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Historias de Fútbol

La súbita muerte de Julio César Benítez en vísperas de un trascendental Barça-Madrid en 1968 (XVI)

Decimosexto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al defensa uruguayo de Real Valladolid, Zaragoza y FC Barcelona.

Decimosexto artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando al defensa uruguayo de Real Valladolid, Zaragoza y FC Barcelona.
Julio César Benítez, defensa uruguayo del Barcelona, fallecido en 1968. | CIHEFE

El domingo 7 de abril de 1968 se disputaba en el Camp Nou un Barça-Real Madrid decisivo para el desenlace del título de Liga de la temporada 67-68. Pero la víspera, el sábado día 6 —precisamente la misma fecha en la que Massiel ganó para Televisión Española el Festival de Eurovision en el Royal Albert Hall londinense con el famoso La, la, la—, todos los aficionados al fútbol de España (entre ellos yo mismo, un crío de 13 años que aun vestía pantalón corto) fuimos sacudidos por la terrible noticia del repentino fallecimiento del jugador uruguayo Julio César Benítez, lateral derecho titular del cuadro azulgrana y una de sus grandes figuras, al que esperábamos ver en acción al día siguiente a través de nuestro televisor —ya los tejados del país estaban poblados por un tupido bosque de antenas—, teniéndoselas tiesas como era habitual entonces con el veloz Paco Gento, la Galerna del Cantábrico. ¿Qué había sucedido para que un joven deportista de tan sólo 27 años de edad, aparentemente fuerte como una roca, pasase del césped al ataúd en cuestión de unas pocas horas?

Del Río de la Plata al Ebro

Pero para empezar, recordaremos quién era el jugador súbitamente desaparecido. Se llamaba Julio César Benítez Amoedo y había nacido en Montevideo el 1 de octubre de 1940. Llamaba la atención de alguna manera por la oscura tonalidad de su piel, en un país predominantemente blanco como era y es el charrúa. Pero más la llamaba aún por sus grandes condiciones futbolísticas. Había hecho sus primeras armas en un club que no era ninguno de los dos tradicionales gigantes de la capital del Uruguay, ni Peñarol ni Nacional. Jugaba en el Racing, con el que había debutado siendo un quinceañero, y de allí le va a fichar, todavía con 18, un caballero español llamado José Luis Saso, antiguo guardameta del Atlético de Madrid y sobre todo del Real Valladolid. Saso —que lo sería absolutamente todo en el club de la ciudad del Pisuerga: jugador, entrenador, secretario técnico y presidente— ocupaba entonces el banquillo del cuadro pucelano, que tras una temporada en el infierno de la Segunda División había recuperado plaza entre la élite del fútbol español, y deseaba reforzar la plantilla blanquivioleta para no volver a pasar apuros. De manera que se fue a hacer las Américas, en busca de jugadores interesantes, algo que por cierto realizó también por esas mismas fechas, en verano del 59, otro colega suyo, el mítico Helenio Herrera, a la sazón entrenador del Barça, que se va a volver a España con tres jugadores muy prometedores en la maleta (los delanteros peruanos Loayza y Seminario, y el arquero argentino Medrano).

Saso le superó en exceso de equipaje, pues se trajo para acá nada más ni nada menos que a cinco futbolistas, un repoker de promesas que le costaron en total alrededor de un millón de pesetas, que tampoco el Valladolid era el más rico del patio…En su caso, el periplo se limitó a pescar en ambas orillas del Río de La Plata. Se trataba de tres argentinos y dos uruguayos: Aramendi, Solé y Bagneras los primeros, y Endériz y Benítez los segundos. Demostró tener buen ojo, porque todos a excepción de Bagneras, ofrecieron un excelente rendimiento deportivo, y en el caso de este, volvería a su país natal dejando en las arcas castellanas una suma cercana a la desembolsada por todo el lote.

