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Glenn Cunnigham, la determinación del atleta ante lo imposible

Un accidente casi acabó con su vida. Le aseguraron que jamás volvería a andar. Terminaría siendo uno de los mejores atletas de la historia del 1500.

Un accidente casi acabó con su vida. Le aseguraron que jamás volvería a andar. Terminaría siendo uno de los mejores atletas de la historia del 1500.
Glen Cunningham, en una de sus primeras victorias como atleta de la Universidad de Kansas. | Archivo

En la década de los 30, Glenn V. Cunningham (Elkhart, Kansas, 4 de agosto de 1909) era uno de los mejores atletas del planeta. Recordman mundial en las distancias de 800 metros y de una milla, y medalla de plata en los 1500 de los JJOO de Berlín del 36. Su característico estilo, terminando siempre más fuerte que los demás, y sus resultados le llevaron a ser considerado como el mejor atleta de la distancia de una milla de la historia de Estados Unidos.

En febrero de 1916, Glenn V. Cunningham (Elkhart, Kansas, 4 de agosto de 1909), era un niño a punto de morir. Aquella mañana había acudido junto a su hermano a la escuela antes que los demás. Tenía la misión de encender la estufa para que, cuando llegaran el resto de alumnos, el aula estuviera caliente.

La mala fortuna hizo que su hermano mayor, Floyd, cogiera una lata de gasolina creyendo que era el queroseno que solían utilizar para la estufa. Al verterla, provocó una fuerte explosión, que alcanzó a los dos niños. Quedaron tendidos en el suelo, aturdidos, siendo alcanzados por el incendio. Cuando lograron ser rescatados y trasladados al hospital, tenían graves quemaduras y sus vidas corrían peligro. Había que actuar rápidamente.

Floyd Cunningham murió dos días después. En el caso de Glenn, los médicos siguieron trabajando en intentar salvarle la vida. Glenn, terriblemente quemado, semiinconsciente y asustado, oía todo lo que los médicos hablaban. También lo que le dijeron a su madre en la habitación: que el fuego había destruido su tren inferior; que su vida seguía corriendo peligro; y que, en caso de conseguir salvarla, se le deberían amputar las dos piernas.

Fue entonces cuando comenzó a mostrar su determinación. Con una fe inquebrantable, como relataría años más tarde, consiguió mejorar notablemente y, de manera sorprendente, su salud. Sobrevivió. E incluso se descartó la opción de amputarle las piernas. Aun así, no volvería a andar. Había perdido toda la masa muscular, así como los cinco dedos de su pie izquierdo.

Pero Glenn Cunningham no se iba a detener ahí. "Creo que fue en ese momento cuando tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Cuando mi madre regresó, le dije: 'Yo no voy a ser un inválido. Voy a caminar'. Y entonces, su madre realizó un gesto que fortaleció al pequeño Glenn, y le acompañaría de por vida: "Me dio un beso y me dijo: 'Lo sé, hijo. Ellos se equivocan'".

Finalmente, le dieron de alta. Fue el inicio de todo.

Con la ayuda de su madre, que le masajeaba las piernas cada día, fue mejorando poco a poco. Cualquier gesto, por pequeño que fuera, era un paso de gigante. Tras recuperar levemente la sensibilidad en las piernas, comenzó a ponerse en pie, primero; y a dar unos pequeños pasos, después. Aunque cada paso, como relata el propio Cunningham, "era como si me clavaran puñales en las piernas".

Y así, día a día, durante tres años, hasta que con 10 años consiguió ir caminando hasta el colegio. Con dificultad, qué duda cabe. Pero caminando. Todo lo que le habían dicho que nunca más podría hacer. Y no tardaría en ir al colegio corriendo. No tenía ninguna necesidad. Pero sólo el hecho de poder hacerlo le otorgaba una felicidad y una libertad de las que se había llegado a sentir despojado para toda la vida.

Con 12 años ganó una carrera en el colegio. A todos sus compañeros de clase. Aquello le fortaleció aún más. Y de ahí, al Olimpo.

