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El día que la bandera republicana empañó un Argentina-España: "O la retiran o no hay partido" (VI)

Sexto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando el incidente ocurrido en el Estadio Núñez de Buenos Aires en julio de 1960.

Sexto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando el incidente ocurrido en el Estadio Núñez de Buenos Aires en julio de 1960.
La selección española que se enfrentó a Argentina en Buenos Aires en julio de 1960. | CIHEFE

La simbología nacional, sea ésta en forma de banderas o himnos, ha dado lugar a más de un sobresalto deportivo e incluso a conflictos de cierto relieve en según qué casos. Por ceñirnos tan sólo a España, nuestros tenistas, atletas o deportistas de diverso espectro han escuchado ocasionalmente el himno de Riego mientras formaban en el centro de la cancha, o incluso cuando desde lo alto del podio se disponían a recibir una medalla. A veces, también, la bandera era izada boca abajo, o en lugar de nuestra enseña nacional se desplegaba cualquier otra. Errores involuntarios, despistes, inmortalizados fotográficamente con rostros de extrañeza y hasta sonrisas condescendientes, sin que la sangre llegase al río tras la oportuna solicitud de disculpas. Aunque por una vez la cosa estuvo a punto de ir a mayores. Corría el verano de 1960, y el asunto afectó en Buenos Aires a la selección española de fútbol.

Aprovechando el paréntesis vacacional, y con vistas a la fase de clasificación para el Mundial de Chile, nuestra Federación acordó una serie de partidos amistosos al otro lado del Atlántico. Choques no sólo recaudatorios, sino destinados a ir conformando un equipo capaz de no quedar en la estacada, como venía ocurriendo desde aquella cuarta plaza en Río de Janeiro. Y lo cierto es que las cosas no pudieron haberse iniciado mejor: Perú 1 - España 3 en el estadio Nacional de Lima (10 de julio de 1960), con goles de Di Stéfano y Luis Suárez por partida doble, y tanto peruano a cargo de Carrasco. Entre los peruanos, por cierto, se alineó el extremo izquierdo Montalvo, de grato recuerdo en Riazor, para los hinchas del Deportivo de La Coruña. Cuatro días después, en el Nacional Núñez de Santiago de Chile, los nuestros se imponían a la selección local por 0-4, con dos tantos de Di Stéfano y sendos goles de Enrique Collar y el paraguayo nacionalizado Eulogio Martínez. El 17 de julio, en el mismo escenario y ante idéntica selección, Chile volvía a caer, esta vez por 1-4, con dianas de Di Stéfano, de nuevo a pares, Chus Pereda y Joaquín Peiró, en tanto que Musso firmaba el de la honrilla para los chilenos. Pero en Buenos Aires, el 24 de julio de 1960, todo pareció torcerse desde el principio en el estadio Núñez, del River Plate, ante la albiceleste argentina.

Se alinearon con España: Ramallets; Rivilla, Garay (Santamaría en la segunda parte), Alvarito; Vergés, Segarra (capitán); Pereda, Luis Suárez, Di Stéfano, Peiró y Enrique Collar. Desde el banquillo presenciaron la derrota por 2-0, con goles de Sanfilippo en los minutos 30 y 37, el resto de los expedicionarios: Araquistáin, Pachín, Vidal, Eulogio Martínez y Justo Tejada. Algunos, por cierto, griposos y febriles. Pero no, no fue la gripe, en pleno invierno austral, la verdadera culpable de la derrota. Ni el cansancio achacable a disputar cuatro partidos en dos semanas, mediando traslados por tres países a través de la cordillera andina. Sencillamente, esa tarde todo salió al revés. Di Stéfano estuvo horroroso, conforme él mismo supo reconocer sin ambages: "Ha sido el peor partido de mi vida". Y eso ya constituía un tremendo hándicap.

