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La triste historia de Superga, la tragedia que terminó con el Grande Torino

Era el equipo de moda en Europa, quizá uno de los mejores de todos los tiempos. Pero el destino fue demasiado cruel.

Existen tragedias que sirven para forjar la leyenda y el destino del Club. El Manchester United es el mejor ejemplo de ello: cuando perdió a varios de sus mejores futbolistas de golpe, regresó poco más tarde aún más fuerte, para convertirse en uno de los mejores conjuntos de la historia.

Y las hay que son devastadoras. De las que es imposible recuperarse. De las que dejan lleno de piedras un camino que en sus inicios era precioso. Es lo que le sucedió al Torino. Un fatal accidente de avión terminó con el mejor equipo de Europa, y el club nunca se recuperó. Jamás. Aunque hayan pasado ya más de 60 años…

Porque a finales de los 40, el Torino era el mejor equipo de Europa. Entonces no había Copas de Europa, ni Champions. Pero no hacía falta. Nadie dudaba sobre quién era el mejor equipo del continente. De 1945 a 1949 había ganado de manera consecutiva las cuatro ligas italianas que se habían disputado. Su juego, además, maravillaba a todos.

Ferrucio manda, Mazzola ejecuta

El equipo se había comenzado a construir unos años antes, cuando el nuevo presidente de la institución, Ferrucio Novo, decidió apostar por un modelo de club basado en los equipos ingleses, y por un joven futbolista del Vicenza llamado Valentino Mazzola, a quien le dio las riendas del equipo. Era un jugador único, irrepetible, de esos que no son considerados el mejor en nada, pero que son el mejor en todo. De los que juegan, y hacen mejores a sus compañeros.

Junto a él, futbolistas de la talla de Ezio Loik, Guglielmo Gabetto, Romeo Menti o Franco Ossola habían dado lugar al que sería conocido como El Grande Torino. También estaba a punto de fichar Ladislao Kubala, por cierto, aunque esa es otra historia.

Nadie podía con ellos. En Italia ganó cinco ligas de manera consecutiva entre 1943 y 1949, y porque hubo un parón de dos años por la Guerra. Además, se había convertido en el primer equipo italiano que conquistaba liga y Coppa, el doblete, en el mismo año.

Sus jugadores formaban la base de la siempre potente selección italiana. No en vano, en una memorable victoria de Italia ante Hungría por 3 tantos a 2, 10 futbolistas, los diez de campo, excluyendo únicamente al portero, eran futbolistas del Torino. Del Grande Torino.

Sólo la inexistencia de una competición fuerte a nivel continental, de una Copa de Europa, ha restado trascendencia al equipo en los anales de la historia. Pero para los cronistas de aquella época no hay duda: se trata de uno de los mejores conjuntos de todos los tiempos. Un anticipado a su era, amante del fútbol total que se practicaría 30 años más tarde.

Todos querían ver a ese Grande Torino del que todo el mundo hablaba, y por eso continuamente eran invitados a jugar partidos fuera de Italia. Todos querían medirse a él. Y en un contexto en el que los futbolistas no ganaban grandes cantidades de dinero, cualquier partido fuera de su país podía suponer un ingreso extra, además de una oportunidad única para los jugadores de conocer mundo.

Fueron varias las giras que protagonizó el Torino, y casi siempre resultando vencedor de los torneos disputados en Brasil, Argentina o en diferentes países europeos. Y precisamente uno de estos partidos amistosos en el extranjero fue la antesala de la tragedia.

Un accidente fatal

El conjunto turinés se desplazó hasta Lisboa para medirse al Benfica en un homenaje al capitán de los encarnados Ferreira, amigo íntimo de Valentino Mazzola. El partido terminó con victoria de los portugueses, aunque en esta ocasión el resultado es lo de menos.

La expedición italiana emprende el regreso a casa –a excepción de Ferruccio, el presidente, quien se había quedado en Turín- vía Barcelona. Debían regresar a su ciudad para jugar los últimos cuatro partidos de liga, una liga que, de nuevo, el Torino estaba a punto de conquistar.

El 4 de mayo de 1949, tras hacer escala en Barcelona, el Fiat G.2-12 de la compañía aérea ALI emprende el regreso a Turín. La situación meteorológica en el norte de Italia es nefasta: nubes casi a nivel del suelo; lluvia; fuertes vientos a ráfagas; y visibilidad muy escasa. Torre de Control contacta con el piloto, y éste le dice que está a 2.000 metros de altura, preparando ya el aterrizaje. Y después, el silencio, el vacío.

En cuestión de minutos debía ser visible, pero el avión no aparece. Pasan los minutos, y no se sabe nada. No llega ninguna comunicación. Desde la torre de control intentan establecer contacto de nuevo, pero no hay manera. La tragedia ya se había consumado.

Qué paso exactamente se desconoce. Pudo ser que el viento, caprichoso, desviara el avión dejándolo encarado para aterrizar en la colina de Superga en lugar de en la pista; también se ha barajado la opción de que el altímetro se bloqueara en los 2.000 metros, y por tanto indujera a pensar al piloto que se encontraba a esa altura, cuando en realidad estaba a sólo 600 metros del suelo.

Sea como fuere, a las 17:03, el avión se estrellaba en el terraplén de la Colina de Superga, justo detrás de la basílica. Murieron todos. Toda la plantilla del Grande Torino. Los Mazzola, Loik, Ossola, Gabbetto y compañía. También los directivos del equipo y acompañantes, la tripulación, y tres importantes periodistas italianos que se habían desplazado hasta Lisboa para cubrir el partido.

El único superviviente del Grande Torino fue Sauro Toma, quien, lesionado, no había viajado a Portugal. Pero el pensamiento jamás se le fue de la cabeza. Aún 40 años después, en declaraciones a la televisión italiana, se preguntaba que por qué no había estado él ahí. Por qué se habían ido sus compañeros, y no él.

Un scudetto póstumo

Días después del accidente, había jornada de Liga. El Torino estaba a punto de conquistar un nuevo título pero, evidentemente, no iba a poder jugar su partido. Pero lejos de ser aprovechado por el Inter de Milán –segundo clasificado-, todos los conjuntos participantes en aquella competición decidieron que el justo vencedor debía ser el Torino. Así que fue automáticamente proclamado campeón, y las cuatro jornadas restantes se jugaron con futbolistas del equipo filial.

Fue una especie de homenaje que el fútbol italiano le quiso hacer al Torino, ése que tanto había dado al fútbol italiano, y que tristemente había dejado de existir.

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