Porque, para mayor sorpresa, cada vez fue adquiriendo mayor velocidad y resistencia en la carrera. Se desconoce si fue por la enorme capacidad de sacrificio adquirida; por la desaparición de las barreras físicas que tenía hasta hacía nada; o por la complicada composición de la musculatura de sus piernas. O por una mezcla de todas ellas. Pero en edad universitaria, entró a formar parte del equipo de atletismo de la Universidad de Kansas.

Su progresión a partir de entonces fue imparable. Se convirtió en un especialista en la distancia de una milla, quizá la que mejor combina de todas velocidad y resistencia. En su primera carrera oficial como atleta universitario estableció el récord del Estado. Unos meses después, lograba el récord nacional.

No es de extrañar, por tanto, que con apenas 23 años lograra el billete para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932. Competiría en la distancia de 1500 metros, quedando cuarto.

En 1933 sería galardonado con el premio James E. Sullivan como mejor deportista amateur de los Estados Unidos, reconociendo no sólo sus resultados y su carrera incipiente, sino también su trayectoria y su esfuerzo para llegar a donde se encontraba.

En 1934 establecería el récord mundial de la milla, con un tiempo de 4:06.8. No sería el único de aquel año: también lograría el de una milla en pista cubierta, y el de 1500 metros en pista cubierta. Y dos años después, en 1936, conseguía también el récord mundial de los 800 metros, parando el crono –entonces manual– en 1:49.7.

En ese mismo 1936 participaría también en los Juegos Olímpicos de Berlín. Se quedaría con la miel en los labios. Porque, si bien es cierto que sus 1500 metros fueron perfectos, logrando el récord mundial con una marca de 3:48.4, tuvo la mala fortuna de encontrarse con un superlativo Jack Lovelock, quien se hizo con la victoria (3:47.8).

Medalla de plata olímpica para Glenn Cunningham. Nada mal para un hombre al que pocos años atrás le habían asegurado en el hospital que jamás volvería a andar.

Su fama se extendió a todo el planeta. Allá por donde iba era aclamado. No se detenían sus giras por Europa, por Asia, por Australia… A sus grandes resultados, que le convirtieron en uno de los mejores atletas del mundo en la década de los 30, le acompañaba también su magnífico comportamiento dentro y fuera de la pista. También su humildad, lo que le ganó el cariño de toda la prensa.

"Es un enorme corredor, que nunca va por ahí contando a todos lo grande que es. Nunca ha criticado a ninguno de sus oponentes. Es más, se comporta bien con ellos. Habla bien de ellos. Y después les vence en la carrera", escribirían sobre él.

La suspensión de los Juegos Olímpicos de 1940, previstos en Helsinki y cancelados por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, supusieron el final de su carrera como atleta. A pesar de que ese mismo 1940 había logrado su mejor marca en el 1500, con un tiempo de 3:48.2.

Tras su retirada, y aún hasta nuestros días, está considerado por el sentir popular como el mejor corredor de una milla en la historia de Estados Unidos.

Pero su vida no se detendría ahí, ni mucho menos. Se licenció en magisterio en la Universidad de Iowa, y se doctoró en la Universidad de Nueva York. Pasó varios años siendo el director de educación física de la Universidad de Iowa hasta que decidió abrir en Kansas el Glenn Cunningham Youth Ranch in Kansas donde, junto a su mujer, no paró de ayudar en su formación a niños necesitados y desfavorecidos.

Fallecería el 10 de marzo de 1988, con 78 años.

"He corrido, y he ganado, grandes carreras. Incluyendo dos participaciones en Juegos Olímpicos. Pero ninguna carrera, ninguna victoria, fue tan importante como la que conseguí ante mis compañeros de colegio cuando tenía 12 años. Poco después de que me dijeran que nunca más volvería a andar", declararía Glenn Cunningham, el hombre al que su determinación permitió vivir una vida que nadie le había pronosticado. Nadie, excepto su madre…

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