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San Luis 1904: los Juegos más vergonzosos de la historia

San Luis celebró los Juegos Antropológicos, quedando para la posteridad como la mayor afrenta racista jamás vista en un evento deportivo.

San Luis celebró los Juegos Antropológicos, quedando para la posteridad como la mayor afrenta racista jamás vista en un evento deportivo.
Cartel anuncuando los JJOO de San Luis | Archivo

Después del progresista fracaso de los Juegos de París en 1900, se decidió que la siguiente sede sería Estados Unidos. Concretamente, San Luis. Los motivos eran obvios: por un lado, llevar la bandera olímpica a otro continente; por otro, agradecer a los estadounidenses que eran uno de los países que más en serio se estaba tomando la competición; y por supuesto, que se trataba del estado en mayor crecimiento de todo el planeta, y la disputa ahí de unos Juegos podía ser muy beneficioso para ambos, país y movimiento olímpico.

Pero lo que nadie podía imaginar es que aquellos Juegos Olímpicos iban a quedar como los más aberrantes y vergonzosos de la historia. Todo, por un suceso paralelo que significó la mayor afrenta racista que se ha visto jamás en el deporte: los Juegos Antropológicos.

De nuevo el mismo error

Como si el ejemplo de París no hubiera sido suficiente, de nuevo los Juegos se incrustaron dentro de la Exposición Universal. Pero los estadounidenses estaban convencidos de que en su caso iba a ser diferente; que ellos lo iban a hacer mejor. Nada más lejos de la realidad.

Participaron 651 atletas (645 hombres y 6 mujeres) de 12 países diferentes. Lo cual quiere decir que la presencia de deportistas se redujo respecto a París. Aunque también hay que entender que eso es debido a que la participación europea se redujo drásticamente. Y no por no querer, sino por no poder. En aquellos años, llegar hasta Estados Unidos era un viaje largo, dificultoso, y sobre todo muy caro. Sólo pudieron acudir los aristócratas.

La mejor prueba de ello es el medallero final: el vencedor, obviamente, Estdos Unidos, con 242 medallas, 79 de ellas de oro. Pero es que los vecinos Cuba y Canadá fueron terceros y cuartos respectivamente. Sólo Alemania pudo estar a la altura, quedando segunda en la clasificación, con 13 medallas totales. Inglaterra, por ejemplo, estuvo representada por un único deportista, y Francia, Italia o España ni siquiera eso.

Un maratón demasiado peculiar

Quizá el mayor esperpento de los Juegos de San Luis se viviría en el maratón. Más allá, claro, de los Días Antropológicos que, por desgracia, merecen capítulo aparte.

El maratón de San Luis pasó a la historia y a la leyenda negra olímpica por ser la primera vez que se dio un caso de dopaje. El vencedor, Thomas Hicks, un inglés afincado en Estados Unidos y payaso de profesión, fue inyectado dos veces con sulfato de estricnina en plena carrera por su entrenador. No sólo eso; tomó continuamente tragos de coñac, con lo que también hubiera dado positivo en un control de alcoholemia...

Hicks, no obstante, fue reconocido como vencedor. Y eso que no cruzó la meta el primero. Fred Lorz había abandonado la carrera en el kilómetro 17, subiéndose a uno de los coches seguidores de carrera. Un Ford que se averió a pocos kilómetros de la meta, y Lorz volvió a correr para recoger su ropa, en el estadio. Al entrar en él, fue tal el fervor de las gradas, que se hizo pasar por el ganador. No le duraría mucho la farsa.

Importantes avances

Aunque, como ocurriera en París cuatro años antes, no todo fue tan negativo. Hay que tener en cuenta que los Juegos Olímpicos acababan de nacer. Apenas tenían 8 años. Debían crearse unos cimientos que permitieran su establecimiento, para crecer, madurar y consolidarse.

Y si bien a nivel organizativo quedaba latente que había mucho, muchísimo, por mejorar, a nivel deportivo San Luis también tuvo sus aciertos, que tendrían su trascendencia en futuras ediciones.

El más importante, sin duda, la decisión de crear una piscina para las competiciones de natación. Se acabó lo de nadar en ríos (como en París, en el Sena) o en mar abierto, como en Atenas. Aunque, claro, lo hicieron a su manera. Aprovechando un desnivel en las instalaciones feriales de la Expo se montó un estanque artificial, colocando una tabla de madera sobre flotadores desde la cual los nadadores tomaban la salida. Eran aguas quietas, pero también sucias.

