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El viejo desconocido que situó a África en el mapa mundial futbolístico

Europa y Sudamérica eran el ombligo del mundo del fútbol. Pero Roger Milla y sus compañeros cameruneses demostraron cuán equivocados estaban.

Europa y Sudamérica eran el ombligo del mundo del fútbol. Pero Roger Milla y sus compañeros cameruneses demostraron cuán equivocados estaban.
Roger Milla celebra uno de sus cuatro tantos en el Mundial. A sus 38 años.

Para muchos, el de Italia es uno de los mundiales con menos fútbol de los que se han disputado en la historia; basta con ver el promedio goleador, el más bajo de todos los campeonatos, para corroborarlo. Otros lo recordarán por las continuas polémicas de Maradona con la afición italiana; tan amado en Nápoles como odiado en el resto del país. Pero sin duda hubo una noción que el Mundial de Italia 1990 cambió para siempre: África entraba de lleno en el panorama futbolístico.

Antes hubo algunos amagos, más bien dóciles, como el de Marruecos en el 86 o el de Túnez en el 78. Pero fue en Italia en 1990 cuando Camerún, gracias en gran medida a un delantero desconocido y ya retirado, Roger Milla, lanzó un mensaje al mundo del fútbol: los africanos también saben jugar a esto. Y muy bien.

Del mayor espectáculo al mayor desencanto

Como sucediera cuatro años antes, el Mundial repetía sede. Lo hacía Italia, 56 años después. Se esperaba, y se anunció, el campeonato más espectacular de todos los tiempos. No en vano, estaban presentes Argentina, vigente campeona y con Maradona pletórico; Brasil, campeona de Sudamérica un año antes; Italia, quien además de contar con un muy buen equipo, era el anfitrión, con todo lo que eso supone; Alemania, siempre candidata; Holanda, que retornaba a un mundial después de 12 años como vigente campeona de Europa, en 1988, y con jugadores como Gullit o Van Basten; y con Francia, quien pasaba por un cambio generacional, como única ausencia importante.

Pero no. Nada más lejos de la realidad. Fue un Mundial decepcionante. Y más allá de la lógica tensión a medida que se acercaban los partidos decisivos, el fútbol brilló por su ausencia. No por casualidad fue –y es hasta la fecha- el campeonato con el promedio goleador más escaso, 2,21 goles por partido. Y fue la primera final en la que uno de los dos equipos no convirtió ningún gol. Queda todo dicho.

España, de menos a más…y a menos

La selección española llegaba con muchas dudas a la cita. Ya no sólo por su paupérrimo papel en la Eurocopa de dos años antes. Una extraña ubicación del equipo en el reparto de grupos creó malestar. A la hora de designar los cabezas de serie –por primera vez en función de los últimos resultados oficiales- España e Inglaterra se jugaban la última plaza. Y a tenor de lo anunciado por Joao Havelange, los nuestros eran los candidatos: España había sido eliminada en cuartos de México 86 en los penaltis, mientras que Inglaterra había caído en la misma ronda durante los noventa minutos; además, ambos países habían llegado a la segunda fase en el caso de 1982, y España había participado en el de Argentina 78, mientras que Inglaterra no había acudido a la cita.

Pero no. Finalmente fue Inglaterra la seleccionada, para ser ubicada en el Grupo F, el que jugaba fuera de la península italiana, con el objetivo de aislar a los hooligans ingleses y su vandalismo. Luis Suárez, seleccionador español, no pudo ser más claro: "Creemos que hemos sido engañados. Querían ubicar a Inglaterra y enviarla a Cagliari a toda costa. Así que inventaron esta fórmula".

Tampoco ayudó el primer partido. Un discreto empate a cero ante una Uruguay venida a menos, a la que le bastó un ordenado entramado defensivo para no pasar apuros. Pero Míchel se encargó de recobrar el ánimo español: su triplete ante Corea del Sur –y su inolvidable ‘me lo merezco’- permitieron que la selección afrontara la última jornada con opciones de clasificarse. Y el rival no podía ser mejor: el último verdugo, Bélgica. España llevó a cabo un gran partido, y el marcador se quedó corto: 2 a 1, con goles de Míchel y Górriz.

En octavos de final esperaba Yugoslavia. Y pese a contar con un gran equipo, los jugadores de Luis Suárez fueron claros dominadores del partido, con múltiples ocasiones para sellar la victoria. Aún así, el partido se marchó a la prórroga. Y ahí, un bello tanto de Stojkovic de falta directa puso el 2-1 definitivo. Otra vez España se marchaba de una cita mundialista con un sabor amargo. Otra vez, sin merecerlo.

La irrupción de un futbolista retirado

Mientras tanto, todos los favoritos fueron pasando sin apuros en sus respectivos grupos. Brasil e Italia, que lo hicieron con un pleno de victorias; o Alemania, Inglaterra y Holanda, que terminaron invictas la primera fase.

