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Joaquín Blume: sólo la tragedia le impidió convertirse en un gran campeón olímpico

Ha sido uno de los mejores deportistas españoles, pero motivos políticos primero y un accidente de avión después le impidieron lograr mayores hitos.

Ha sido uno de los mejores deportistas españoles, pero motivos políticos primero y un accidente de avión después le impidieron lograr mayores hitos.
Imagen de archivo de Joaquín Blume realizando el ejercicio de anillas. | Archivo

Joaquín Blume iba destinado a ser una gran leyenda del deporte español. Nacido en Barcelona el 21 de junio de 1933, hijo de un gimnasta alemán y de una catalana, sus aptitudes gimnastas le llevaron a convertirse en una estrella internacional en una época en la que parecía que la gimnasia estaba reservada tan solo a los soviéticos.

Pero la mala fortuna primero, y la tragedia después, le impidieron convertirse en leyenda. Le faltaron unos Juegos Olímpicos para refrendarlo, para demostrar la brillantez que tenía. El destino no quiso que así fuera.

Un campeón precoz

En 1949, con tan solo 16 años, se proclamaba campeón de España de gimnasia artística. Siendo aún un niño sorprendió a todos. Fue su padre quien desde pequeño dirigió sus entrenamientos, y su excelente disciplina y dedicación contribuyeron a que tan pronto ya comenzaran a llegar las victorias. Retuvo el título de España conquistado con 16 durante diez años más, y fue campeón nacional en todas las especialidades.

A nadie sorprendió ya que Blume pudiera participar en los Juegos Olímpicos de Helsinki 52, aunque su juventud e inexperiencia en citas internacionales le jugó alguna mala pasada. Aun así, terminó en la posición número 56 de la general de entre 212 participantes, siendo el 29º puesto en el ejercicio de suelo su mejor resultado.

Unos guarismos que no hicieron sino acrecentar las expectativas de futuro que había puestas en él. Él era el primero en saberlo. Por eso, con seis horas diarias de entrenamiento tres días a la semana, y tres horas diarias el resto, Blume siguió creciendo a pasos agigantados.

No le dejan ser campeón

Y por eso, a los Juegos Olímpicos de Melbourne, en el 56, llegaba ya como una estrella en ciernes, perfilado como uno de los grandes favoritos al podio. Sin embargo, España decidió no presentarse a aquellos Juegos como manera de protesta, de boicot, a la participación de la Unión Soviética pocas semanas después de invadir Hungría. Junto a españoles, holandeses y suizos se unieron a ese boicot.

Sin duda, el gran perjudicado era Joaquín Blume, quien se quedaba sin poder demostrar su maestría en un evento de tanta magnitud. La impotencia que sintió el gimnasta catalán, que se veía en su plenitud e incapacitado de participar en un evento de tanta magnitud por decisiones externas a él, fue inmensa.

Incluso Blume se planteó la posibilidad de nacionalizarse alemán -de donde era originario su padre y donde había pasado periodos de entrenamiento- para poder acudir a Melbourne, aunque finalmente Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del Comité Olímpico Español, le convenció para no hacerlo.

La venganza de París

Que la actuación de Blume hubiera supuesto casi sin lugar a dudas un éxito para el deporte español lo encontramos en el hecho de que sólo un año después, el gimnasta catalán se proclamaba campeón del europeo disputado en París en el concurso general individual, imponiéndose además en tres aparatos: barra fija, caballo con aros, y anillas, y siendo segundo en  paralelas.

El Stade Pierre de Coubertein de París fue el escenario de la ya legendaria actuación de Blume, que conseguía aquella hazaña por delante nada menos que de Yuri Titov, el hombre que había asombrado en Melbourne conquistando cuatro medallas olímpicas: una plata en barras paralelas, un bronce en potro, un bronce en individual, además de un oro por equipos.

Fue precisamente en aquella exhibición de París donde Joaquín Blume realizó mejor que nunca su espectacular Cristo, que maravilló a todos y contribuyó enormemente a conseguir el oro en anillas. No se sabe si fue el primero en realizarlo. Lo que sí es cierto es que fue quien mejor lo hizo, cuando era una posición prácticamente desconocida, para muchos impensable si quiera de intentar.

Un gesto casi imposible, muestra la imponente potencia de los gimnastas para permanecer estáticos en el aparato más movible. Aquello le valió un histórico reconocimiento como su inventor, y se convirtió en un símbolo del entonces mísero deporte español.

Y la mayor de las tragedias

La de los Juegos Olímpicos del 56 no fue la única gran cita que se perdió Joaquín Blume por culpa de los demás. En 1958, y pese a su reciente hazaña en el Europeo, España no le dejó acudir al Mundial de gimnasia artística de Moscú. Hubiese sido el refrendo de su calidad ya en la élite. Pero su destino estaba marcado por la mala suerte en todos los sentidos.

Tras no poder participar en Melbourne, todas sus miras estaban puestas en los Juegos Olímpicos de Roma, que se disputarían en el verano del 60. Ahí debía sacarse la espina de una gran gesta olímpica. Toda España así lo anhelaba. Pero entonces, el destino decidió ser aún más cruel.

El 29 de abril de 1959, el avión en el que viaja Joaquín Blume desde Barcelona a Madrid, se estrella en la castellana sierra de Cuenca. Ninguno de los 25 pasajeros y de los tres tripulantes que iban en el avión sobrevivieron. A Joaquín le acompañaban su esposa y cuatro compañeros del equipo español de gimnasia. La fortuna quiere que su única hija, María José, un bebé de nueve meses, no se halle entre los pasajeros.

Tras la desaparición de Blume, la gimnasia artística española no tuvo ningún representante destacado hasta la aparición de Jesús Carballo (bicampeón mundial de barra fija), Rafael Martínez (quién en 2005, cuarenta y ocho años después del gran triunfo de Blume, logró de nuevo la medalla de oro en un concurso completo del Campeonato de Europa) y el tres veces medallista olímpico Gervasio Deferr.

"Yo estoy aquí por Blume. Si no, no habría sido ni gimnasta ni entrenador". La frase, contundente y sincera, sale de los labios de Jesús Carballo con la mayor naturalidad del mundo. El gallego, sabio indiscutible de la gimnasia artística española, recuerda al malogrado Joaquín Blume con nostalgia y agradecimiento. "Él fue quien nos inculcó el amor a este deporte".

En 1960 se creó el Trofeo Joaquín Blume, inicialmente entregado al deportista español menor de 22 años más destacado, y desde 1983, otorgado al centro docente más distinguido en la promoción y fomento del deporte. Se entrega anualmente como parte de los Premios Nacionales del Deporte.

Joaquín Blume recibió a título póstumo la distinción del Comité Olímpico Internacional como el mejor atleta del mundo.

Hoy hay dos residencias Joaquín Blume para deportistas en Madrid y Barcelona. Hay colegios, polideportivos, campos de fútbol, avenidas, calles por toda España que recuerdan al gran campeón que, sólo la desgracia, impidió convertirse en leyenda del deporte español.

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