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Gyula Grosics, el portero mágico perseguido por la Hungría comunista

Fue el cancerbero de los 'magiares mágicos'. Pero siempre perseguido por sus ideas conservadoras en la Hungría comunista. A las que nunca renunció.

Fue el cancerbero de los 'magiares mágicos'. Pero siempre perseguido por sus ideas conservadoras en la Hungría comunista. A las que nunca renunció.
Gyula Grosics, durante un entrenamiento. | Archivo

Hablar de Gyula Grosics es hablar de uno de los mejores porteros que se han visto jamás en Europa. Integrante de aquella inolvidable selección húngara subcampeona mundial y subcampeona olímpica que maravilló a todos, y que hoy, más de medio siglo después, se sigue recordando.

Una carrera brillante, como brillantes eran sus actuaciones bajo palos. Pero una carrera, también, marcada por la política. Por la persecución que sufrió por sus ideas conservadoras en una Hungría en la que no había lugar para ello. Nunca renunció a ellas, al igual que nunca renunció a seguir jugando al fútbol. Aunque tuvo que hacerlo, durante muchos años, mermado por las autoridades comunistas.

Portero precoz

Nacido en Dorog, en el norte de Hungría, el 4 de febrero de 1926, el futuro de Gyula Grosics parecía destinado a la Iglesia. Su madre deseaba que se labrara un futuro como sacerdote, sobre todo para huir de ese modo del sacrificado trabajo en la mina, al que se dedicaba su padre. Pero los designios del joven Gyula iban por otro camino. Anhelaba con convertirse en futbolista. Concretamente en portero. Y bien pronto se confirmó que no estaba equivocado.

Con apenas 15 años debuta con el primer equipo de su ciudad natal, el Dorog Banyaszok. Y ni siquiera una Guerra Mundial, en la que Grosics participaría contra los aliados y defendiendo los regímenes fascistas, le detendría.

Concluido el conflicto, regresaría al fútbol. A la portería. Tres factores llamarían poderosamente la atención sobre el joven guardameta. El más importante, su indudable calidad. Más bajo de lo habitual para un portero, poseía una capacidad de salto y una seguridad inusuales que le hacían brillar. Una sobriedad que venía acentuada por su vestimenta: en un tiempo en que los cancerberos solían cambiar de color en cada encuentro, él siempre vestía de negro. Lo hacía desde que había vivido la crudeza de la guerra. Y por ello sería bautizado para siempre como La pantera negra.

Pero sin duda lo más llamativo era su estilo. Porque fuera de los palos, también era un genio. Y eso sí que era realmente impropio para los porteros de la época. No tenía problema en salir del área para cortar los ataques rivales, o para jugar con los pies con sus compañeros. Él era el primero en lanzar los rápidos ataques de su equipo, con unos pases en largo que envidaban muchos jugadores de campo. Un adelantado a su época. El creador del 'portero-líbero'.

Por todo ello, con apenas 20 años aterrizaría en la máxima categoría del fútbol húngaro. En el Mateosz Budapest. Paso intermedio para recalar en uno de los grandes del país, el Honved, donde coincidiría con gigantes de la talla de Puskas, Kocsis o Bozsik. Juntos, conseguirían tres campeonatos de liga en cuatro años.

Mágico Magiar

Pero juntos, sobre todo, maravillarían al fútbol mundial con la selección de Hungría. A ellos se unían Hidegkuti o Czibor para dar lugar a los denominados magiares mágicos. Un equipo que se proclamaría campeón olímpico en los Juegos de Helsinki de 1952. Que conquistaría la Copa Dr. Gero en 1953. Que lograría una histórica victoria en Wembley (3-6) ante Inglaterra, la primera sufrida por la Pérfida Albión en casa en toda su historia. Y que rozaría la gloria en el Mundial de Alemania de 1954.

Un Mundial al que Hungría llegaba como uno de los grandes favoritos. Máxime después de golear a Alemania, en la fase de grupos: 3-8 ganaron los magiares, con una exhibición de

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Kocsis, autor de cuatro tantos. Después eliminaría a Brasil en cuartos (4-2) y a Uruguay -vigente campeona- en las semifinales de la prórroga, para volver a encontrarse a los alemanes en la final.

