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Tom Simpson: la tragedia en el Mont Ventoux que cambió el ciclismo

Una fatal combinación, con las anfetaminas como actor principal, supuso el fin de uno de los mejores ciclistas que ha dado Gran Bretaña.

Una fatal combinación, con las anfetaminas como actor principal, supuso el fin de uno de los mejores ciclistas que ha dado Gran Bretaña.
Uno de los doctores presentes practicar el boca a boca a Tom Simpson | Página web oficial UCI

El Mont Ventoux es uno de los puertos más duros que se han subido jamás en el mundo del ciclismo. Célebre ascensión del Tour de Francia, su extrema dificultad ha provocado que desde 2013 –cuando vislumbró el inicio del reinado SKY– no se incluya en el recorrido de la grande boucle. Sus durísimas rampas, sus infinitas y punzantes rachas de viento de mistral, su paisaje desértico, casi lunar... Incluso en la jornada más tranquila es un enemigo terrible para cualquier ciclista. El gigante de la Provenza, el monte calvo, la colina de las tormentas o el Dios del mal, diferentes dominaciones para una misma pesadilla.

Y a tres kilómetros de ésta se encuentra el monumento en honor al ciclista británico Tom Simpson. Pero no es un homenaje a una gran victoria. Ni siquiera –aunque lo fuera– a un gran ciclista. Se trata de un recuerdo para el que fuera el primer ciclista profesional muerto por culpa del uso de sustancias dopantes. Y todo el mundo vio su muerte en directo.

El mejor ciclista británico

Thomas Simpson había nacido en Haswell, Reino Unido, el 30 de noviembre de 1937. Sus inicios fueron en el ciclismo en pista, donde llegaría a obtener una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Melbourne del 56, en la modalidad de persecución por equipos. Tenía tan solo 18 años.

No tardaría en pasar a la carretera, y los éxitos continuaron: entre 1961 y 1965 conseguiría la victoria en el Tour de Flandes, en la Milán-San Remo, en la Burdeos-París, en el Giro de Lombardía y el más célebre de todos, en el Campeonato Mundial de ciclismo en ruta de 1965, disputado en Lasarte. Conocido como el león de Yorkshire, fue considerado por todos como el mejor ciclista británico hasta la reciente irrupción de los Froome, Wiggins, Cavendish o Geraint Thomas.

Al Tour de 1967 llegaba como jefe de filas del equipo Gran Bretagna, y con ciertas opciones de la victoria final, después de convertirse unos años antes en el primer ciclista británico que vestía el maillot amarillo de líder.

Su objetivo era el de llegar a la contrarreloj de la última etapa con menos de tres minutos perdidos. Diferentes puntos aparecían en su hoja de ruta como óptimos para atacar. Y el Mont Ventoux era uno de ellos. Unos problemas estomacales en el inicio de la ronda gala le hicieron llegar a la cita con más tiempo de desventaja del esperado, pero aun así lo hacía en la séptima posición en la general, y con menos de cuatro minutos respecto al resto de favoritos. La empresa era posible.

Todo salió mal

Así pues, el 13 de julio se disputaba la 13ª etapa del Tour de aquel Tour del 67. 215 kilómetros entre Marsella y Carpentras, con los 1.912 metros de altura del Mont Ventoux como el obstáculo al que todos temían. Todos, menos Simpson, que seguía viendo en su aterradora pero formidable cima la gran oportunidad. Ni siquiera la elevada temperatura que marcaba el termómetro le asusta.

Pero la etapa no avanza como él espera. Vuelven los problemas estomacales lo que, unido al calor sofocante, le impiden andar cómodo sobre la bicicleta. Así que llega al inicio de la ascensión lejos de los escapados. El español Julito Jiménez al frente. A pesar de todo, sus rivales en la general no se encuentran mucho mejor que él, y Simpson está decidido a intentarlo hasta el final.

En los últimos kilómetros de ascensión la imagen del ciclista británico comienza a ser desoladora. La frente sudada, la mirada perdida. La bicicleta zigzagueando por las cuestas del Mont Ventoux. Los ciclistas que le alcanzan se preocupan, le ofrecen agua, le animan a parar... Saben que algo está ocurriendo, pero ni se imaginan el qué. Simpson no puede detenerse. No puede parar de pedalear. Como si sus pies se aferraran a los pedales para continuar con vida. Faltan 5 kilómetros para llegar a la cima. Hay que llegar como sea…

Los aficionados también comienzan a contemplar una escena muy extraña. Los hay que le gritan que se pare. Otros, le empujan. Simpson sólo grita "On!, On! On!", "Vamos, vamos vamos". A tres kilómetros de la cima se cae. Los mecánicos, azuzados por el propio ciclista, lo levantan y vuelven a colocar sobre la bicicleta. Pero Simpson no puede. A los pocos metros, vuelve a caer. Un médico comienza a practicarle el boca a boca; un doctor que llegó segundos después sigue con la reanimación; cuando aparece el médico policial, el doctor Macorig, le aplica el masaje cardiaco. En todo este tiempo, Simpson sigue agarrado al manillar. Cuando llega al hospital de Aviñón trasladado en helicóptero ya lo hace cadáver.

El primer muerto por dopaje

Oficialmente, su muerte fue a causa de una deshidratación que, unida a un golpe de calor, terminó provocándole una insuficiencia cardiaca. Pero con el paso de las horas, de los días, se conocen muchos más detalles de su muerte.

En la tarde anterior, relata su compañero de equipo Colin Lewis, Tom Simpson había recibido en su habitación de hotel la visita del mánager del equipo, quien le había amenazado con no renovarle si no terminaba el Tour entre los cinco primeros clasificados. Aquella conversación provocó una reacción airada del ciclista, quien trató de buscar una solución tan errónea como desesperada.

El propio Colin Lewis comenta que, unas horas después, se presentaron dos personajes desconocidos en la misma habitación, a los que Simpson pagó una suma importante de dinero a cambio de una cajita. Lo que había en ella se supo, o se supuso, después de su muerte: anfetaminas. Dos frascos fueron encontrados en sus pantalones cuando fue trasladado al hospital.

En aquella época era habitual que los corredores tomaran anfetaminas. Y que lo hicieran mezclándolas con un sorbo de coñac. Eso es lo que hizo Tom Simpson cuando comenzó a subir el Mont Ventoux.

En realidad, no fueron las anfetaminas las que mataron a Simpson. O mejor dicho, no fueron sólo las anfetaminas. La sustancia dopante, un potente estimulante del sistema nervioso central, le había drogado la mente, impidiéndole sentir los límites de su esfuerzo. La mezcla de un físico agotado, los problemas estomacales que arrastraba, la elevada temperatura del día, los sorbos de alcohol y, por supuesto, las anfetaminas supusieron una fatal combinación. Un colapso cardiaco inevitable.

La UCI interviene

El nombre de Tom Simpson quedó para siempre en el recuerdo. Ya no sólo como imagen conmemorativa, sino como amenaza de lo que puede suponer el uso de sustancias dopantes. Las imágenes del ciclista británico tambaleándose segundos antes de fallecer dieron la vuelta al mundo. Por primera vez, el público asistía a una muerte en directo por el uso de doping. Y la Unión Ciclista Internacional impuso los análisis de orina partir del siguiente Tour.

Con Tom Simpson comenzó todo. O terminó todo. Según se quiera mirar. De lo que no hay duda es que el ciclista británico cambió, de un modo u otro, un deporte siempre mancillado y perseguido. Y no sin razón.

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