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Alfredo Di Stéfano, figura del Real Madrid y de la selección española de fútbol. | CIHEFE

Bandera republicana en Buenos Aires

Entonces aún ejercían como seleccionadores los federativos, en tanto se encomendaba la parcela técnica a un entrenador de relieve, como era José Villalonga, gran preparador físico y muy aceptable estratega, además de militar profesional. Del triunvirato de seleccionadores, compuesto por José Luis Costa, Ramón Gabilondo y José Luis Lasplazas, sólo había viajado el primero por no encarecer la factura, puesto que corrían tiempos de escasez. Y al decir de algunos cronistas, el más tarde presidente de la RFEF ya antes del encuentro había dado muestras de derrotismo. Pero sobre todo durante los prolegómenos tuvo lugar en el palco un soberano calentón, que a punto estuvo de traducirse en espantada española. El doctor De la Fuente Chaos, presidente federativo y máximo responsable de la comitiva junto con Benito Picó, narró lo sucedido.

"Estaban ya los jugadores sobre el campo y el partido iba a iniciarse, cuando se desplegó ante nosotros, justo en los palcos de enfrente, una bandera republicana. No es que me lo dijeran, sino que la vi perfectamente. La vio todo el mundo, porque medía siete u ocho metros por lo menos, y estaba colocada como los capotes de los toreros en días de corrida. Reaccioné enérgicamente. Hablé con el jefe de policía, que estaba a nuestro lado. Y desde luego advertí que el partido no se jugaba, que nos retirábamos a la caseta mientras aquella bandera no desapareciese. Tardaron unos minutos, porque el jefe de policía tuvo que dar la vuelta al campo, acompañado por un alto directivo de Argentina. Cuando volvieron nos fueron expuestas a las autoridades españolas toda clase de disculpas. Según se nos dijo, los responsables habían sido unos espectadores, probablemente de origen español, expatriados tras la Guerra Civil. Pero lo importante es que se quitó aquello de allí, porque en caso contrario ese encuentro no se hubiera disputado", el doctor De la Fuente Chaos.

El deporte español dependía entonces del Movimiento, o lo que es igual de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Tanto el presidente de la Federación, como el Delegado Nacional de Deportes, detentaban sus cargos digitalmente y por ende, veintiún años después del parte triunfal fechado en Burgos, hechos de esta naturaleza sólo podían ser contemplados como provocación inadmisible. Nuestra prensa se hizo eco del asunto, bien es cierto que sin mucha fanfarria, dedicando bastante más atención a lo puramente deportivo. Ya entonces parecía imperar ese sensacionalismo crítico tan de nuestro gusto, traducido en dedicar más atención a los reveses que a los triunfos, puesto que la derrota bonaerense fue recibida con más titulares que el anterior trío de victorias.

El enfrentamiento Di Stéfano-Didí

Luego nuestra selección superó con éxito la fase clasificatoria, para caer en la primera ronda cuadrangular. Se había conformado un equipo potente, compuesto por Carmelo Cedrún, Araquistain, Sadurní; Rivilla, Santamaría, Reija, Echeverría, Rodri, Gracia; Segarra, Garay, Vergés, Pachín; Del Sol, Puskas, Di Stéfano, Adelardo, Eulogio Martínez, Joaquín Peiró, Luis Suárez, Paco Gento y Enrique Collar. Para dirigirlos desde el banquillo, nada menos que El Mago Helenio Herrera, motivador como pocos, rendido al autobombo, y quizás el técnico con mejor cartel en la Europa meridional. Una suma de individualidades muy notables que, para no variar, se dijo podía contar entre las tres o cuatro formaciones favoritas. Alfredo Di Stéfano, olvidado el borrón de aquella mala tarde en las instalaciones del River, seguía siendo la gran estrella de su época, por más que los años no pasaran en balde. Incluso se las arregló para oscurecer a Didí, el campeón mundial brasileño de paso por nuestra Liga y el Real Madrid con más pena que gloria, rendido ante La Saeta en un duelo de orgullos mal entendidos. Al menos de inicio fue sólo eso. Luego, cuando Don Alfredo las tuviera tiesas con la esposa del brasileño, mujer de mucho carácter y enorme influencia en las decisiones de su marido, aquella zanja se ensanchó tanto como para hacer imposible el trazado de ningún puente.

