su energía centelleante, la retina perdida, los brazos y piernas tan largos, la espalda ligeramente curvada… Deciden hacerle análisis más detallados. Es muy joven, y conviene asegurarse a tiempo.

Mientras los resultados llegan, Austin sigue jugando. Y por un momento parece que recupera su mejor versión, llegando incluso a ser elegido en el quinteto defensivo universitario. Recupera la ilusión, y se declara elegible para el Draft de 2014. Pero cuando faltan cinco días para el evento que ha de cambiar su vida, le llega la peor noticia: Isaiah Austin tiene el Síndrome de Marfan, una enfermedad rara del tejido conectivo, que afecta a distintas estructuras, incluyendo esqueleto, pulmones, ojos, corazón y vasos sanguíneos.

La muerte de Flo Hyman, casi 30 años antes pero que aún dejaba el recuerdo en el colectivo estadounidense por producirse mientras jugaba un partido de voleibol al no serle diagnosticado a tiempo el Síndrome de Marfan, se le presentó a Austin, y la decisión fue rápida y clara: debía abandonar, ahora sí, el baloncesto.

Lo hacía a las puertas del Draft, después de años de trabajar y trabajar contra una enfermedad que a cualquier otro hubiera detenido mucho antes. Pero lo hacía, sobre todo, por su salud. Así que desde el momento en que convoca la rueda de prensa para anunciar su retirada lo hace con serenidad. Pide perdón a sus aficionados porque no le podrán ver entre los grandes, y termina afirmando "Esto no es el final, es sólo el principio". En realidad, Austin se sentía salvado. Algo así como un superviviente.

El detalle de la NBA

Adam Silver, comisionado de la NBA, también se emocionó con la rueda de prensa, y decidió invitar a Austin a la celebración del Draft. Y después de la elección número 15 llegó el homenaje. "En la siguiente elección del Draft de NBA de 2014, la NBA elige a Isaiah Austin, de la Universidad de Baylor". Estas palabras, pronunciadas por Silver, estremecieron al Madison Square Garden, que explotó en aplausos. Y también al propio jugador, que salió a escena temblando de la emoción, y llorando de agradecimiento.

Vuelve Austin

Pero como él mismo había declarado, eso no iba a significar el final. Después de un tiempo en que compaginó charlas de esperanza a los niños que no pueden vivir sus sueños con entrenamientos, dentro de sus posibilidades, Austin se preparaba para volver algún día. Como fuera y donde fuera, pero volver al fin y al cabo.

Y ese día llegó hace poco más de un mes, el pasado 15 de enero. Dos años después de su retirada forzada, el FMP Zeleznik de Belgrado le daba la oportunidad de regresar a las pistas. No es la NBA, pero la máxima categoría de la Liga Adriática no es, ni mucho menos, poca cosa.

Austin regresó ante el Mornar montenegrino, con el visto bueno de los médicos bajo el brazo. Un visto bueno que, entre otras cosas, le limita los minutos que puede jugar. Pero da igual, Isaiah Austin volvió a sentirse jugador de baloncesto. En su primer partido, en 12 minutos sumó 9 puntos y 3 rebotes, contribuyendo en la victoria de su equipo por 92 a 85. Un mes después, ante el Skopje, jugaba 16 minutos para anotar 20 puntos.

"Estoy muy emocionado de anunciaros a todos que es verdad. He sido bendecido por la gracia de Dios para recibir una segunda oportunidad para perseguir mi sueño de jugar al baloncesto. Todo sucede por una razón y estoy dispuesto a compartir mi testimonio y mi viaje con millones de personas en todo el mundo", publicó en su cuenta de Instagram.

Un regreso imposible, para alguien que ha demostrado que todo es superable. Regresa a las pistas sin un ojo, con una enfermedad incurable, pero con un corazón que lo suple todo. La NBA ahora queda lejos, pero lo que está consiguiendo Austin vale mucho más que cualquier anillo.

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