La apuesta por Benítez estaba garantizada, pues pese a su insultante juventud era ya un auténtico prodigio, físico y técnico. Poseía potencia, velocidad, clase y un magnífico toque de pelota, con un disparo duro y certero, sobre todo a balón parado, virtudes que muy pronto se pondrían de manifiesto en los terrenos de juego españoles. Y además era un futbolista polivalente, que podía actuar en diferentes demarcaciones, multiplicándose en el campo, no importando el número que luciese a la espalda (a veces salía como defensa lateral, y en otras lo hacía como medio volante o incluso interior). En el viejo Zorrilla, no obstante, va a durar muy poco, tan sólo la temporada 59-60, pues el Real Zaragoza se lo llevará para su flamante feudo de La Romareda a cambio de millón y medio de pesetas (le había costado al Valladolid 300.000, siendo el más caro del quinteto)

El Real Zaragoza pretendía consolidarse de una vez por todas entre la élite del fútbol español. A dicho efecto, amén de haber inaugurado recientemente un moderno campo, abandonando el anticuado Torrero, estaba reforzando su plantilla con una serie de fichajes que le iban a prestar señalados servicios: el aragonés Carlos Lapetra, el brasileño Duca y el veterano extremo canario del Atlético de Madrid Miguel, así como dos jovencitos gallegos que muy pronto darían mucho que hablar: Reija y Marcelino. Y como técnico, una vez cumplida con sobresaliente su etapa en el Elche como entrenador-jugador -había llevado al club franjiverde de Tercera a Primera División en tan sólo dos temporadas-, una de las grandes figuras de nuestro fútbol de Posguerra, César Rodríguez, el Pelucas. Esa excelente política deportiva va a cristalizar nada menos que un tercer puesto en la Liga 1960-61, superando a clubes tan señeros y cargados de títulos como Barcelona, Athletic de Bilbao, Valencia y Sevilla. Algo a lo que no sería ajeno, por descontado, el gran rendimiento de Benítez

En el Barça: comienzos irregulares

Pero estaba escrito que tampoco iba a durar mucho a orillas del Ebro… Una vez concluida su década dorada de los años 50, y tras el shock de la derrota en la final de la Copa de Europa de 1961 ante el Benfica lisboeta, la famosa ‘final de los postes cuadrados’ en la que hasta en cuatro ocasiones la madera escupió remates azulgranas con marchamo de gol, el Barça desmantelaría su equipo —se marchan, entre otros, Kubala, Luís Suárez y Ramallets—, iniciando un ambicioso Plan Renove del que Benítez sería una de las piezas clave.

El nuevo presidente barcelonista, el dinámico e impulsivo empresario textil Enric Llaudet, pagó 8 millones de pesetas, una cifra entonces exorbitante, para hacerse con los servicios de Benítez. Esa cantidad, sumada a lo desembolsado por todo un ramillete de novedades (Pesudo, Páis, Zaballa, Pereda, Zaldúa, Szalay y Vicente), consumieron rápidamente los mareantes 25 millones que acababa de abonar el Inter de Milán por llevarse a Luisito Suárez, ganador del Balón de Oro de 1960, galardón que hasta la fecha no ha vuelto a conquistar ningún otro futbolista masculino español.

Sin embargo, los primeros tiempos de Benítez como jugador azulgrana no van a ser precisamente triunfales ni tranquilos. Sus entrenadores —primero Luis Miró, y luego Ladislao Kubala y Pepe Gonzalvo, Gonzalvo II— no sabrán muy bien dónde ubicarle sobre el terreno de juego, llegando incluso a alinearle como delantero centro. Además su propio carácter, inmaduro y temperamental, le jugará algunas malas pasadas, en forma de expulsiones o incluso enfrentamientos con su propia afición. Por todo lo cual en las temporada 61-62 y 62-63 no puede considerársele como titular, puesto que estará ausente en bastantes partidos.

Y para rematarlo, a mediados de 1963 va a enfermar de hepatitis, dolencia que le apartará de los terrenos de juego durante varios meses. Poco antes había contraído matrimonio con una chica madrileña a la que había conocido en su breve etapa zaragocista. Al parecer ella trabajaba en un club nocturno de la capital aragonesa, y al fichar por el Barça le acompañó a la Ciudad Condal, viviendo juntos sin estar casados. Eso en aquellos tiempos era piedra de escándalo, anatema, de manera que se le presionó desde la Directiva, persuadiéndole de que legalizase su situación pasando por la vicaría.

