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Italia pudo contra todo, contra todos, y contra sí misma

En un Mundial en el que se vieron las caras el fascismo y la democracia, Italia se sobrepuso a todos y a su pasado para volver a reinar.

En un Mundial en el que se vieron las caras el fascismo y la democracia, Italia se sobrepuso a todos y a su pasado para volver a reinar.
Los jugadores y cuerpo técnico italianos, celebrando el título.

En 1938, por fin el Mundial aterrizaba en Francia, el lugar donde se había gestado, para orgullo de Jules Rimet. Y aunque todo y todos estaban en su contra, Italia, como ya hiciera cuatro años antes, se proclamó campeona del mundo.

Fue una reivindicación a su fútbol y a su potencial. Italia venía de ganar un Mundial que no merecía. Eso es así. Mussolini había hecho que esto fuera posible; de otra manera, no lo hubiera logrado. Pero eso, en un nivel estrictamente deportivo, dejó tocados a los futbolistas italianos. Sabían que aquel triunfo no era como habían soñado ganar un Mundial. Un éxito deslucido. Francia fue el escenario perfecto para reivindicarse: sin ninguna ayuda -antes al contrario- Italia se volvería a proclamar campeona del mundo.

Ausencias importantes

También hay que señalar, no obstante, y como ya sucediera en ediciones anteriores, ausencias importantes. Sobre todo, las de España y Austria. Los nuestros, con un equipazo, se quedaron sin poder participar porque dos años antes había comenzado la Guerra Civil en el país. El caso austriaco fue aún peor: meses antes de comenzar el Mundial fue anexionada por la Alemania nazi. La selección austriaca, de un potencial envidiable, desapareció, como tantos otros símbolos del país.

Algunas de sus estrellas -entre las que no se encontraba Matthias Sindelar, quien declinó la invitación- pasaron a jugar con la selección alemana, quien se configuraba así como la gran favorita al título final. Sin embargo, Suiza la sorprendió en los octavos de final. Derrotada y entre abucheos de los aficionados franceses, que entonaban La Marsellesa cuando Alemania se presentó en el partido, se retiró la selección germana. Fue la gran decepción del campeonato.

Francia-Italia, mucho más que un partido

Y es que bajo un clima en el que ya se oían los cañones que estaban a punto de comenzar a sonar en la cercana Guerra Mundial, esta Copa del Mundo sirvió para notar el clima que estaba a punto de estallar. El Francia-Italia de cuartos de final fue mucho más que un partido de fútbol. Poco importaba que se enfrentaran el anfitrión y el vigente campeón del mundo.

Francia ya había recibido con una sonora bronca al equipo azzurro cuando en su partido inaugural, en Marsella, saludó a los espectadores con el saludo fascista. Se enfrentaban dos maneras de entender el mundo: la Italia fascista, y la rebública democrática francesa. Todo bajo un clima asfixiante.

Mussolini tampoco quería dejar escapar esta oportunidad. Así que para el día que los italianos debían enfrentarse a sus odiados adversarios, los futbolistas aparecieron con unas equipaciones negras, homenaje a las fuerzas paramilitares del partido fascista, las camicie nere. Cuando los italianos llegaron al centro del campo, repitieron el saludo fascista. La pitada de los 61.000 espectadores presentes fue monumental.

Pero en cuanto comenzó el choque, Italia silenció a todos. Se mostró tremendamente superior. En todas las facetas. Coloussi puso el 0-1, aunque Heisserer igualara poco después. Pero en la segunda mitad dos tantos de Silvio Piola permitieron el merecido triunfo de la azzurra. Fue Piola sin duda la gran figura de este Mundial. Un futbolista en mayúsculas, aunque viviera su primera etapa a la sombra de Meazza, y en la segunda tuviera menor repercusión internacional por la Guerra Mundial. Pero aún así su brillantez en Francia y sus increíbles registros en la Liga Italiana -máximo goleador de todos los tiempos- le ha dejado para siempre como uno de los mejores atacantes del fútbol europeo.

La estrella descalza

En esta primera fase, y mientras Hungría iba avanzando sin problemas demostrando la buena salud de que gozaba su fútbol, el partido estrella sin duda fue el Brasil-Polonia. Un 6 a 5 para los sudamericanos que se decidió en la prórroga (al final del choque se llegó con 4-4), y que tuvo dos nombres propios.

