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La victoria imposible de España en el Mundial de la mayor sorpresa jamás vivida

1950 fue, por supuesto, el Mundial del Maracanazo. Pero también el de la impensable victoria de España a "la pérfida Albión".

1950 fue, por supuesto, el Mundial del Maracanazo. Pero también el de la impensable victoria de España a "la pérfida Albión".
Ghiggia, en el momento de marcar el tanto del Maracanazo. | Archivo

"Al mejor Caudillo de España: Excelencia, hemos vencido a la pérfida Albión". Así se expresó el Presidente de la Federación Española de Fútbol Armando Muñoz Calero en los mircrófonos de Radio Nacional de España, segundos después de que España se impusiera de manera heroica a Inglaterra, clara favorita, en la fase de grupos.

Acto seguido, como no podía ser de otra manera, la selección pasó a optar a todo. Pero dos derrotas y un único empate en la liguilla final la dejaron cuarta. El mejor registro de España hasta 2010.

Y sí, por supuesto, el Mundial de 1950 fue el Mundial del Maracanazo. Claro está. Ahora vamos a ello. Pero antes veamos cómo transcurrió la cuarta edición de la Copa del Mundo...

Otro Mundial boicoteado, pero con Inglaterra

Después de 12 años de paréntesis, en 1950 regresaba, por fin, la Copa del Mundo. Durante ese parón, hubo tiempo para preparar más y mejor la cita. Al menos sobre el papel. La organización le fue otorgada a Brasil, con el interés de regresar al continente sudamericano. Además, se había terminado de convencer a las cuatro federaciones británicas para que participaran.

De ese modo, el número de países participantes aumentaba, así que la FIFA decidió dar lugar a diez grupos para la fase previa, asegurándose así la presencia de ocho representantes europeos, cinco sudamericanos, dos de América del Norte, y uno asiático. Era el momento de hablar de un Mundial en mayúsculas.

Pero a la hora de la verdad, todo quedó en agua de borrajas. Varias selecciones se cayeron de la cita por voluntad propia. Francia, alegando que Río estaba demasiado lejos. Argentina, dolida porque no le habían concedido la organización. Austria, Turquía o Hungría, clasificadas de antemano, rechazaron competir por problemas económicos; y a Alemania no se le permitió participar como repudio a los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial por los dirigentes nazis. Para colmo Italia, que sí acudía como vigente campeona, acababa de perder a varios de sus mejores hombres tras la tragedia aérea de Turín.

Sí iba a estar, a diferencia de la edición anterior, la selección española, que llegaba a Brasil tras una eliminatoria agónica ante Portugal en la fase de clasificación. Con jugadores como Zarra, Basora o Gainza, acudía a la cita como tapada. Sin grandes objetivos, desconocida por la mayoría, pronto demostraría que tenía equipo para soñar.

Maracaná, una obra maestra

Con todo, el Mundial se presentaba como un paseo para Brasil, con permiso de Inglaterra. Así al menos lo entendían la mayoría. Y también los aficionados, que llenaron de manera espectacular el Estadio Maracaná para el partido inaugural ante México: 200.000 espectadores en el campo, y 4-0 para los brasileños. Era este Estadio un auténtico monumento al fútbol erigido en Río de Janeiro. Una obra de arte donde Brasil debía coronarse rey del planeta.

El sistema de competición fue extraño. Con sólo trece equipos, hubo dos grupos de cuatro equipos: el A, en el que Brasil ganó a Yugoslavia y México y empató con Suiza; y el B, el de España. Un grupo de dos, el de Uruguay, que le infringió un histórico 8-0 a Bolivia. Y otro grupo de tres equipos, en el que Suecia se proclamó campeón por delante de Paraguay y de una mermada y decaída selección italiana, que acababa de vivir una de las peores tragedias en la historia del fútbol tras el accidente de avión que acabó con Il Grande Torino, además de un enorme equipo, la base de la selección azzurra, que obviamente llegó muy tocada psicológicamente a la cita.

La victoria "imposible" de España

España, encuadrada en el Grupo B, comenzó a demostrar bien pronto el potencial que escondía y que todos desconocían. Probablemente, incluso ellos mismos -entonces, no era tan sencillo como hoy conocer el nivel de los rivales a los que tocaba enfrentarse-. Tres partidos, tres victorias.

La primera de ellas, ante Estados Unidos. Pese al gol inicial de Souza, Igoa, Basora y Zarra le dieron la vuelta al marcador. 3-1 para empezar. Por cierto que aquella selección de Estados Unidos fue la primera en la historia de los mundiales que en utilizar la numeración en un Mundial. Todos sus jugadores llevaban en la camiseta un número del 1 al 11. La segunda cita era contra Chile, a la que España se impuso por 2-0, de nuevo con tantos de Basora y Zarra.

Tocaba jugársela contra Inglaterra, la gran favorita al título junto a la anfitriona Brasil. Era la primera participación de los británicos en un Mundial porque, afirmaban, en el torneo no había suficiente nivel para ponerles en aprietos. Y con esa suficiencia abordaron el choque ante los españoles, a pesar de que días antes habían caído ante Estados Unidos, en un 1-0 tan sorprendente que la prensa británica publicó que el resultado había sido de 1-10, convencida de que se había producido un error al transcribir el resultado. Daba igual, era imposible que los españoles se impusieran a los inventores del fútbol.

España, pero, encaraba el choque sin complejos. El propio Zarra llegaría a calificarlo como "el partido del siglo". Y lo demostró desde el pitido inicial. Aunque no fue hasta el segundo tiempo cuando llegó el mítico gol de Telmo Zarra. Era el minuto 49. Alonso arranca desde la banda derecha, llegando al área inglesa, pasa a Gainza, que centra a Igoa, éste la deja en el área pequeña de cabeza, y Zarra aparece para rematar con el portero Williams en el suelo. Uno de los goles más recordados en la historia del fútbol español. No es para menos.