El último día de Didí en la casa blanca, consciente de que su salida de vacaciones representaba un adiós definitivo al estadio Santiago Bernabéu, a la entidad y su plantilla, quiso despedirse como un señor, estrechando la mano de cada miembro del elenco mientras enhebraba deseos de buena suerte para todos. Di Stéfano, mientras tanto, fingía estar muy atareado con sus botas, sin dirigirle siquiera una mirada. El interior brasileño y excepcional intérprete de la folha seca, advirtiendo el desdén y por no echar más leña al fuego, trató de disimular su decepción con un hábil regate: "A ti, Alfredo, te veré en Chile" -dijo-. "Así que nos despediremos allí". Y Di Stéfano, respondiéndole, desperdició una gran ocasión para estar a la altura: "Tú no irás a Chile. No te llevarán porque estás acabado". En medio de un silencio ominoso, Didí abrió la puerta del vestuario sin inmutarse, alejándose a continuación, con su gran zancada.

Alfredo Di Stéfano, aquejado de problemas físicos, no jugó ni un minuto en el Mundial de Chile. El brasileño Didí, además de estar entre los convocados por su seleccionador, contribuiría a revalidar el título mundial de la Canarinha, agigantando la leyenda de los Gylmar, Djalma y Nilton Santos, Zito, Garrincha, Pelé, Vavá, Zagallo, o él mismo. A distintos miembros de la FIFA, repasando las acreditaciones de nuestra selección parece se les torció el gesto. Allí estaban no sólo el astro argentino, sino también José Emilio Santamaría, otrora internacional uruguayo; Puskas, referente de la mejor selección húngara en toda su historia, y Eulogio Martínez, igualmente internacional con Paraguay. Si nadie lo remediaba, acabaría ocurriendo en el fútbol de selecciones los que ya se daba en los campeonatos de clubes. Sólo era cuestión de tiempo que cualquier país presentase formaciones insuperables, mediante ejercicios de chequera. El cambio normativo fue un hecho. En adelante, y por espacio de varios lustros, quienes hubieran representado internacionalmente a un país afiliado a la FIFA, incluso en categoría juvenil, ya no podrían formar parte de ninguna otra selección. Una norma que pocos respetaron por nuestros pagos, conforme habría de comprobarse en años sucesivos, durante el denominado timo de los falsos paraguayos.

Médico, político y presidente de la RFEF

Cuando en 1962 se disputó el Campeonato Mundial chileno, Alfonso de la Fuente Chaos (Madrid, 18 de julio de 1908 - Madrid, 3 de noviembre de 1988), ya había dimitido como presidente de la RFEF. De hecho, su plante ante la aparición de esa bandera tricolor en Buenos Aires debió ser una de sus últimas actuaciones al frente del organismo balompédico. Fue un cirujano brillante, metido en faenas políticas durante largo tiempo, capaz de compaginar la patología clínica en las Universidades de Valencia y Madrid, con la dirección del Instituto Nacional de Medicina, Higiene y Seguridad en el Trabajo; la presidencia del Colegio Oficial de Médicos o la Previsión Sanitaria Nacional, y hasta con la creación del Seguro Obligatorio de Enfermedad, junto al entonces ministro de Trabajo, Girón de Velasco. Todo ello mientras ejercía como Procurador en Cortes desde marzo de 1943 hasta junio de 1977, cuando el viejo régimen franquista se hiciera el harakiri, y él iba acumulando distinciones tan notables como la Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad, la del Mérito Civil, o el Militar con distintivo blanco.

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Alfonso de la Fuente Chaos, presidente de la Federación Española de Fútbol entre 1956 y 1960.

Le sucedieron en el cargo federativo Benito Picó Martínez, quien se sentara a su lado en el palco del estadio bonaerense; José Luis Costa Cenzano, antiguo futbolista y seleccionador durante aquella gira; José Luis Pérez-Payá y Soler, Pablo Porta Bussoms, José Luis Roca Millán y Ángel María Villar Llona. Vistas con perspectiva las gestiones de parte de ellos, especialmente desde José Luis Costa (1970) hasta expirar el mandato de Roca Millán (1988), casi cabría saldar su cuatrienio en el cargo futbolero con un doctorado cum laude.

Lamentablemente, Pérez-Payá, Porta y Roca, con su desastrosa gestión, parecieron empeñados en otorgar brillantez casi a cualquiera, tanto del pretérito como del porvenir.


* José Ignacio Corcuera es socio del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE).

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