1964-1968: indiscutible

Pero las cosas van a cambiar para Benítez con la llegada de su viejo conocido César al banquillo barcelonista, de cara al curso 63-64. El técnico leonés confiaba ciegamente en sus posibilidades, y una vez recuperado de su enfermedad le utiliza como titular en el lateral derecho de la defensa, y el dorsal número 2 pasará a ser suyo en propiedad, sin que nadie pueda discutírselo ya. No son buenos tiempos para el Barça en lo colectivo, aunque sí particularmente para el futbolista uruguayo, que se va a mostrar como una de las grandes figuras de nuestras competiciones, destacando por sus marcajes al veloz extremo madridista Gento, y llegando incluso a barajarse su nombre como un posible seleccionado con vistas a la participación español en el Campeonato del Mundo a celebrar en Inglaterra en el verano de 1966.

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El charrúa atraviesa por su mejor momento profesional y es imprescindible en el Barça, por mas que todavía su fuerte e irreflexivo temperamento le siga pasando factura, y responda a las críticas de su afición, tras algún fallo clamoroso, con un gesto obsceno, un corte de manga, lo que en Cataluña se conoce como butifarra. Al final no viajará con la expedición española a Inglaterra, pero en esa temporada 65-66 conquista la Copa de Ferias con el Barça, tras batir precisamente a su antiguo equipo, el Zaragoza de Los Magníficos. Y es tan excelente su rendimiento, que la recién aparecida Revista Barcelonista, más conocida por sus siglas RB, le va a distinguir como el jugador azulgrana más regular de esa campaña, galardonándole con su trofeo, distinción a la que también se hará acreedor por su desempeño en el curso 66-67.

Por su fenomenal disparo es el encargado de lanzar los penaltis y los golpes francos, pero su sangre caliente le sigue ocasionando problemas, y así en temporada 67-68 va a ser expulsado en dos ocasiones, y en ambas ante el mismo rival, el Athletic de Bilbao. Con el número 2 a la espalda forma una línea defensiva muy difícil de superar junto a Gallego u Olivella como centrales, con Eladio en el lateral izquierdo, y Torres ejerciendo de medio defensivo o de cierre. Su última expulsión se va a producir en el Camp Nou, el 28 de enero de 1968, y le acarreará ser suspendido durante cuatro jornadas, reapareciendo en el terreno cordobés de El Arcángel, ya en el mes de marzo, y con victoria barcelonista por 0 a 1.. Él no lo sabía, claro, pero ya le quedaban únicamente tres partidos…

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Primavera fatal

El domingo 31 de marzo no se disputa jornada de Liga, debido al compromiso internacional de la selección española el miércoles siguiente, pues tenía que vérselas nada menos que con Inglaterra, la entonces vigente campeona del mundo, en el Estadio de Wembley y en partido valedero para la Eurocopa. De modo que Benítez aprovecha el parón del campeonato para efectuar una excursión al vecino Principado de Andorra, en compañía de su esposa y de un matrimonio amigo. Comienza a sentirse algo indispuesto, pero cree que se trata de una especie de urticaria. Y el martes se reincorpora a los entrenamientos, para preparar el trascendental Barça-Real Madrid que va a tener lugar en el Camp Nou al domingo siguiente. Los blancos aventajan a los azulgranas en tres puntos, a falta de tan sólo cuatro jornadas para finalizar la Liga, pero antes tendrán que enfrentarse a sus dos perseguidores, Barcelona y Union Deportiva Las Palmas, que aun conservan posibilidades de hacerse con el título, muy remotas en el caso de los canarios.

Pero Julio César sigue encontrándose mal, y ese mismo día tiene que abandonar el entrenamiento y marcharse a casa. Aunque luego mejorará, y si bien su concurso parece muy dudoso para el domingo, tampoco a la altura del viernes nadie puede imaginar lo que le espera. Pero en la madrugada del sábado su estado se agrava, y va a ser trasladado al hospital de la Cruz Roja. A primera hora de la tarde los médicos hacen público el siguiente parte facultativo. "El paciente Julio César Benítez Amoedo sufre un proceso infeccioso que ha dado lugar a un cuadro de colapso con manifestaciones purpúricas y fallo renal agudo. Pronóstico: gravísimo". Poco después el futbolista dejaba de existir. El fatal desenlace se había producido al filo de las 4 de la tarde de ese sábado 6 de abril de 1968. Al parecer las últimas frases que pronunció Benítez en su delirio, antes de entrar en coma, fueron relativas al encuentro que ya nunca podría jugar: "Pasa la pelota, Eladio", "Ya es nuestro el partido", "faltan cuatro minutos y ganamos dos a cero"…

