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Famosos escritores que fueron porteros de fútbol: Camus, Nabokov, Conan Doyle, Delibes, Kapuscinski…

"Es el águila solitaria, el hombre misterioso", diría Nabokov. Quizá por ahí se entienda la curiosa relación entre escritores y su rol como porteros.

"Es el águila solitaria, el hombre misterioso", diría Nabokov. Quizá por ahí se entienda la curiosa relación entre escritores y su rol como porteros.
“Lo que más sé acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, diría Albert Camus | EFE

Albert Camus, Vladimir Nakobov, Arthur Conan Doyle, Miguel Delibes… todos ellos tienen en común, por su puesto, que fueron magníficos escritores. Pero hay una característica que, en diferentes tiempos y modos, también les relaciona: todos ellos fueron porteros de fútbol. Y no son los únicos.

En este artículo repasamos algunos de los personajes más influyentes de la literatura en los últimos dos siglos…y su pasado como guardametas en el mundo del fútbol.

Una tuberculosis lo cambió de todo

Quizá el ejemplo más paradigmático de esta extraña relación lo encontremos en Albert Camus. "Lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol", declararía el autor de obras tan célebres como La Peste o El Extranjero.

Sus primeros coqueteos con el fútbol se dieron ya desde pequeño. En el colegio público en el que estudiaba, en Argelia, esperaba siempre ansioso a la hora del recreo para coger un balón y divertirse con sus compañeros, tal y como relataría en más de una ocasión. Y era como portero donde mejor se desenvolvía.

Ya en edad juvenil fichó por el Racing Universitario de Argel, un equipo semiprofesional. Camus, diría, disfrutaba en un campo de fútbol como en ningún otro lugar. Y de aquella época proviene una de sus frases más celebres: que aprendió que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga, y que eso le ayudó mucho en la vida.

Pero justo cuando más estaba disfrutando, cuando comenzaron a llegar importantes victorias con el equipo, y cuando se estaba comenzando a vincular al portero con equipos profesionales, le fue detectada una tuberculosis que le obligó a abandonar los terrenos de juego. Tenía 17 años y tuvo que centrarse en su otra gran pasión: la escritura.

Con todo, Albert Camus seguiría ligado de un modo u otro al fútbol durante toda su vida. Seguidor acérrimo del Racing Club de France, según él porque usaban las mismas camisetas que el Racing Universitario de Argel, el balón y la portería estuvieron siempre presentes en su literatura.

Más allá de la aparición de algún que otro personaje vinculado al mundo del fútbol en varias obras, como en La Peste, fue a través de varios artículos donde halló el mejor modo de seguir hablando de su otra gran afición. Relataba su pasión por el fútbol, la belleza de este deporte, su admiración al Racing Universitario de Argel primero y al Racing Club París después y, sobre todo, su carrera truncada.

"Los partidos del domingo en un estadio repleto de gente y el teatro, lugares que amé con una pasión sin igual, son los únicos sitios en el mundo en los que me siento inocente", llegaría a confesar. Aunque, cuando fue preguntado por un periodista sobre qué hubiera elegido, el fútbol o el teatro, en el caso de que su salud se lo hubiera permitido, Camus respondió sin titubear: "El fútbol, sin duda".

El águila solitaria

A Vladimir Nabokov el amor por el fútbol le llegó algo más tarde. Concretamente, durante su etapa en Inglaterra, donde estudió literatura en la Universidad de Cambridge. Aunque ya desde pequeño lo había practicado, en su Rusia natal. Y siempre lo hizo como portero.

El célebre autor de Lolita se definiría a sí mismo como "un portero excéntrico, pero bastante espectacular". Lo hizo en su autobiografía Habla Memoria, en la que publicaría:

De todos los deportes que practiqué en Cambridge, el fútbol ha seguido siendo un ventoso claro en mitad de un período notablemente confuso. Me apasionaba jugar de portero. Distante, solitario, impasible, el portero famoso es perseguido por las calles por niños en éxtasis. Su jersey, su gorra de visera, sus rodilleras, los guantes que asoman por el bolsillo trasero de sus pantalones cortos, le colocan en un lugar aparte del resto del equipo. Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor.

El caso es que viendo el carácter de Vladimir Nabokov, y sobre todo su manera de describir las situaciones, las historias, o la propia sociedad norteamericana –de la cual lleva a cabo una metafórica crítica en su genial Lolita–, no es de extrañar que su posición en el campo fuera la de portero.

Siempre tan distinto, y tan distante, a los demás. Individual ante todo. Siempre gustando de participar, pero más desde fuera, como un observador, como un outsider, que desde dentro. Y de ahí su frase "el portero es un águila solitaria, un hombre misterioso, el último defensor. Más que un guardián de la portería, es el guardián de los sueños".

De la imagen de Nabokov como guardameta nos queda la descripción artificiosa del escritor italiano Lepri Paolo: "Los pantalones que bajaban perfectos, el jersey de lana blanca con dos rayas rojas y azules bajo el cuello, piernas delgadas, manos gruesas, frente espaciosa, físico atlético, con la fuerza nerviosa de los corredores de medio fondo".