Por un lado, el polaco Wilimowski, autor de cuatro tantos. Por el otro, Leónidas, otra de las grandes estrellas del campeonato, considerado durate mucho tiempo como el mejor delantero centro de Sudamérica. Marcó tres goles en aquel encuentro, dos de ellos en la prórroga, aunque para siempre quedará la imagen de negarse a jugar con botas ante la inmensa tromba de agua caída sobre el estadio. Eckling -el mismo árbitro sueco que había pitado la final del 34- le espetó que el reglamento era taxativo en ese aspecto, y que descalzo no podía jugar, lo que dio origen a una fuerte discusión entre colegiado y futbolista. Finalmente, el brasileño se calzó las botas, y decidió el choque para su país.

Hungría sigue brillando

En semifinales, Hungría se impuso con mucha facilidad a Suecia, una de las sensaciones del campeonato, y que venía de golear por 8-0 a Cuba en cuartos. Un contundente 5 a 1, con una exhibición de fútbol de ataque, dejó a los magiares esperando rival en la final.

El otro encuentro enfrentaba a Italia y a Brasil, que ya comenzaba a mostrar la gran selección que sería no muchos años más tarde. Además, los azzurri tenían que superar también a la afición gala, totalmente en su contra. Pero pudieron con todo. El juego italiano siguió creciendo paralelamente al avance de la competición, y se impusieron con mayor autoridad de la que indica el marcador (2-1) al combinado brasileño.

"Vencer o morir"

Así que Italia volvía a encontrarse en una final cuatro años después. Sin Mussolini en el palco. Aunque el dictador italiano quiso estar presente de alguna manera. Horas antes de la final, envió un telegrama a los futbolistas y al seleccionador con un mensaje escueto, pero taxativo: "Vencer o Morir". Vencieron, claro. "He salvado la vida a once hombres", declararía después de la victoria Vittorio Pozzo.

Y es que Italia, que llegaba a la cita con el mismo seleccionador, pero con un equipo completamente diferente al de cuatro años antes -con únicamente Meazza y Ferrari repitiendo como titulares- se mostró muy superior a Hungría. Aunque hay que reconocer que los magiares plantaron cara, dando lugar a una de las mejores finales de la historia de los mundiales.

Colaussi por partida doble y Piola noquearon el tempranero tanto de Tikos, para establecer el 3-1 al descanso. Hungría lo siguió intentando, y un gol de Sarosi volvía a meterla en el partido. Pero ya en el tramo final de nuevo Piola dejaba sentenciado el choque del lado azzurro.

No había objeción posible. Había ganado el equipo que mejor fútbol había practicado durante toda la competición. Si Italia fue puesta en entredicho en su mundial, y su título legítiamente discutido, esta vez no había razón para suspicacia alguna. Fueron los mejores. Albert Lebrun, presidente de la República Francesa -y primer jefe de Estado que lo hacía- no tuvo más remedio que entregarle a los italianos la Copa que les acreditaba como reyes del mundo. Otra vez.

Sólo unos meses después llegó lo que ya se veía que estaba por llegar. Explotó la Segunda Guerra Mundial. Todo el mundo se paralizó, y también el fútbol. La Copa del Mundo no se volvería a celebrar hasta doce años más tarde. Volvería con más fuerza.

Ficha Técnica del partido

ITALIA, 4: Olivieri; Foni, Rava; Serantoni, Andreolo y Locatelli; Biavati, Meazza, Piola, Colaussi y Ferrari. Entrenador: Vittorio Pozzo
HUNGRÍA, 2: Szabo; Polgar, Biro; Lazar, Szücs, Szalay; Sas, Tikos, Szengeller, Sarosi y Vincze. Entrenador: Karoly Dietz

Goles: 1-0, m.6: Colaussi; 1-1, m.8: Tikos; 2-1, m.16: Piola; 3-1, m.35: Colaussi; 3-2, m.70: Sarosi; 4-2, m.82: Piola
Arbitro: Georges Capdeville (Francés)
19 de junio de 1938. París, Estadio Colombes. 23.000 espectadores

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