Bueno, todos no. Argentina sufrió de lo lindo para lograr el pase, y lo tuvo que hacer como una de las mejores terceras clasificadas. Todo, por culpa de un invitado al que nadie esperaba: Camerún. En un grupo con la vigente campeona del mundo, la Unión Soviética y Rumanía, los africanos debían ser el rival contra el que todos buscarían mejorar su golaveraje. Nada más lejos de la realidad.

Lo cierto es que no era la primera vez que Camerún acudía a un Mundial. Y como se vería posteriormente, el equipo que presentaba contaba con futbolistas de nivel. Pero como Europa y Sudamérica eran el ombligo del mundo del fútbol, era impensable que un equipo africano les pusiera en apuros. Aunque, claro, nada de esto hubiera sido posible sin un hombre clave: Roger Milla.

Retirado ya tras un poco triunfante paso por Francia, a sus 38 años recibió la llamada de Paul Biya, presidente de Camerún. Necesitaban a alguien con experiencia para liderar a ese equipo. Y no se lo pensó. Su decisión cambiaría el curso del fútbol africano para siempre.

Primer partido, y primera gran victoria. 1-0 ante Argentina, la campeona del mundo. Casi nada. Gol de Oman-Biyik. Al año siguiente desembarcaría en la liga francesa, como tantos otros de aquel equipo. Se pensó que era un golpe de suerte. Pero en el segundo partido, segunda victoria. 2-1 ante Rumanía, con dos goles de Roger Milla. Y dos bailecitos en el banderín de córner que quedarían para la eternidad. A sus 38 años, Milla se convertía además en el goleador más viejo de un Mundial. Repetiría esta hazaña nuevamente en USA 1994, a los 42 años. Último partido, ante la Unión Soviética, y Camerún llega como el único equipo ya clasificado para octavos. Por eso, nada importó caer por 0-4 ante los rusos.

Pero la exhibición de Roger Milla no terminó aquí. Ni mucho menos. En octavos de final ante Colombia –la Colombia de los Higuita, Valderrama, Leonel Álvarez o Freddy Rincón- volvió a firmar un doblete para llevar a su equipo a la victoria por 2-1. Los dos tantos, además, llegaron en la prórroga. El primero de ellos, precioso; imposible no pensar en Samuel Eto’o al verlo. El segundo, tras un error imperdonable de René Higuita, que le permitió marcar su cuarto gol del campeonato. Estaba naciendo un nuevo ídolo mundial. Mientras tanto, Camerún llevaba por primera vez en toda la historia al continente africano a unos cuartos de final de un Mundial.

El gran duelo de octavos de final se vivió en Turín, donde Argentina y Brasil se midieron en un partido que terminó con victoria por la mínima de la albiceleste gracias al tanto de Claudio Caniggia. Idéntico resultado se produjo entre Bélgica e Inglaterra, que se llevó el partido con un gol de David Platt en el último minuto de la prórroga.

Lineker termina con Milla

Y precisamente Inglaterra iba a ser quien terminaría con el sueño de Roger Milla, de Camerún, y de todo el continente africano. Eso sí, tuvo que sufrir de lo lindo para conseguirlo. Después de que nuevamente David Platt adelantara a los pross en el marcador, Kundé y Ekeke le dieron la vuelta al marcador en apenas cinco minutos, ya en la segunda mitad.

Pero en la recta final del choque Gary Lineker aprovecharía una pena máxima para llevar el partido a la prórroga. Y ahí, de nuevo desde los once metros y de nuevo Gary Lineker establecería el 3 a 2 definivo. Los jugadores cameruneses terminaron dando una vuelta de honor en el Estadio San Paolo, ante unos aficionados napolitanos que, como el resto del planeta, habían quedado prendados ante el fútbol del combinado africano durante todo el campeonato.

Una sorpresa llamada Schillaci

También Italia logró el pase a semifinales, con un futbolista brillando por encima del resto. El delantero Totó Schillaci. Llegó al Mundial como suplente de Vialli y Carnevale, y terminó como máximo goleador.

15 minutos ante Austria le bastaron para llamar la atención. Saliendo desde el banquillo, marcó el único tanto del partido. Repetiría en el tercer choque, el que le dio la primera plaza a Italia, tras imponerse ante Checoslovaqui por 2-0, siendo Roberto Baggio el autor del otro tanto. En octavos, idéntico resultado ante Uruguay, 2-0, y otro gol de Schillaci para abrir el marcador.

Y en cuartos ya terminó de convertirse en ídolo italiano. En un partido mucho más complicado de lo que cabía esperar ante la Irlanda de Jackie Charlton. Un solitario tanto de Schillaci, tras un clamoroso error del guardameta irlandés, permitió el pase de los suyos. Italia ya estaba en sus semifinales.

"No fue suerte, sino estudio"

También Argentina lograría el pase, aunque para ello tuviera que acceder a la tanda de penaltis. Tras un pobre 0-0 ante Yugoslavia, Goycoechea, portero argentino tras la lesión de Nery Pumpido, detuvo el cuarto y quinto lanzamientos, permitiendo la remontada argentina en una tanda brillante. Comenzaba la leyenda del guardameta parapenaltis.