Pero ahí, a pesar de la goleada unos días atrás, y a pesar de que Hungría comenzara ganando por dos goles en apenas 10 minutos, Alemania daría la sorpresa y se haría con el triunfo final (3-2), en lo que ha sido recordado para siempre como El milagro de Berna. Con todo, Gyula Grosics sería elegido mejor portero del campeonato por la FIFA.

Perseguido por los comunistas

Aquella derrota en el momento más importante sirvió de pretexto para enjuiciar a Grosics. Lo cierto es que el guardameta, un intelectual alejado de los cánones del futbolista, había sido mirado siempre con recelo por los servicios de inteligencia húngaros. Era vigilado. Porque él nunca había sido comunista. Más bien al contrario. Sin hacer nada, y aprovechando la situación de la final del Mundial, fue detenido y juzgado. Sería acusado de espionaje y traición. Finalmente fue puesto en libertad por falta de pruebas. Pero todo aquel proceso le mantuvo alejado de los terrenos de juego durante más de un año.

Regresó al Honved, un equipo que había visto ya marchar a varias de sus estrellas, que buscaban huir de Hungría tras la masacre padecida por la Revolución Húngara. Una revolución liderada por Imre Nagy que pretendía desligarse de la URSS y, a imagen de otros países como Alemania Oriental o Yugoslavia, llevar a cabo su propio socialismo. Una revolución que sería respondida por el propio Nikita Jruschov con una contrarrevolución sanguinaria. Durante aquel periodo Gyula Grosics cobijaría en su domicilio a partidarios de Nagy.

Grosics también intentaría escapar del país, como ya habían hecho Puskas, Kocsis o Czibor. Pero la presión política se lo impidió. Igual que le impidió fichar por el club de sus amores, el Ferencvaros, uno de los gigantes del fútbol húngaro. Las autoridades comunistas no podían permitir que el guardameta recalara en un equipo que siempre se había ligado a la derecha en Hungría. Así que se frustró, a toda costa, el fichaje por el equipo enemigo del socialismo, y le obligarían a recalar en el Tatabanya, un conjunto pequeño para sus aspiraciones, y en el que luchar por el título liguero era una quimera. Un cuarto puesto sería el mejor resultado.

Paralelamente, la selección de fútbol de Hungría viviría una recesión. Dejaría de ser mágica. En parte, por el paso de los años. En parte, porque algunos de sus grandes talentos comenzarían a jugar para otras selecciones, a cuyas competiciones domésticas habían huido. Jugaría el Mundial de Suecia de 1958, en el que Hungría caería eliminada en primera fase. Y también el de Chile 1962, ya con una generación nueva y talentosa, liderada por Florian Albert, y que llegaría hasta cuartos de final.

Aquel mismo año de 1962 Gyula Grosics decidiría que había llegado la hora de retirarse. Lo hacía a los 36 años, tras más de 15 años como internacional, disputando un total de 86 encuentros con la mejor selección húngara de todos los tiempos.

Un minuto con su equipo

Tras colgar los guantes probaría en los banquillos. Sin demasiado éxito. Sería más célebre por verter siempre y sin temor sus opiniones políticas, poco populares en aquella Hungría comunista.

Pero su gran momento llegaría en 2008. Ya con 82 años cumplidos. En la disputa de un partido amistoso entre el Ferencvaros y el Sheffield United inglés, Gyula Grosics es el portero titular del conjunto húngaro. Por supuesto, vestido impolutamente de negro. Y visiblemente emocionado. 52 años después de que el régimen comunista se lo impidiera, Gyula Grosics disputaba unos segundos con el club de sus amores.

Un bonito homenaje para reconocer al que, para muchos, es uno de los mejores porteros europeos de todos los tiempos. Y seguramente el mejor de Hungría. El primero que se atrevió a salir del área y jugar con los pies. El que viviría la época dorada del fútbol magiar. El que defendería la portería de un equipo, de una selección, que maravillaría al mundo. Y el que nunca, a pesar de todo ello, dejaría de ser perseguido por el régimen comunista.

Gyula Grosics fallecería en Budapest el 13 de junio de 2014, a los 88 años de edad.

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