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Kodjovi Obilalé, un destino maldito

Apuntaba maneras como para ganarse la vida como guardameta de segundo nivel, pero un atentado terrorista se lo impidió.

Apuntaba maneras como para ganarse la vida como guardameta de segundo nivel, pero un atentado terrorista se lo impidió.
Kodjovi Obilale, durante una visita a los jugadores del Pontivy. | Youtube

Kodjovi Obilalé soñaba con ser portero. Quizá no uno de los grandes, pero sí lo suficiente como para poder vivir de ello después de criarse en la pobreza de su país, Togo. La mala fortuna, en forma de atentado terrorista, le apartó del camino para conseguirlo. Al menos, él da gracias por seguir vivo. No es poco.

Sueños de infancia

Kodjovi Dodji Obilalé nacía el 8 de octubre de 1984 en Lomé, capital de Togo. Su infancia no fue nada sencilla. A los cinco años fue atropellado por un camión en las calles de Lomé, que a punto estuvo de terminar con su vida. Pero aquel niño supo sobrevivir; supo ser fuerte, y resurgir. Y poco después encontraba en el fútbol su refugio.

Tenía claro que quería ser futbolista, no por fama, sino para poder ganar algo de dinero y ayudar a su familia. No aspiraba a jugar en el Madrid o en el PSG, pero sí en un club menor donde poder obtener una buena renta para el presente y parte del futuro. Así que a los 16 años decide hacer las maletas, dejar su país, y poner rumbo a Francia, donde recalará en el Chamois Niortais, un club entonces en la Segunda División francesa.

Su progresión es más que digna, y al terminar la temporada ficha por el FC Lorient, equipo de la máxima categoría francesa, y recién proclamado campeón de Copa. Aun así, el Lorient decide que debe contar con minutos, y le cede de inmediato al Chamois Nortais, donde Obilalé perderá la titularidad que tenía el año anterior. Justo cuando peor están las cosas en Francia, recibe una gran oferta de su país: le quiere el Étoile Filante de Lomé, uno de los equipos punteros del fútbol togolés.

Regreso a casa

El regreso a Togo podría tomarse como un paso atrás, pero no por Obilalé, que lo ve como un trampolín para regresar pronto a Europa. Una manera de rodearse de los suyos y seguir creciendo en un buen equipo. Y no le va mal la cosa: la titularidad en el Étoile Filante le posibilita acudir al Mundial de Alemania de 2006 como segundo portero de Togo. Todo un sueño.

Tras aquella inolvidable experiencia, Obilalé relanza su carrera. Regresa al fútbol francés, concretamente al Quéven de la Ligue 2, donde será titular. Tras dos años, fichará por el Pontivy, donde con 24 años vive el mejor momento deportivo de su carrera. Tanto, que se convierte en el guardameta titular de Togo en la fase de clasificación de la Copa de África 2010.

Obilalé se había ganado además la complicidad con todos sus compañeros, los de equipo y los de selección. No sólo por la seguridad que transmitía como portero, sino también por su simpatía y su alegría continua.

La peor pesadilla

Pero todo iba a terminar de un plumazo el viernes 8 de enero de 2010. Aquel día la expedición de Togo al completo se desplazaba hacia Angola para disputar la Copa de África. Un perfecto escaparate para todos los futbolistas, también para Obilalé.

Tras cruzar la frontera del Congo, el autobús donde marchaban los jugadores fue asaltado y tiroteado por un grupo de terroristas de Cabinda, una región del país africano que reclamaba su independencia, y que sabía de la importancia mediática y de la visibilidad que tendría aquel ataque.

"Fue todo muy rápido. Fue un boom. Nos sorprendió a todos. Los primeros disparos ya me alcanzaron. Dos balas en mi espalda. Sentía un fuerte dolor. No podía moverme por mucho que lo intentara", relata en primera persona Obilalé en el programa que Informe Robinson de Canal + le dedicó. "Luchaba y lloraba. Pedía que me ayudaran a tumbarme. Era el pánico total. Había mucho ruido, sangre por todo el autobús. Veías a la gente tirada en el suelo, al jefe de prensa que no sé cuántas balas pudo haber recibido… Era horrible".

Cuando finalizó el ataque y los futbolistas pudieron bajar del autobús, ya sabían que había muertos. No sabían quién, ni cuántos, pero habían visto mucha sangre. Efectivamente, fallecieron tres personas: el jefe de prensa, el segundo entrenador, y el conductor del autobús. Y nueve más resultaron heridas. Entre ellas, Obilalé, que tuvo que ser trasladado de urgencia al hospital.

Ahí pasó dos meses, dos duros meses, pero Obilalé consiguió salir adelante gracias al buen trabajo de los médicos y a su esfuerzo. Aunque la situación no fue nada sencilla, llegando a ser operado hasta en siete ocasiones, y viendo cómo alguno de los heridos fallecía justo a su lado. El veredicto fue que tendría que pasar el resto de su vida en una silla de ruedas.

Pero con un enorme esfuerzo, Obilalé no tardó en poder caminar. Con la ayuda de dos muletas, claro. Pero por sus propios medios al fin y al cabo. "En ese momento, tras los meses de dolor y de horror que había pasado, pensé que no hay nada imposible en el mundo" declararía el propio futbolista en la televisión italiana. Eso, afirma, le permitió seguir adelante.

Un juicio reparador

Desde entonces, Obilalé ha continuado con su vida lejos de los terrenos de juego. Al menos como profesional, porque hoy día forma parte de la asociación Remise en jeu, que ayuda a jóvenes con dificultades sociales a estudiar por la mañana, y a practicar deporte por la tarde. Obilalé es su entrenador de fútbol.

Su situación nada tiene que ver con lo que podría haber sido. De poder vivir varios años del fútbol en la segunda o incluso la primera división francesa, de disputar competiciones internacionales con su país, Obilalé ha pasado a vivir con muchos problemas económicos, con la única ayuda de 650€ por su condición de minusválido.

En junio del año pasado el Tribunal Supremo de París condenó a Rodrigues Mingas como uno de los principales líderes del grupo terrorista de Cabinda que perpetró el ataque al autobús de la selección de Togo. En la condena le sentenciaba a cinco años de prisión, y a pagar, entre otras, una indemnización de 450.000 euros a Kodjovi Obilalé y 60.000 euros a su esposa y su hijo, por obligarle a poner fin de manera irremediable a su carrera futbolística, y por daños morales.

Una sentencia que no permitirá a Obilalé recuperar la vida que podría haber tenido como futbolista, pero que al menos le restituye moralmente y sobre todo económicamente parte del dolor sufrido.

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