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A la tercera también fue la vencida, disculpen las molestias

Don Antonio Fortuny y don Florencio Pacheco han puesto, una vez más, las cosas en su sitio y a Simeone y sus muchachos en el sitial que se merecen. Señalan ambos que los tasados parabienes que ha cosechado en estos páramos la exhibición del miércoles, bordean el delito de lesa patria balompédica si se confrontan con el eco que la victoria colchonera tuvo y sigue teniendo allende los Pirineos. El virtuoso alarde de músculo y talento, la entente cordialísima del sosiego y el vértigo, la inspiración sin gollerías y la transpiración sin tregua… lo que exigen, o sea, las tablas de la ley, las condiciones sine qua non del Atleti de siempre se conjuraron como nunca con el descaro y la souplesse hasta que el todopoderoso Bayern se abismó en la impotencia.

La noche -¡jó, qué noche!- que puso al Calderón al límite del éxtasis, el cíclope tudesco seguía siendo aquél que la falange colchonera descerrajó a las puertas de Milán hace ya ni se sabe porque más vale no saberlo. Fue cuando Rummenigge (víctima de un ataque de flatulencia mórbida al perpetrar un atracón de chucrut y soberbia) atufaba a la prensa pedorreando a discreción y regoldando a pierna suelta. Un día achacaba la derrota a la desaforada violencia de los salteadores madrileños y al siguiente era el árbitro el que cargaba con el muerto. Ahora, sin embargo, se ha envainado la lengua y el asquito de entonces se ha convertido en miedo.

El Bayern, les decía, ha cambiado de cómitre pero no de remeros. Ancelotti, el humano, ha ventilado el pudridero que Guardiola -¡ahí te pudras!- le dejara en herencia. Ha desterrado los azotes, los látigos, el látex y la disciplina inglesa estructurando un bloque más risueño pero no menos contundente. El Atleti, por contra, ha dado el estirón y, al crecerse por dentro, se ha crecido por fuera. Tras haber descifrado en la agonía la fórmula del éxito, Simeone, sin abjurar de lo esencial, ha conseguido que su orquesta afine los allegros con la desenvoltura, la solvencia y el aplomo del miércoles.

Las estrellas del Bayern ratificaron su grandeza elogiando al rival, a la afición y al técnico. Incluso Rummenigge -arrepentidos quiere Dios- redimió sus miserias y se deshizo en parabienes. Mas aquí, en estos páramos donde el rencor se encrespa, ni prescribe el refrán ni se higieniza la conseja: "Si la envidia fuera tiña cuántos tiñosos no hubiera". Simeone y los suyos (Simeone y los nuestros) han vuelto a dar razón de su grandeza en la suprema instancia del prime time europeo y la bajeza, de inmediato, se convidó al festejo y le otorgó a la sinrazón categoría de sentencia: lo que molesta aquende es lo que se admira allende. De tejas hacia fuera la ovación es unánime. De tejas hacia abajo lo unánime es la usura, la mezquindad, el bastardeo.

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