El primer portero del Portsmouth

Otro trascendental literato que se desempeñó como guardameta es nada menos que Sir Arthur Conan Doyle.

El padre de Sherlock Holmes tuvo siempre una especial relación con el deporte. Relación que plasmaría también en sus obras. Según el prestigioso editor William Stuart Baring-Goul, a lo largo de todas las historias de Sherlock Holmes se pueden encontrar hasta 150 referencias al deporte.

Curiosamente, apenas las hay sobre el fútbol. Un deporte que practicó Conan Doyle desde su infancia.

En la época en que se mudó a Portsmouth, mientras comenzaba a escribir las novelas que le harían inmortal, Doyle participó en la fundación del primer club amateur de fútbol de la ciudad. El Portsmouth Football Club.

Y, camuflándose bajo el seudónimo de A.C.Smith, formó parte del primer equipo del Portsmouth que disputó un partido. Y lo hizo como portero. Por tanto, Arthur Conan Doyle fue el primer portero del Portsmouth, un equipo que con el devenir de los años se convertiría en un clásico del fútbol inglés –a pesar de estar atravesando un tremendo bache en la última década-, y que cuenta en su haber con dos ligas inglesas y dos FA Cups.

Eso sí, tras disputar varios encuentros con el equipo -alguno también como defensa- abandonó el fútbol en cuanto las aspiraciones del club le llevaron a la profesionalización. Sí se desempeñaría como profesional tanto en el rugby como en el criquet. Pero para la historia quedará siempre que Sir Arthur Conan Doyle fue el primer portero del Portsmouth.

El lugar tridimensional del campo

En España, un buen ejemplo lo hallamos en Miguel Delibes, quien llegaría a declarar que "mi primera afición deportiva, asumida como pasión, como auténtica pasión desordenada, fue el fútbol. Esto quiere decir que yo fui hincha antes que aficionado. Anteponía al espectáculo el triunfo de mi equipo, el Real Valladolid Deportivo".

Durante su juventud el autor de Cinco horas con Mario o El camino jugó al fútbol en diferentes posiciones, como variada era su escritura. Pero donde más tiempo pasó fue en la portería. Durante una década jugó como guardameta del Sedano FC, el equipo de la localidad burgalesa en la que residía y comenzó a componer sus mejores novelas.

Aunque sin duda el caso más paradigmático en nuestro país lo encontramos en Eduardo Chillida. En este caso escultor, que no escritor. Aunque virtuoso y creador igualmente. Con apenas 18 años llegó al primer equipo de la Real Sociedad, por aquel entonces en Segunda Divsión. También, por supuesto, como portero.

Con su indudable contribución –disputó todos los partidos-, el equipo consiguió de manera brillante el ascenso a Primera División. Al concluir la campaña Chillida fue pretendido por el Real Madrid y el Barcelona, pero rechazó todas las ofertas porque su sueño era triunfar en Atocha.

La temporada siguiente, con la Real ya de nuevo instalada en la elite del fútbol español, debía ser la de su consolidación. Sin embargo, justo cuando iba a arrancar la temporada sufrió una grave lesión en la rodilla que le obligó a retirarse de los terrenos de juego. Siempre intentó volver, pasando hasta en cinco ocasiones por el quirófano. Tal era su amor por el fútbol. Pero jamás pudo conseguirlo.

Eso sí, al genial escultor, autor entre muchas otras de obras tan célebres como "El peine del viento", la "Sirena Varada" –en la Castellana de Madrid- o el "Monumento a la tolerancia", en Sevilla, las vivencias en la portería le marcarían de por vida

"Yo he tenido muy en mente toda la vida lo que he aprendido del fútbol. En la portería aprendí cosas nuevas sobre el espacio y el tiempo, cosas que he utilizado después en la escultura. Porque la portería es el lugar tridimensional del campo; es donde ocurren todos los fenómenos complejos del fútbol".

Existen más caso de esa fantástica relación entre grandes escritores y porteros de fútbol, como el del brillante reportero Ryszard Kapuscinski, quien llegaría a defender la portería del equipo juvenil del Legia Varsovia, uno de los más potentes de Polonia. "Aquello era un arrebato, un delirio, mi vocación más apasionada", contaría el periodista, quien siempre reconoció que de joven su única ilusión era convertirse en futbolista profesional. "No me acuerdo por qué, pero un día escribí un poema y lo envié a un periódico, y lo publicaron. La decisión de ese equipo de redacción selló mi destino", recordaría años más tarde.

Quizá, toda esta historia, toda esta relación entre mentes brillantes de la literatura y personas que se desempeñaron como porteros en el mundo del fútbol, sea sólo casualidad. O quizá encierre un enigma de una relación entre un puesto tan específico, tan solitario, tan individual, tan contra natura en un terreno de juego; y la necesidad de desarrollarse como literato.

Porque, como diría el también escritor Eduardo Galeano, "Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. La multitud no perdona al arquero. Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna"

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