Al día siguiente, la crónica del Times se mostró brillante: "En conmovido recuerdo al fútbol inglés que murió en Río de Janeiro el 2 de julio en 1950, profundamente lamentado por un círculo de amigos y simpatizantes. Descanse en paz. El cadáver será incinerado y las cenizas llevadas a España".

De ese modo, España accedía a la liguilla final con la que se decidiría al campeón del mundo, junto a Suecia, Brasil y Urugay. Los nuestros se postularon como grandes favoritos junto a los anfitriones tras lo mostrado ante la superpotencia inglesa. Pero lo cierto es que ya no se volvió a ver a la misma selección española. Ante Uruguay empató a dos -con doblete de Basora- y ante Brasil cayó por un contundente 6-1, que la relegó a la última plaza de la liguilla; esto es, a la cuarta posición final. La mejor clasificación de España en la historia hasta Sudáfrica. Para el recuerdo quedó, sin duda, uno de los más grandes triunfos jamás vividos por el fútbol español. A modo de anécdota, añadir que en este Mundial España presentó el primer caso de hermanos mundialistas: Gonzalvo II y Gonzalvo III.

El Maracanazo...

Cosas del destino, Brasil y Uruguay se jugaban el título en el último partido de la liguilla. En realidad, era un decir. Porque los celestes llegaban al choque tras empatar con España y ganar en el último minuto a Suecia (3-2), mientras que los anfitriones habían aplastado a los dos conjuntos: 6-1 a españoles y 7-1 a suecos.

Así que el día 16 de julio todo estaba preparado para festejar el primer título de Brasil. Maracaná, pese a que sólo se habían vendido 150000 entradas, superaba los 200000 espectadores. Todos, deseosos de ver a su selección campeona del mundo. Todos, convencidos de que así iba a ser. Uruguay, que reaparecía en la competición tras su último triunfo -tras boicotear a Italia y Francia- era la víctima perfecta. El último escollo. Pero saltó la mayor sorpresa de la historia de los mundiales.

Más teniendo en cuenta que a los brasileños les bastaba con el empate. Y que ya en la segunda parte Friaça ponía el 1-0 en el marcador, para delirio de toda la nación. Pero Schiaffino lograría la igualada poco después, y a siete minutos del final del partido llegaría el histórico 1-2 marcado por Ghiggia. "En ese momento me acordé de mis padres y les da las gracias por darme la vida para poder vivir ese momento", declararía el uruguayo poco después. En Maracaná se hizo el silencio. Y vinieron los nueve minutos más tensos de la historia del fútbol brasileño. Todos los intentos de la selección brasileña por empatar fueron inútiles.

Baste el ejemplo de lo que relata el propio Jules Rimet para imaginar la sorpesa que causó aquel resultado. "Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Para entregar el trofeo yo tenía que hacer el trayecto desde el palco presidencial hasta el túnel. Así que tuve que marcharme unos minutos antes del final. Me llevé un discurso escrito en portugués para felicitar a Brasil. Y mientras caminaba, marcó Uruguay. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. En el tumulto terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación para su equipo..."

Aquel choque llevó al estrellato a Varela. No sólo por su gran campeonato, sino también por la frase que pronunció instantes antes de la final a sus propios compañeros. "No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de afuera son de palo y en el campo seremos once para once. El partido se gana con los huevos en la punta de los botines". Una frase que se convirtió en leyenda de manera instántanea.

...y más allá

Un Varela, no obstante, que se sintió culpable de la tristeza brasileña. Un Varela que la misma noche del partido se acercó a los rivales para compartir una cerveza. Un Varela que desde aquel día en adelante jamás quiso hablar en público del Maracanazo.

Y es que por una vez la imagen no fue para los vencedores, sino para los vencidos. La increíble victoria de Uruguay dejó un ambiente de desolación en el estadio, y una tristeza indescriptible en el seno del plantel de Brasil. En el vestuario carioca no puede describirse la tristeza que reinaba. Todo era un mar de lágrimas, e incluso el suplente Adeosinho tuvo que ser asistido por los médicos de la selección al ser victima de una crisis nerviosa.

No sólo en el estadio. Todo el país cayó sumido en una especie de depresión sofocante. Brasil se vistió de luto, las enormes fiestas populares programadas se suspendieron, y una ola de suicidios asedió al país durante la larga noche que continuó al partido.

La camiseta blanca -que por cierto Brasil cambiaría para siempre por la amarilla actual desde aquel partido-, el entrenador, la titularidad de Chico, un supuesto error de Moacir Barbosa... al día siguiente todos buscaban un culpable. Pero quizá quien más se acercó fue Geraldo Romualdo da Silva, editor del Jornal dos Sports: "Cantar victoria antes de hora fue el problema. La euforia iba creciendo, creciendo, creciendo... y aquello después fue un pandemonium".

Ficha Técnica del Partido:

BRASIL, 1: Moacyr Barbosa; Augusto, Juvenal; Bauer, Danilo, Bigode; Friaca, Zizinho, Ademir, Jair, Chico. Entrenador: Flavio Costa
URUGUAY, 2: Máspoli; González, Tejera, Gambetta; Varela, Andrade; Ghiggia, Julio Pérez, Oscar Míguez, Schiaffino, Moran. Entrenador: Juan López

Goles: 1-0, m.47: Friaca; 1-1, m.66:Schiaffino; 1-2, m.79: Ghiggia
Árbitro: George Reader (Inglés)
16 de julio de 1950, Estadio Maracana, Rio de Janeiro. 199.854 espectadores

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