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Wilma Rudolph, la enfermedad, la gloria y la muerte

La suya es una de esas historias de superación dignas de ser llevadas al cine. De no poder andar, a ganar tres oros olímpicos.

La suya es una de esas historias de superación dignas de ser llevadas al cine. De no poder andar, a ganar tres oros olímpicos.
Wilma Rudolph, durante la final de 100 metros lisos de Roma 1960. | Archivo

Mañana comienza el mundial de atletismo. Todo el planeta se detendrá para contemplar uno de los mayores eventos deportivos del año. Porque el atletismo es uno de los deportes que, probablemente, mejor refleja los valores que representa el deporte propiamente dicho: llevar al extremo la capacidad física humana, para buscar ser el mejor con las condiciones innatas de cada uno. Sin nada más. Sin nada que intermedie.

Historias de superación, algunas de ellas que terminan en leyenda. Como es el caso de Wilma Rudolph, la que nos ocupa hoy. Una atleta capaz de ganar tres medallas de oro –la primera en la historia en conseguirlo-, cuando sólo unos años antes no podía ni caminar.

Una infancia terrible

Wilma Glodean Rudolph nacía en Marksville el 23 de junio de 1940. Era una de las zonas más pobres de Tennessee, y a Wilma, siendo la vigésima de 22 hermanos, le tocó sufrir. Y mucho. La ausencia de recursos, la falta de un cuidado adecuado, comenzando por una alimentación deficiente, le acarreó muchos problemas en su infancia.

A los cuatro años, una doble neumonía estuvo a punto de terminar con su vida. Pero luchó, y continuó adelante. Sólo dos años más tarde, un ataque de poliomielitis –una enfermedad que afecta al sistema nervioso central- le dejó paralizada buena parte de su pierna izquierda, estando cerca incluso de la amputación.

"El doctor dijo que nunca más volvería a caminar", relata Rudolph en su autobiografía, publicada en 1977. "Mi madre me dijo que pronto volvería a caminar. Decidí creer a mi madre".

Para que poco a poco fuera recuperando la sensibilidad, le recomendaron hacer ejercicio. Comenzó con el balonceso, y resultó que se le daba bien. Para sorpresa de todos, su mayor virtud era la velocidad. Pese a la polio, todo el esfuerzo que había realizado con anterioridad le permitió desarrollar una potencia que, una vez recuperada, le hacía volar. Así que pronto sustituyó el baloncesto por el atletismo.

Tenía 15 años, y acababa de conocer a Ed Temple, el entrenador del equipo de atletismo de la Universidad de Tennessee, el hombre que le iba a cambiar la vida. Decidió centrar todos sus esfuerzos en ella, conocedor del potencial que escondía.

Tanto, que sólo un año después, a la edad de 16 años, Wilma Rudolph conseguía el billete para participar en los Juegos Olímpicos de Melbourne. Lo hizo después de exhibirse en los trials de Seattle, que servían de clasificación. Nadie podía creer que aquella niña que habían visto brillar sobre la pista había comenzado a andar por sí sola, sin ayuda de nada ni nadie, sólo cuatro años antes. Era su venganza contra la vida.

En Australia dejaría buen sabor de boca pese a ser la deportista más joven de toda la expedición estadounidense: semifinales en el 200 metros lisos, y medalla de bronce en el 4x100 femenino.

La gacela negra

Pero sería en los siguientes Juegos Olímpicos, en Roma 1960, cuando Wilma Rudolph, con tan solo 20 años, se convertiría en leyenda deportiva. Por un motivo claro: era la primera deportista norteamericana que conseguía tres medallas de oro en una misma cita olímpica.

Comenzó con la victoria en los 100 metros lisos. Pero no fue una victoria cualquiera. Rudolph pasó por encima de todas sus rivales, con un tiempo que aún hoy se considera épico: 11 segundos clavados. Superaba en tres décimas el que hasta la fecha era el récord del mundo. Hoy, el mejor tiempo lo tiene Florence Griffith, con 10:49, y data de 1988. Sin embargo, no le fue concedido al haber un viento a favor de 2.75 metros por segundo.

Poco le importó, porque al día siguiente conquistó su segundo oro, en la prueba de 200 metros lisos, volviendo a ganar con superioridad a todas sus rivales. Sí conseguiría el récord del mundo en el 4x100 femenino, con un tiempo de 44 segundo y 4 décimas. Rudolph fue la primera en correr para el equipo estadounidense. Había nacido la gacela negra.

Sus registros no se terminaron ahí. Al año siguiente conseguiría un nuevo récord del mundo en el 100 metros lisos, con un tiempo de 11.2, obtenido en los Mundiales de Stuttgart.

Una vida dedicada a los más desfavorecidos

Para sorpresa de todos, sólo un año más tarde, en 1962 y en pleno apogeo, con 22 años, decidía retirarse del atletismo. Mucho se ha especulado sobre los motivos de su retirada, y poco se sabe con certeza. Pero lo que sí se conoce es qué hizo a partir de ese momento: dedicarse a los más desfavorecidos, a los que, como ella cuando era pequeña, no tenían recursos para salir adelante.

Ya antes se había mostrado muy activa en las protestas que se llevaban a cabo para terminar con las leyes de segregacion racial. Pero ahora su objetivo era otro: los jóvenes de los ghettos de las grandes ciudades. Por eso, participó en la 'Operación Champion', destinada a promover la práctica del deporte entre aquellos jóvenes que no tenían opción de federarse. Y por eso poco después creó su propia fundación, que se dedicaba a ofrecer entrenamientos gratuitos y organizar competiciones entre los jóvenes más necesitados.

Pero pese a todas las dificultades y enfermedades que había superado, la vida le tenía aún otro desafío preparado a Wilma: en 1994 le detectaron un tumor cerebral. Aquella carrera ya no pudo ganarla. El 12 de noviembre, con 54 años, fallecía.

"Todos reconocemos que es una tremenda pérdida. Una trágica pérdida. Ha sido una de nuestras deportistas más importantes en nuestra historia, y tenía aún muchas cosas por hacer". Quien así hablaba de ella fue Leroy Walker, presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos.

Pero quizá era el momento de recuperar una de las frases más célebres comentadas por la propia Wilma Rudolph, poco después de convertirse en la primera atleta que conquistaba tres medallas de oro en unos Juegos Olímpicos. "Vencer es bellísimo. Pero si de verdad quieres hacer algo en la vida, el secreto está en aprender a perder. Nadie puede ser siempre imbatible".

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