El barcelonismo y todo el fútbol español van a quedar en estado de shock al conocerse el fallecimiento de un futbolista joven (27 años) y que parecía hallarse en plenitud física. Benítez era un hombre de fuerte complexión, y nadie hubiera podido imaginar un final así. De inmediato ambos clubes acordarán la suspensión del encuentro, que finalmente se jugaría el martes día 9 de abril, a las 7 y media de la tarde, con televisión en directo. La capilla ardiente fue instalada en el antepalco del Camp Nou, y por ella desfilaron más de cien mil personas, para darle su último adiós a quien había sido todo un ídolo de los estadios. El cadáver será velado por sus compañeros de equipo, que posteriormente trasladarán su féretro a hombros. El funeral va a tener lugar en la iglesia parroquial de San Odón, y en la tarde del lunes 8 de abril el infortunado jugador recibe sepultura en el Cementerio de Les Corts, muy cerca del escenario de sus éxitos deportivos.

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El decisivo encuentro aplazado se celebra en la tarde-noche del martes 9 de abril, precedido por un impresionante minuto de silencio y el emotivo saludo de ambos capitanes, el azulgrana Zaldua y el madridista Gento. Será precisamente el navarro Zaldua quien abra el marcador, para igualar luego Pirri, estableciendo así el resultado definitivo (1-1). A final, el Real Madrid va a salir del Camp Nou conservando esos tres puntos de ventaja sobre el Barça, y se proclamaría campeón de la Liga 1967-68 en la penúltima jornada, al derrotar a la Unión Deportiva Las Palmas por 2 a 1.

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La sombra del enigma

La causa de la muerte va a achacarse a una intoxicación alimentaria, producida por la ingesta de unos mejillones en mal estado durante la citada estancia en Andorra. Sin embargo, su viuda declarará posteriormente que el jugador no había comido mejillones en el transcurso de dicha excursión, sino carne y verduras. También, muchos años más tarde, contará que al cadáver se le practicó una biopsia, cuyo resultado ella nunca llegó a conocer, y también que no se efectuó la autopsia.

En los días siguientes al fallecimiento van a circular por la Ciudad Condal numerosos rumores que ponían en entredicho la versión oficial. Algunos entraban de lleno en lo que podríamos denominar "crónica negra", y se atrevían a aventurar que el futbolista podía haber sido asesinado por orden de alguien importante (¡). Se habló de envenenamiento, y también se mencionó una misteriosa inyección que supuestamente se le habría administrado en las dependencias del club, produciéndole un desvanecimiento.

Sea como fuere, lo cierto es que Julio César Benítez no se cuidaba como debería corresponder a un deportista profesional, aunque hace medio siglo largo eso fuese por desgracia algo bastante habitual. Ángel Mur padre, el legendario masajista del Barça que trabajó con él durante siete años —y por lo tanto le conocía bien— definió al jugador uruguayo como "un chasis fuerte con un motor muy estropeado. Al parecer ya había sufrido al menos una hepatitis, la ya mencionada de 1963, que le obligó a guardar cama y le dejó fuera de combate durante bastantes meses. También se excedía con la bebida, según algunos testimonios, en un contexto en el que tampoco era raro que los futbolistas en activo fumasen. Lo cual nos indica que, a despecho de su aparente gran fortaleza, la procesión iba por dentro, su hígado estaba maltrecho, sus defensas vitales tal vez no eran las adecuadas, y pudieron haber fallado en el momento más inoportuno.

La fulminante muerte de Julio César Benítez, cincuenta y cinco años después de producirse, sigue estando hoy envuelta en el misterio, igual que el asesinato de JFK en Dallas, en 1963, o los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Tal vez nunca lleguemos a saber lo que ocurrió en realidad, pero también es posible que fuese obra de alguno de esos microscópicos enemigos que siempre nos acechan.


* Fernando Cuesta Fernández es licenciado en Historia y miembro del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE). Ha escrito varios libros sobre fútbol: La Pelota Ye-yé. Modernidad y rebeldía en el fútbol español. 1965-1973; El Barça de los Sesenta. La Travesía del Desierto; y Los Héroes del Domingo. Los ases del fútbol español en blanco y negro

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