Además, por primera vez, aparecían el oro, la plata y el bronce. Porque en París ni siquiera hubo medallas. Y en Atenas, las hubo, pero eran de plata para el vencedor, de bronce para el segundo, y diploma para el tercero.

También hay que tener en cuenta la incorporación de otras disciplinas deportivas que quedarían para la posteridad. El programa de San Luis registraba el debut del boxeo o de la lucha libre, la recuperación de la halterofilia, e incluso la exhibición de un deporte nacido sólo unos años atrás, gracias a la inventiva del profesor Naismith: el baloncesto.

Hahn el legal

Uno de los depotistas más destacados de es tos Juegos fue el local Archie Hahn. Conocido como el meteoro de Milwaukee, ganó las pruebas de 60, 100 y 200 metros lisos. Especialmente peculiar fue esta última. En la final, seis de los siete corredores cometieron salida nula. Entonces, aquello era atípico, y el castigo era que debían salir un metro más atrás.

La victoria fue para Hahn, el único que salió correctamente, y hubo muchas quejas señalando que había vencido por eso. Pero la realidad es que Hahn aventajó en tres metros al segundo clasificado, y que de hecho marcó un record en la distancia que perduraría durante 28 años.

También en San Luis continuó creciendo la leyenda de Ray Ewry, el hombre rana¸quien, al igual que en París cuatro años antes, conseguiría nada menos que tres medallas: salto de altura, el salto de longitud, y triple salto sin carrera. Otros deportistas que conseguirían tres medallas fueron Lightbody (800, 1500 y 2500 obstáculos) y Harry Hill (200 y 400 vallas, y 400 lisos).

Aunque probablemente el atleta más exitoso de aquellos Juegos fue Anton Heida, también estadounidense por supuesto, y quien logró nada menos que cinco victorias, en potro con arcos, barra fija, salto largo, combinado y sexatlón por equipos, además de un segundo puesto en paralelas.

La aberración racista

Pero sin duda San Luis quedará para la posteridad como el año en que se llevó a cabo la mayor afrenta racista, la mayor vergüenza, jamás vista en un evento deportivo. Dos jornadas de bochornoso racismo, para los que se obligó a competir a aquellos que los estadounidenses consideraban "seres primitivos", como negros africanos, indios sioux y de otras tribus, moros, patagones, sirios, o pigmeos.

Una triste parodia de los Juegos con el único fin de demostrar la supuesta superioridad física y moral de la cultura anglo-americana, y que se convirtió en un lamentable espectáculo, denigrando a unas razas que por aquel entonces se consideraban inferiores e indignas. Era la manera perfecta, consideraban los organizadores de tal evento, William J. McGee y James Sullivan, figuras importantes en la antropología y el deporte estadounidense respectivamente, de demostrar la inferioridad del mundo indígena. Con ello se pretendía demostrar su completa jerarquía racial.

Durante el primer día, les pusieron a competir en deportes ya habituales para los Juegos Olímpicos; deportes, en cualquier caso, a los que estas personas no estaban habituadas y para nada interesadas en realizar. Las carcajadas de los espectadores -muy numerosos- se desataban cuando, por ejemplo, uno de ellos era capaz de lanzar el peso a sólo tres metros, cuando en realidad era un ejercicio que estaban realizando por primera vez.

En la segunda jornada dieron paso a deportes supuestamente más habituales para los salvajes, como les denominaban. Por ejemplo, les hacían disparar flechas con arcos -posteriormente, deporte olímpico- o subirse a árboles en la menor brevedad posible.

Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos y verdadero valedor y defensor del espíritu que debía acompañar esta celebración, quedó muy molesto y dolido. No tanto al principio, cuando consideró la idea como una "travesura de país joven", sino cuando comenzó a celebrarse la lamentable exhibición, y pudo contemplar in situ la crueldad y ofensa que se producía dentro de ella.

Fue entonces cuando tildó aquellas jornadas de "mascarada ultrajante", y, totalmente indignado, soltó una frase profética: "Esto dejará de existir cuando estos negros, estos cobrizos, estos amarillos, aprendan a correr, a saltar, a lanzar, y dejen a los blancos que hoy les están humillando por detrás de ellos".

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