"Analizaba a los contrarios, si eran técnicos, si menos dotados, si la pegaban fuerte o colocaban la pelota... No me la jugaba por una cuestión de intuición. No era suerte, sino cosa de estudio", declararía el meta argentino.

Maradona hace llorar a Italia

En semifinales, Italia recibía a Maradona en Nápoles, su Nápoles, aquella que tanto había hecho soñar y vibrar el pelusa. Y el partido llegaba caliente, después de que el astro argentino declarara su disgusto porque "ahora todos les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección, cuando Nápoles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto".

Más tarde, en su biografía personal, afirmaría que "al salir a la cancha recibí un aplauso y pude leer: ‘Diego en los corazones, Italia en los cantos’ o ‘Maradona, Nápoles te ama, pero Italia es nuestra patria’. El Himno argentino, por primera vez, fue aplaudido desde el principio hasta el fin; para mí, eso ya era una victoria...".

Y repetiría victoria en los terrenos de juego. Aunque para ello se tuviera que ir de nuevo a la tanda de penaltis, después de que Schillaci, quién si no, adelantara a la azzurra en la primera mitad. Una primera mitad, por cierto, que duró ocho minutos de más; el colegiado Michel Vautrot, cuando fue preguntado al respecte, afirmó que se había olvidado del reloj.

Ya en la segunda mitad, Claudio Caniggia, otro de los futbolistas argentinos que jugaba entonces en la liga italiana, igualó el choque. Era el primer gol que recibía Italia en todo el campeonato. Menudo momento, pensará el portero italiano Walter Zenga. Al menos le queda el consuelo de que nadie ha superado aún sus 517 minutos de imbatibilidad.

En los penaltis volvió a aparecer la figura de Goycoechea para realizar dos intervenciones y meter a los suyos en otra final, sólo cuatro años más tarde.

Ahí esperaría Alemania, que alcanzaba su sexta final de un Campeonato del Mundo de Fútbol. Aunque para ello tuvo que superar en semifinales a Inglaterra, también en la tanda de penaltis. Las lágrimas de Paul Gascoigne, estrella de la selección inglesa, al concluir ésta, permanecen inolvidables.

La infalibilidad alemana

El partido definitivo, la final del Mundial, empezó con una imagen para la posteridad. La de Diego Armando Maradona insultando al público italiano congregado en Roma, que le dedicó al astro argentino y a su selección una sonora pitada mientras sonaba el himno argentino.

En el choque fútbol, lo que es fútbol, poquito. Los alemanes se mostraron como lo que habían sido a lo largo de todo el campeonato. Un equipo férreo, sin fisuras. Argentina no pudo en ningún momento superar el muro germano, y cuando mejor se encontraba, ya en la recta final del choque, un penalti que Sensini cometió sobre Rudi Voller fue transformado por Andreas Brehme.

"Siempre lo tiraba Mathäus; en esta ocasión lo pateó Brehme, y por eso no lo atajé. Aunque no lo atajé por centímetros…" declararía Goycoechea, una de las estrellas del Mundial Italia 90. Aunque el campeón, el que cuenta, fue Alemania; su tercer título de campeón del mundo. Franz Beckenbauer, además, se convirtió en el primer genio que ganaba un Mundial como futbolista y como seleccionador.

Pero sin duda si el Mundial de Italia 90 significó algo, fue el despertar del fútbol africano de cara al resto del mundo. Desde entonces, mucho se ha especulado con que en cualquier momento una selección africana podría proclamarse campeona del mundo. Quizá, haya que esperar otros 60 años para poder verlo. Los años que se tardaron en que un equipo del continente negro llegara a cuartos de final.

Pero lo que sí consiguió Camerún en Italia 1990 es que, en cualquier competición futbolística que se precie, los equipos africanos sean respetados e, incluso, en ocasiones temidos. Y todo, gracias a un futbolista desconocido y retirado ya de 38 años. La decisión de Roger Milla de acudir al Mundial a pesar de todo marcaría un antes y un después en la historia del fútbol africano y en el modo en que éste sería percibido por el resto del mundo desde entonces.

Ficha Técnica de la final:

Alemania, 1: Illgner; Buchwald, Kohler, Augenthaler, Brehme; Littbarski, Hassler, Matthaus, Berthold (Reuter, m. 73); Völler y Klinsmann. Seleccionador: Franz Beckenbauer
Argentina, 0: Goycochea; Lorenzo, Serrizuela, Ruggeri (Monzón, m. 46), Sensini, Basualdo, Trogglio, Dezzotti, Maradona; Burruchaga (Calderón, m.53) y Simón. Seleccionador: Carlos Bilardo

Árbitro: Bedgardo Codesal (Mexicano). Amonestó a Völler por Alemania y a Troglio y Maradona por Argentina, donde además también expulsó a Monzón (m.65) y Dezzotti (m.88)
Goles: 1-0, m.85 Brehme –penalti-
8 de julio de 1990, Estadio Olímpico de Roma, Roma. 73.603 espectadores

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