
"¿Sos arquero?, atájate esta", le decían los guardias mientras le golpeaban la cabeza o el estómago. 120 días estuvo bajo esas agresiones y humillaciones en la terrorífica Mansión Seré, un centro clandestino de detención y tortura que la Fuerza Aérea Argentina poseía en el Partido de Morón, Buenos Aires. Hasta que ya no pudo más. El 24 de marzo de 1978 consiguió huir. Una huida hacia la libertad. Hacia la vida.
Poco antes de todo aquello, poco antes de la pesadilla, Claudio Tamburrini era un guardameta que comenzaba a despuntar en Almagro. Nacido en Ciudadela el 18 de noviembre de 1954, se había iniciado en el fútbol en el club de su localidad bonaerense, el Ciudadela Norte. Pronto llamó la atención por sus habilidades como guardameta, recalando en la cantera de Vélez Sarsfield.
En 1975, con 21 años, era transferido a Club Almagro, de la Primera B argentina. Allí esperaba comenzar a labrarse un futuro como portero profesional, compaginando la actividad futbolística con sus estudios de filosofía. "En esa época mis metas pasaban por tratar de llegar lo más lejos posible como jugador y doctorarme en Filosofía", recuerda en una entrevista para El Diario.
Pero nada de eso sería posible. No en Argentina. El jueves 23 de noviembre de 1977 le arrebataron esos dos sueños.
Al regresar a casa después de un entrenamiento, fue abordado por dos personas armadas. Se lo llevaron en una camioneta. "Para hacer averiguaciones", dijeron. Su destino no lo conocería hasta días después, al llegar allí encapuchado. Se encontraba en la Mansión Seré, uno de los principales centros de tortura y desaparición de personas de la dictadura argentina, que ya era denominado por sus secuestrados como Atila.
"Me subieron por unas escaleras amenazándome y me preguntaron sobre supuestas conexiones relacionadas con mis actividades de índole política. En el primer piso me ataron a una cosa que pude sentir como un elástico de cama y comenzaron a torturarme el mismo día a la tarde, sobre las 14 horas", sigue relatando.
Tamburrini había formado parte de la Federación Juvenil Comunista (una organización para jóvenes del Partido Comunista argentino) y era amigo de un activista investigado por la Fuerza Aérea. Aquello fue suficiente para ser perseguido por el Proceso, la dictadura cívico-militar que gobernaba en Argentina desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
En esa situación, siendo torturado y humillado, pasaría cuatro meses. Las palizas y las sesiones con la picana eléctrica se sucedieron durante 120 días. Cada día. Los presos trataban de evadirse de aquella terrible situación y la carrera futbolística de Claudio Tamburrini –aquella por la que ya no albergaba ninguna esperanza- y sus anécdotas como portero eran un tema recurrente. También el Mundial de fútbol que estaba a meses de arrancar en casa, en la propia Argentina que les infligía aquellos malos tratos.
La histórica huida
Hasta que ya no pudo más. El conocimiento del asesinato de dos compañeros de la Mansión a base de torturas terminó por hacer reaccionar a Tamburrini. Debía salir de ahí. Como fuera.
Urdió un plan de huida con sus compañeros de celda: Guillermo Fernández, Carlos García y Daniel Rusomano.
Todo está previsto para la madrugada del 24 de marzo de 1978. Justo el día en que se cumplía el segundo aniversario del golpe de Estado. Gracias a un clavo que Fernández había hallado unas semanas atrás podían abrir la ventana de la celda desde dentro. Entre las doce de la noche y las tres de la mañana, aprovechando el descanso de tres horas de los guardias de la Mansión, fueron saliendo poco a poco por la ventana del tercer piso en que se encontraban.
Formaron una cuerda con las mantas de las camas y desfilaron hacia el patio. Desnudos y con las manos semiatadas corrieron lo más lejos que pudieron, conscientes de que no tardaría en conocerse su huida. Se separaron y se escondieron, en un garaje o, en el caso de Tamburrini, en un jardín de una casa cercana.
Guillermo Fernández logró coger un taxi y visitar a un tío suyo que vivía cerca. Allí contactó con el padre de Carlos García. En unas horas se presentó con un vehículo para recoger a los cuatro fugados, mientras los helicópteros sobrevolaban la zona en su búsqueda.
El siguiente objetivo era salir del país. Pero no era tarea sencilla. Tamburrini pasaría varios meses escondiéndose en diferentes domicilios, que iba cambiando cada pocos días para no levantar sospechas. Su posición era aún más compleja, pues sabía que podía ser reconocido dada su faceta como futbolista.
Tras poco más de un año, y en medio de la tremenda angustia psicológica que le generaba saber que en cualquier momento podría ser de nuevo hallado y detenido –y todo lo que ello implicaría-, consiguió salir de Argentina rumbo a Brasil. Allí le dieron la condición de refugiado político, y se trasladó hasta Estocolmo.
"No fue hasta llegar a Suecia que desapareció el miedo", relata.
Allí, en Suecia, regresaría al fútbol, aunque su débil condición física le impediría retomar la carrera que antes de toda la pesadilla podía figurar. Y, sobre todo, retomó los estudios, al ingresar en la facultad de Filosofía de Estocolmo. Optó finalmente por este camino.
En 2003 Tamburrini publicaría ‘Pase Libre: la Fuga de la Mansión Seré’, relatando toda su historia. Una historia que años más tarde sería llevada a la gran pantalla en Argentina bajo el nombre Crónica de una Fuga.
Queda por resaltar otro hecho de la histórica huida de Tamburrini y sus tres compañeros. Como explica el propio futbolista, "fue edificante que, al fugarnos, indirectamente salvamos la vida de todos los que quedaron en la cárcel". Porque unos días después del capítulo, la Fuerza Aérea distribuyó al resto de presos a penales o comisarías, blanqueando así su situación, y la Mansión Seré fue incendiada para borrar toda huella.
Hoy, la Mansión Seré es la Casa de la Memoria y la Vida y la Dirección de Derechos Humanos. "Para que el Nunca Más sea realidad, manteniendo la memoria de nuestro pueblo, los gremios, las fuerzas políticas, las APDH (Asociaciones por los Derechos Humanos) de Morón en homenaje a las Víctimas del Terrorismo de Estado", reza una placa en su entrada.
Hoy, Claudio Tamburrini es Doctor en Filosofía y profesor en la Universidad de Estocolmo. Y no guarda rencor. "Lo tomo como una parte constitutiva de la vida que hoy tengo. Si no me hubieran secuestrado, no habría salido de Argentina. En Suecia conocí a mi mujer, con la que tuve a mis tres hijos. Habría podido tener otra carrera u otros hijos. Habría tenido otra vida, que podría haber sido mejor o peor, pero no habría sido la mía. Que me secuestraran me sirvió para ser quien soy".